Fin de verano
La mejor terapia de Carmen Lomana para acabar el verano en Asturias
De las playas del norte me vienen los recuerdos de cuando los adolescentes íbamos en pandilla, un tiempo insuperable
La semana pasada en Asturias me ha servido de terapia para recobrar cierta felicidad y también, por qué no, algo de melancolía. Ha sido como mirarme en otro espejo y ver mi vida de niña y adolescente, darme de bruces con los recuerdos, reencontrarme con mis amiguetes de la pandilla. Todo lo que tenía, como dice la canción, en un rincón del alma… Y darme cuenta de cómo ha pasado el tiempo al verlos, sentir la ausencia de los que ya no están y tomar conciencia de que mis años en Marbella o Madrid me recuerdan solo un pasado inmediato. Mi vida se divide en antes y después de Guillermo.
Celorio, playa de Palombina, la más bonita del mundo con marea baja, desde allí se ven las montañas que nos rodean como si el mundo se desdoblase, como si Suiza llegara hasta el mar. Bajé a la playa después de cuatro años sin ir por allí y sentí el cariño de mis amigos como si no pasase el tiempo, me encontré con mi querido Kao Delgado, que fue uno de los chicos que cuando teníamos doce años se acercó y nos dijo a unas niñatas que estábamos en la playa dándonos cuenta que nos acechaban: «¿Queréis que formemos pandilla?” Nos echamos a reír y dijimos que sí, eran muy guapos y de nuestra edad, andaban en bicicleta así que sin pensarlo dos veces quedamos para ir al monte a organizar una chocolatada. Sí, hacíamos fuego y chocolate con picatostes… Jamás se produjo un incendio porque el bosque estaba limpio y cuidábamos de que el fuego quedase bien apagado. Kao me decía: «Carmen, cada día añoro más a la pandilla, los guateques, cuando volvíamos del monte cantando, esa pandilla que fue creciendo hasta llegar a ser dieciséis y ya no admitimos a más, había bastantes alemanes que veraneaban aquí».
Había descubierto un paraíso. Recuerdo las largas caminatas con mi madre charlando y riéndonos cuando le contaba mis amores de adolescente, las romerías y verbenas. Mi madre, además de preciosa, era muy alegre y divertida, le encantaba bailar, como a mí.
Una casa feliz
Nuestra casa era una fiesta, siempre llena de amigos. Recuerdo que mis padres no sentían ninguna pereza para organizar una fiesta en un momento. Siempre, aunque fuesen las dos de la madrugada y volviésemos de una fiesta, decían: «Venid a casa y seguimos». Eran únicos. Nosotros no tenemos ni la mitad de su energía y ganas de vivir la vida sin desperdiciar un momento. Cómo no voy a sentir nostalgia… Veo a mamá los últimos veranos de su vida sentada en el porche de casa al lado de la playa mirando al mar y diciendo ojalá Dios me conceda otro verano para seguir contemplando este mar y esta playa. Adoraba Celorio, al igual que todos nosotros. Yo me casé en Llanes, mi sobrina Cristina y mi hermano Carlos, también. Siempre hubo un grupo de gaiteros tocando el himno de España en la misa y a la salida de la Iglesia. Bañarme en el Cantábrico me parece un privilegio para mi cuerpo y mi salud, su agua me tonifica y huele a intenso mar. He nadado muchísimo, eso y una vida sin excesos quizá es lo que ha configurado que tenga un cuerpo fuerte y que no haya engordado. Celorio y Palombina me dan la vida… Imposible no disfrutar de la maravillosa gastronomía. En mi opinión, la mejor por la excelencia de su cocina. El viernes se celebró el día de la Virgen de Covadonga, patrona de Asturias, también el día que yo hice la primera comunión. Desde aquí, para acabar, no quiero dejar de enviar mi pésame a la familia de Teresa Campos y de María Jiménez, grandes mujeres libres y pioneras del feminismo de verdad con su ejemplo de vida. Sin quejarse ni soltarnos panfletos como este nuevo y resentido feminismo que nada tiene que enseñarnos.
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