Crisis
El peor momento de Pilar Rubio: ¿adiós a 11 años de relación con Sergio Ramos?
Si finalmente se produce la ruptura, su historia podría reescribirse como la crónica de una muerte anunciada
Pilar Rubio y Sergio Ramos atraviesan un bache. Otra vez, sí. Pero este no parece que sea un pequeño desnivel en el suelo, sino un socavón en toda regla. Tantas veces va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe. Son once años de relación, con más de un bache en pandemia no aireado, y, aunque la pareja guarda silencio, los rumores toman fuerza a medida que pasan los días. Él responde con una sonrisa algo bobalicona sin dejar de conducir su flamante vehículo. ¿Y Pilar? Ella sí podría estar algo más desencajada ante el rumbo que van tomando los acontecimientos.
Veamos. Pilar Rubio es guapa. Muy guapa. No simplemente mona, resultona o atractiva. Es violentamente bella, sin concesiones. Ni el más envidioso podría ponerle un pero. De la Castilla manchega, de la Castilla no profunda, pero tampoco superficial. De familia no rica, ni pobre, ni todo lo contrario. Su mirada transmite tanto desasosiego como inquietud, más si al interlocutor le pilla desprevenido. Su experiencia como locutora, presentadora, animadora o chica para todo en todo tipo de programación televisiva de tarde noche, cuando los espíritus están agotados y receptivos, le otorga una aureola de misterio.
Su imponente mirada de color impreciso que ella delinea con la forma de ojo de gato le hace parecer inaccesible, intangible. Consigue la dosis necesaria de misticismo para realzar su justa y merecida fama de buena persona, excepcional madre de muchos churumbeles y esposa indispensable. Su pragmatismo vital no está reñido con el sentido común, las agotadoras horas de gimnasio del centro cayetano de los madriles y la cuota exacta de amabilidad con los medios la hacen ser un personaje muy querido.
La ruptura con su antiguo novio, rockero de un grupo de primera división nacional –no en puesto Champions– le obligó a reflexionar, madurar, tocar fondo lodoso y tomar el impulso contingente y necesario. Conoció a Ramos, vio el objetivo, lo definió con claridad y se arrojó a él con ciego fanatismo. Y lo consiguió. Encajó a la perfección en la familia de él. El deporte siempre les ha unido y a veces, ha llegado a ser el único nexo en común de conversación, más allá del día a día doméstico, donde siempre ha estado más implicada Pilar, que gracias a su avión privado conseguía comprimir los eventos profesionales en un solo día.
Ramos viene de un satélite planetario de Sevilla, Camas, caldeado poblachón andaluz encaramado sobre la planicie del Guadalquivir. El deportista tiene un don, el de la acción efectiva y discreta, contundente y no exenta de la elegancia de un gentleman hecho a sí mismo. Un día crucifica al Liverpool, en una final de la copa de Europa, después de tres mil misiles a la olla desde su puesto de defensor central. Al día siguiente acompaña a la más bella mujer de la Villa y Corte, siempre desde el respeto y la discreción.
Aparente felicidad
Pilar y Sergio tenían que conocerse. Estaba claro. Son cosas de la sincronicidad de Jung y/o del ramo de hierbabuena que una gitana de Triana debió de venderle unos días antes al gladiador. Entonces él se sintió taladrado por la mirada firme, desasosegada, profunda e insegura –y con un halo de tristeza– de Pilar. Fingió indiferencia, pero la mariposa de hierro le desconcertó. El pasado de ambos queda temporalmente olvidado, como en un cuartel del Tercio, y pronto se van a vivir juntos. La Divina Providencia colma su hogar de niños y de aparente felicidad. Pilar está volcada en su hogar y sus hijos. Aunque sus múltiples retoques, innecesarios en un rostro y un cuerpo casi perfectos, evidencian, que está cargada de inseguridades.
Pero –siempre hay un pero– el pasado extiende factura. La pandemia se superó con sus más y sus menos, pero nada fue igual. Los hábitos cambian, también los afectos, aunque partidos peores habrá remontado el futbolista.
El sueño parisino solo fue un déjà-vu
La etapa decisiva nos traslada a París. Pilar allí terminó desmoronándose. Ni ella ni su marido se adaptaron. París no es Madrid, ni Sevilla, ni tan siquiera la europea Barcelona. Madrid, Sevilla, Barcelona, Nueva York... son la selva. París es la jungla. Nadie conoce a nadie. Todo se hace grande y pequeño a la vez. Demasiado sutil para ser tomado. Inaprensible, intocable, lejano, ajeno. No deja de ser curioso que en la capital del Sena, las WAGs no la admitiesen. Y eso que sucumbió a ese estilo tan chic que tantos elogios mereció en las redes sociales. La temporada en París fue, definitivamente, un reto complicado que ninguno logró superar.
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