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Segura y carismática

Rachida Dati, la no amiga de Aznar ni de Macron: una vida digna de Netflix

La política francesa desata todo tipo de rumores mientras pelea por ser la candidata de la derecha

French Justice Minister Rachida Dati at the Elysee Palace in Paris Gtres

Rachida Dati, alcaldesa del distrito 7 parisino y ministra de Justicia en la etapa Sarkozy, tiene a sus pies a la llamada Rive Gauche, la porción más distinguida de la capital francesa, con puntos tan emblemáticos como la Torre Eiffel o el museo Rodin. Gobierna con ambición, se defiende con nervio y reprende con fascinante frialdad. Su nombre se impone con fuerza frente a su mayor rival, la alcaldesa socialista Anne Hidalgo, a quien acusa de «desangrar a los ciudadanos a través de impuestos y una gestión calamitosa». Su última advertencia no puede ser más franca. En 2026, «París volverá a ser una ciudad segura, limpia, bella y bien gestionada».

De padre marroquí y madre argelina, su familia llegó a Francia en 1963, dos años antes de su nacimiento, con la firme decisión de prosperar y ofrecer a sus once hijos educación. Dati recuerda cómo su madre, analfabeta, solo necesitó una máquina de coser y una tela barata para hacer cortinas, manteles y ropa para todos. Hace unos días, le decía al popular presentador de televisión Yann Barthes que ha rechazado la propuesta de una productora de Netflix para protagonizar un documental sobre su biografía. Intuyó un guion que ella desprecia: otra vez su infancia, la lacra social, la sordidez y el juicio hipócrita de una sociedad bienpensante.

La petición de Carla Bruni

Argumento no faltaría. Su vida tiene mucho que ver con su férrea voluntad de ascender y también con el efecto hipnótico que ejerce en la gente. Su belleza –cabello negro, labios gruesos, ojos profundos y pómulos pronunciados– puede ser herencia; el resto lo ha cultivado. Nunca desperdició la ocasión de aprender los códigos del buen gusto y de la burguesía para después llamar a todas las puertas. ¿Ambición? «Resistencia al complejo de clase», dice. Está convencida de que en Francia persiste una idea de casta que la discrimina simplemente por no tener alta cuna. Así respondió a una periodista que le insinuó que su chaqueta de Dior era una traición a su condición: «Te molesta que los que creíste tus sirvientes ahora son tus vecinos».

Trastorna su seguridad y un carisma tan asombroso que eclipsa al mismo Mélenchon ante su escuadrón de insumisos. Cuando le preguntan si se imagina como presidenta de la República Francesa, contesta que nunca lo ha considerado, aunque tampoco pensó que sería ministra cuando se unió al gabinete de Sarkozy.

Si hubiese docuserie, el capítulo más llamativo sería el amoroso. Su ambición, las intrigas de poder y su fuerza política no se entenderían sin su sensualidad. Posee el don de fagocitar y cualquier hombre que se le acerca se convierte en candidato a desatar algún rumor. Ruidos de pasillo o no, se enfada por un asunto que ve tan pueril como su talla de calzado. Hubo runrún desde que empezó a trabajar con Sarkozy, a pesar de que su relación de amistad venía de lejos. «Un absurdo. Me consta que no soy su tipo», se defendió. Verdad o maledicencia, Carla Bruni acabó pidiéndole que dejase de llamar al móvil personal de su marido. Le gusta jugar, utilizar su encanto y envolverse en misterio, como hizo en 2007, posando para la portada de «Paris Match» con un vestido fucsia de Dior con estampado de leopardo. Como ministra de Justicia, su política implacable tenía en pie de guerra a los jueces, que tomaron el posado como una burla.

El episodio más descarnado lo sufrió cuando, en 2009, fue madre soltera de Zohra, una niña que ahora tiene 14 años. Su paternidad fue secreto durante cinco años y motivó una atolondrada quiniela de nombres, siempre hombres influyentes o adinerados. José María Aznar se hizo con el puesto favorito de esta peregrina lista después de que la propia Dati disparase que tenía bigote, pura cortina de humo. En este caso, fueron los abogados de Aznar los que frenaron en seco tal difamación.

La dura vida de su hija

En 2014, la Justicia acabó reconociendo la paternidad al millonario Dominique Desseigne, un apuesto y reservado viudo con fama de conquistador que se negó a la prueba de paternidad escudándose en los supuestos idilios que la exministra mantuvo al mismo tiempo. La víctima de tanto escarnio ha sido la niña, acosada casi desde que nació. Durante años sufrió amenazas de muerte y atosigamiento psicológico. Llegó incluso a recibir ataúdes en su domicilio.

La adolescente ya muestra carácter y pide a la madre que modere su locuacidad y esa personalidad volcánica. «Cada vez que aparezco en ‘‘Daily’’ o en un programa de televisión con público adolescente, se pone de mal humor para una semana», ha declarado a «Le Point». El caso es que sus entrevistas con Yann Barthes disparan las audiencias. Un último murmullo es que ha puesto sus ojos en Macron. Amiga y confidente de su mujer, Brigitte, parece improbable. Ni siquiera, políticamente Dati cruzaría el Rubicón ahora que se ve como candidata natural de la derecha para las próximas elecciones.

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