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Costa Plaza de Castilla

La Razón
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Cuando casi toda España descansaba un mes de Belén Esteban, que con todo merecimiento se iba de vacaciones; cuando todos pensábamos que podía estar en Costa Crucero, en la costa Maya o incluso en Costa Rica, fíjense que estaba en costa Plaza de Castilla, en la suite juzgado de guardia. Lo dicho. Ni ella descansa ni los españoles tampoco. ¿Por qué sucede este pequeño drama? Porque un vecino coñazo y además infiel decidió que también quería su parte del éxito que tenía la vecinita de enfrente. Urdió un plan maquiavélico: se hizo amigo de la Campanario y de Jesulín. Este último llegó a tener tanta confianza que cuando iba a visitar a su hija hacía parada y fonda en la casa del citado infiel. Con gran habilidad, el vecino hizo llegar a los medios toda la historia. Belén, cargada de razón, se sintió traicionada. Ella no quiere medias tintas, se está con ella o contra ella; y más teniendo con este señor solamente un tabique de por medio. Su incontenible furia, me refiero a la Esteban, saltó a los platós. El vecino vio el cielo abierto, había caído en su trampa. Y a partir de ese momento ya era carne televisiva. Para rematar la faena, demandó a la «princesa del pueblo» por amenazas. Incomprensiblemente, los juzgados, colapsados por mil casos importantes y graves, aceptaron tan estúpida demanda y en un tiempo récord, a juicio. A las puertas de los juzgados no se habían visto tantas cámaras desde el juicio del 23F. No lo podrán creer, la pena máxima que se le puede pedir a la rubia Belén son 300 euros de multa. El demandante, estamos hablando del infiel vecino, entra y sale del juicio por una puerta trasera. No hay duda de que tiene ya un plató bajo contrato. Vamos, que se va a llevar, no 300 euros, sino un buen dinerito. Éstos son los beneficios de tener a la Esteban de vecina. Lo de los juzgados, una canallada.