Estados Unidos

La batalla por los estados que abren las puertas de la Casa Blanca

A tres meses de las elecciones presidenciales. Donald Trump y Joe Biden se centran en los 211 votos electorales aún en juego

Donald Trump
Joe Biden y Donald Trump, en imágenes de archivolarazonAP

Si Joe Biden vuelve a la Casa Blanca, esta vez como vicepresidente, habrá protagonizado un periplo colmado de giros, emociones de alto octanaje y súbitos eclipses seguidos de imposibles recuperaciones. Desde luego el viento de los sondeos sopla a su favor: la suma de las últimas 7 encuestas, realizadas entre el 17 y el 30 de julio, le concede una ventaja media de 7,4 puntos. De producirse hoy las elecciones en Estados Unidos un 49,4% de los encuestados afirma que votaría por Biden, frente al 42% que apoyaría a Donald Trump.

Para ganar las elecciones son necesarios 270 votos electorales de un total de 538. Ahora mismo Biden parece tener asegurados 212 frente a los 115 de Trump. Otros 211 siguen en el alero, muchos de ellos concentrados en estados decisivos, como los 38 de Texas, los 29 de Florida, los 20 de Pensilvania, los 18 de Ohio y los 11 de Arizona. Y un detalle crucial: incluso aunque las encuestas daban como ganador a Biden durante meses muchos electores han respondido que Trump tenía más posibilidades de reeditar su triunfo. Ya no.

Lo demuestran no sólo los números de los sondeos del “US Today” y otros, sino también, como escribe Greg Sargent en el “Washington Post”, el hecho de que Trump haya cambiado de director de campaña hace apenas quince días. Por si fuera poco la campaña del presidente ha empezado a invertir grandes de dinero en anuncios de televisión consagrados a masacrar a Biden en estados «en estados como Georgia, Carolina del Norte y Ohio, que Trump ganó en 2016 por ocho puntos». «Incluso hace unos meses», sentencia Sargent, «la gente se habría reído si alguien hubiera sugerido que estarían seriamente en juego».

La caída de Brad Parscale y las señales que envían los spots demuestran que si bien «nada de esto significa que Biden está seguro de ganar», y aunque «Trump aún podría imponerse», una persona parece haber admitido que su tiempo podría acabarse: el propio Trump.

Para robustecer sus opciones Biden necesita acertar en algunas cuestiones, mantener el rumbo en otras y, finalmente, esperar a que su rival mantenga su feroz obcecación en otras. Está, para empezar, el asunto del candidato a vicepresidente. Presumiblemente candidata. Biden tiene previsto anunciar a la persona elegida esta misma semana.

Aunque resulta complicado contentar a todos los sectores del partido demócrata, y aunque sea casi imposible concitar el entusiasmo combinado de los militantes más escorados a la izquierda y el de los votantes más centrados, los partidarios de Bernie Sanders no harán como en 2016 y la gente que apoyaba a Elizabeth Warren tiene claro que, en esta ocasión, votará a quién sea con tal de que caiga Trump.

Biden está logrando una campaña bastante más inclusiva y simpática que la de su rival, y ha sabido aprovechar a favor de la visceral necesidad del actual presidente para transformar cualquier asunto, de los debates entorno a las mascarillas a la discusión sobre la brutalidad policial, las dudas respecto al origen del covid-19 o, incluso, la propia naturaleza de la enfermedad, en una confrontación partidista y/o una escaramuza cultural. Tampoco beneficia a Trump no haber acudido a los funerales en honor de John Lewis. Estuvieron, y hablaron, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama. Pero Trump prefirió ausentarse. Sucedió algo similar en el funeral del senador John McCain.

Aunque en 2016 el electorado parecía dispuesto a comprometerse con una figura que alardeaba de outsider las tornas podrían haber cambiado. La muerte de George Floyd, los disturbios raciales, los más populosos y violentos en décadas, las reclamaciones de movimientos como “Black Lives Matter” y las críticas al despliegue de agentes federales en ciudades como Portland conspiran en contra de un presidente que florece en el enfrentamiento y parece mucho peor equipado para aglutinar voluntades y restañar heridas. Nadie imagina a Biden trasladando el retrato de Trump de una de las habitaciones principales de la Casa Blanca a un trastero.

Pero es eso, exactamente, lo que ha hecho este mes Trump con los retratos de George W. Bush y Clinton.

A favor de Biden también juega la economía, que premia al gobierno cuando los números son positivos y castiga durante las crisis. El mejor argumento de la Administración Trump, que fue capaz de surfear y potenciar la luminosa herencia económica recibida de su antecesor, cruje hasta los cimientos por culpa de la pandemia. Los datos son devastadores. La tasa anualizada de la economía de Estados Unidos ha encogido en un 32,9% durante el segundo trimestre de 2020. Para entender la caída basta compararlo con la crisis de 2008, casi anecdótica frente a los números de 2020.

En cuanto a la esperanza de una recuperación en uve la epidemia, lejos de ceder, se sigue recrudeciendo en casi todo el país. Con lo que cae la esperanza de una desconfinamiento radical. Algo complicado si uno escruta las predicciones de muertes de los 30 modelos matemáticos consultados por el CDC: entre 168.000 y 182.000 para el 22 de agosto.

En cuanto las predicciones electorales por supuesto que las cosas pueden cambiar. Estados como Minnesota, que parecían decantarse por Biden, ahora muestran un empate, mientras que Missouri, que parecía inclinarse por Biden, habría girado ligeramente en favor de Trump. Pero mucho tendrá que afinar su campaña, y mucho debería de torcerse la de Biden, para que Trump protagonice otra sorpresa como la de 2016. Y el pulso se extiende más allá del ejecutivo.

En el Senado, donde la mayoría se alcanza a partir de los 51 escaños, los republicanos todavía mantienen una cierta ventaja, con 38 escaños más o menos seguros, 6 probables y 3 más dudosos, para un total de 47, frente a los 39 seguros, 3 probables y 4 dudosos, para un total de 46, de los demócratas. Otros 7 escaños, repartidos entre Arizona, Georgia, Iowa, Maine, Michigan, Montana y Carolina del Norte permanecen en el alero y podrían caer hacia cualquiera de los dos partidos.

Tanto Biden como Trump saben de la importancia decisiva del Senado. Para los demócratas porque les concedería una robusta mayoría en el legislativo, no probada desde los dos primeros años de Obama, mientras que los republicanos, incluso aunque perdieran la Casa Blanca, aspiran a conservar la llave para cuestiones tan decisivas como la elección de jueces del Tribunal Supremo. Cómo será de crucial la Cámara Alta que el líder de la mayoría republicana, Mitch Mcconnell, le habría dicho a sus correligionarios que no duden en alejarse de Trump si lo consideran necesario para revalidar su asiento.

Biden, entre tanto, apura las semanas previas a la convención demócrata, diseñada al milímetro para desarrollarse en internet. Todo lo contrario que la de los republicanos, amenazados por la obcecación de Trump en hacer algo presencial, convencido contra pronóstico de que la covid-19 sería apenas un mal recuerdo a finales de agosto.