España

Análisis

El Gobierno de Pedro Sánchez persiste en dar la espalda a Marruecos

La realidad confirma que las relaciones entre España y Marruecos están atravesando su peor tensión diplomática desde 2000

Agentes de Policía y personas migrantes en la playa del Tarajal, a 17 de mayo de 2021, en Ceuta
Agentes de Policía y personas migrantes en la playa del Tarajal, a 17 de mayo de 2021, en CeutaAntonio SempereEuropa Press

En su respuesta a la prensa después de que se filtrara la noticia de la entrada del jefe del Polisario, Brahim Ghali, a España con una documentación falsificada, Arancha González Laya, ministra española de Asuntos Exteriores, enfatizó que este asunto no perturba las relaciones entre España y Marruecos. La ministra española terminó su respuesta describiendo dichas relaciones como excelentes a todos los niveles.

A luz de los desencuentros que se han producido en dichas relaciones en los últimos seis meses, parece que el Gobierno marroquí no comparte la misma opinión que la jefa de la diplomacia española. ¿Por qué llamarse a engaños? Habría que llamar a las cosas por su nombre. Por más que las declaraciones de los responsables españoles quieran dar la impresión de que todo está bien, la realidad confirma que las relaciones entre España y Marruecos están atravesando su peor tensión diplomática desde 2000 cuando el entonces presidente del Gobierno español, José María Aznar, usó un lenguaje amenazante contra Marruecos a raíz de la renuencia de éste de renovar el Acuerdo de pesca con la Unión Europea, que había expirado a finales de 1999. Aquella crisis diplomática tuvo como colofón la crisis de la Isla Perejil o Leila en julio de 2002.

Un impulso de la cooperación

Hubo que esperar hasta la llegada del Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero para asistir a una mejoría substancial de las relaciones bilaterales y a un a nuevo impulso de la cooperación en todos los ámbitos. Los contactos entre responsables marroquíes y españoles volvieron a ser más fluidos y marcados por un verdadero espíritu de aparcar todos los temas conflictivos y centrarse en el estrechamiento de lazos económicos, culturales y de seguridad.

A raíz de este nuevo espíritu cooperativo, España consolidó su posición como máximo socio económico de Marruecos, desplazando a Francia que había gozado de este estatus durante más de cinco décadas. La cooperación en materia de seguridad, de lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y la inmigración indocumentada se disparó a niveles nunca vistos.

Las reivindicaciones marroquíes sobre Ceuta y Melilla desaparecieron del discurso diplomático marroquí. Por otra parte, hubo algo así como un pacto tácito en virtud del cual España abandonó la posición de neutralidad negativa que el Gobierno Aznar había adoptado y la reemplazó por una posición de neutralidad positiva e incluso cada vez más inclinada o favorable hacia la tesis marroquí. Lo cual se tradujo en el apoyo del Gobierno Zapatero al proceso político liderado por la ONU desde 2007 en la necesidad de llegar a una solución política mutuamente aceptada por las partes implicadas en el contencioso territorial del Sáhara.

Con la llegada del Gobierno del Partido Popular liderado por Mariano Rajoy, hubo algunas aprehensiones de que éste retomara la política asumida en su día por José María Aznar. Lo que ocurrió fue más bien lo contrario. Las relaciones bilaterales continuaron su curva ascendente. Con Rajoy en el poder, ambos países dieron muestras de que sus relaciones maduraron y transcendieron la ideología del partido al frente del poder en España. Desde luego, hubo algunos incidentes menores de vez en cuando, pero la voluntad de ambos países de seguir trabajando con espíritu de cooperación y consultas continuas ayudó a superar las diferencias y a contener su impacto. El Gobierno Rajoy siguió la misma línea trazada por el Gobierno Zapatero con respecto a la cuestión del Sáhara, tratando a toda costa de evitar cualquier traspié que pudiera ser interpretado como hostilidad hacia Rabat o contrario al espíritu de cooperación y de respeto mutuo.

Carencias diplomáticas

Con la llegada del Gobierno de Pedro Sánchez al poder, parecería que la fluidez en la comunicación entre ambos países se ha visto averiada y hasta es posible que se haya roto. Parecería como si el actual Gobierno español hubiera dimitido de su responsabilidad de aportar su impronta y su contribución a la salvaguarda de las buenas relaciones entre España y Marruecos. Mientras los responsables del Gobierno español han reiterado por activa y por pasiva que las relaciones bilaterales son “excelentes”, ese discurso no se traduce en la práctica española de posiciones ya no favorables a Marruecos, pero al menos encaminadas a no crear roces diplomáticos indeseados. Parece que el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos sufre de una manifiesta insensibilidad, presenta carencias diplomáticas y muestra extrema torpeza en su trato hacia Marruecos.

La entrada del jefe del Polisario en España con documentación falsa ejemplifica esta torpeza. El hecho de que el Gobierno español se las amañe para dar acogida al jefe de un movimiento separatista que ha declarado la guerra a su máximo socio en el mundo árabe y en el continente africano, a sabiendas de que pesan sobre él acusaciones de crímenes contra la humanidad y de que está solicitado por la Justicia española, es una muestra de que a este Ejecutivo le falta mucha experticia, sentido y conocimiento político. Para colmo, el jefe del Polisario fue aceptado en España sin que la diplomacia española se hubiera tomado la molestia de informar a su homóloga marroquí y, al parecer, sin siquiera notificar al Poder Judicial español para que la Justicia actúe como corresponde habida cuenta de los requerimientos que pesan sobre Ghali.

Un acto de hostilidad

Este comportamiento ha sido interpretado por Rabat y por la opinión marroquí como un acto de hostilidad caracterizada y premeditada. ¿Cómo habría caído en España qué Marruecos diera cobijo a algunos separatistas catalanes o a ETA cuando ésta cometía atentados en contra de España y de sus intereses? Seguramente España hubiera reaccionado con furia y firmeza ante tal provocación y la opinión estaría comprensiblemente indignada.

Hasta Alemania que tiene intereses y relaciones económicas menos densas con Marruecos y cuya seguridad no depende ni mucho menos de la cooperación marroquí en la lucha contra la inmigración ilegal o el terrorismo, a diferencia de España, rechazó acoger a Ghali. Hay una diferencia entre aceptar la entrada de un jefe de Estado y recibir al jefe de un grupo separatista acusado de haber cometido crímenes contra la humanidad.

El desatino del Gobierno Sánchez no es sino el colofón de una serie de desaires que este Gobierno ha cometido en los últimos meses contra Marruecos. El primero fue la posición hostil del jefe de Unidas Podemos y entonces vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. Yendo en contra del proceso político liderado por la ONU y la posición que España había venido adoptando, Iglesias instó a la ONU a implementar una resolución del Consejo de Seguridad de 1995, enfatizando la necesidad de permitir a los saharauis ejercer su derecho a la autodeterminación mediante un referéndum que les garantice la independencia y desconociendo con ello las sucesivas resoluciones del Consejo de Seguridad que han cambiado ostensiblemente en la última década.

A renglón seguido, la jefa de la diplomacia española reaccionó airadamente a la decisión del expresidente estadounidense, Donald Trump, de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara.

Es más, la diplomacia española quiso contactar con la administración del presidente Joe Biden para tratar de persuadir o convencerla de revertir la decisión tomada por su antecesor. A la larga, sus esfuerzos cayeron en saco roto. Para más inri, en este contexto de tensión latente con Marruecos, España decide de forma intempestiva dar un nuevo ímpetu a sus relaciones con Argelia y para ello reservó una acogida digna de un jefe de Estado a Sabri Boukadou, el ministro de Asuntos Argelinos, el pasado marzo.

El que la diplomacia marroquí decida convocar al embajador de España en Marruecos para pedirle aclaraciones sobre la decisión de acoger al líder del Polisario, de deplorar dicha decisión y de preguntarse por los motivos por los cuales se decidió acogerlo bajo falsa identidad y sin informarle es una señal clara de que este paso en falso del gobierno español ha enfurecido al gobierno marroquí. Rabat no tomó una decisión similar ni siquiera cuando Pablo Iglesias se posicionó a favor de las aspiraciones separatistas del Polisario en noviembre.

Una revisión necesaria

Un Gobierno responsable no habría asumido el coste de la decisión tomada por España que optó por no informar previamente de su decisión respecto a Ghali, evidenciando con su proceder la omisión de cualquier signo de consideración, estima, respeto o buena fe hacia su vecino y “socio privilegiado”. Este comportamiento devela la intención deliberada de irritar a Marruecos o acusa la inexperiencia y la negligencia del Gobierno español y de su diplomacia que actúa en contra del espíritu de cooperación y respeto mutuo y del contacto continuo que debe imperar en las relaciones bilaterales, así como en el Tratado de Amistad y Buena Vecindad y Cooperación.

El aplazamiento sine die de la Reunión de Alto Nivel que estaba prevista para diciembre pasado fue una clara señal, por parte del Gobierno marroquí, para que el Gobierno español revise y redimensione su política exterior hacia Marruecos y cambie el rumbo, revitalizando las relaciones bilaterales hoy enturbiadas por la falta de una diplomacia profesional y efectiva ya muy lejana del nivel que demostró la diplomacia española en las relaciones bilaterales con Marruecos durante las últimas cuatro décadas y particularmente durante los Gobiernos de Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.

Por más que la jefa de la diplomacia española trate de quitarle hierro a este acontecimiento, lo cierto es que la convocatoria del embajador español viene a confirmar que la corriente entre ambos gobiernos no pasa y que hay mucho camino por correr antes de que las aguas vuelvan a sus cauces. Y quizá esto no se producirá durante el resto del mandato de Pedro Sánchez y habrá que esperar que el ejecutivo que resulte de las próximas elecciones generales españoles tenga una visión clara de sus relaciones con Marruecos y las maneje con más sutiliza, sabiduría y tacto.

Ojalá el próximo Gobierno sea más profesional y estratégico. Hace unos años, el investigador del Real Instituto Elcano, Gonzalo Escribano, presentó un pertinente análisis en el que hablaba de asumir “Un nuevo discurso para las relaciones económicas entre Marruecos y España”. Asimismo, planteó la oportunidad de adoptar un relato diferente que medie en la relación bilateral y que sustituya conceptos del pasado por “competitividad compartida”, “complementariedad dinámica”, “mecanismos de anticipación” y “convergencia de preferencias”. El cambio de mentalidades, de lenguaje y de relatos en la política exterior española respecto a la necesidad de dimensionar, redimensionar y otorgar el lugar que corresponde a su relación con Marruecos, vecino y socio estratégico, será clave para el futuro de la relación bilateral.

Samir Bennis es doctor en Relaciones Internacionales y especialista de las relaciones hispano-marroquíes