Repudio

El “no a la guerra” de los rusos: “Por mis venas corre sangre ucraniana. Tengo miedo y un dolor insoportable”

LA RAZÓN reúne a rusos con raíces ucranianas que condenan la agresión iniciada por su presidente Vladimir Putin

Testimonios jueves
Testimonios juevesLa Razón

El desgarro y la tristeza tienen estos días de infamia muchas caras. Una de ellas es la de los millones de ciudadanos rusos con raíces en Ucrania. Su condición mestiza, por otra parte una realidad más que habitual en tiempos de la Unión Soviética, los coloca en una dolorosa e incómoda situación, atrapados literalmente entre dos fuegos. Lejos de percibir el conflicto ruso-ucraniano en blancos y negros, sus posiciones son mucho más matizadas de lo que pueda imaginarse desde fuera. Pero coinciden en expresar su repulsa a una guerra que empezó mucho antes de que Putin iniciara la invasión ucraniana y que auguran prolongada en el tiempo.

«Soy rusa y por mis venas corre sangre ucraniana. Quiero que esta pesadilla termine y deje de morir gente inocente. Estoy en contra de esta acción militar. No quiero que maten a mis amigos. Estoy en contra de la política exterior de mi país», afirma Tatiana Podryadchikova. Natural de San Petersburgo, esta empleada de una agencia inmobiliaria admite «tener miedo y un dolor insoportable como mujer y como persona». «No responderé al odio con odio. No seré un eslabón más en esta cadena del mal», asegura a LA RAZÓN.

Vergüenza y dolor son dos de los sentimientos que comparten entre estos rusos con vínculos en la agredida Ucrania. «Soy ciudadana de la Federación de Rusia y condeno categóricamente la agresión a Ucrania. Esta guerra no está ni puede estar justificada. Estoy avergonzada, rota y dolida por lo que está haciendo Putin», expresa Valentina Ignatenko.

La profesora musical, hija de un ucraniano de Kiev y residente la mayor parte de su vida en Moscú, ruega a sus compatriotas que «despierten». «El silencio y las posiciones apolíticas en estos momentos es un crimen», asevera este periódico la joven nacida en Ekaterimburgo hoy residente en Estambul. Al margen de estos millones de rusos con algún vínculo de sangre con Ucrania, lo cierto es que la mayoría de ucranianos residentes en la Federación Rusa la fueron abandonando a partir de 2014, año en que Moscú se anexionó Crimea. Desde entonces las conexiones aéreas y ferroviarias directas quedaron suspendidas, lo que convirtió en una auténtica odisea cruzar una frontera históricamente porosa. Inexistente una parte importante de la historia contemporánea.

Así fue para la familia del periodista Vitali Litvinenko, cuyo periplo relata a LA RAZÓN. «Mi apellido es cien por cien ucraniano: Litvinenko. Lo llevo gracias a mi abuelo Piotr nacido en 1920 cerca de la ciudad ucraniana de Sumí. Su esposa era cien por cien rusa, se llama Irina. Nació en Smolensk, en la frontera con Bielorrusia. En los primeros años de la posguerra, conoció por correspondencia a mi abuelo, compró un pasaje de tren y se casó con él en la república soviética de Armenia, donde pasarían toda su vida. Mi madre nació, por tanto, del amor de una rusa y un ucraniano», explica Litvinenko, que reside en la localidad rusa de Krasnodar.

«Odiar a Ucrania se convirtió en política nacional del Estado ruso. Pero en el sur de Rusia nadie te va a hacer nada malo por ser ucraniano, imposible, porque todos somos una mezcla aquí», relata el periodista, quien ha trabajado varios años en una explotación minera en Guatemala rodeado de trabajadores ucranianos y rusos.

«No era necesario un operativo especial, como lo llama el Estado ruso. La élite política ucraniana es corrupta y asquerosa, comete errores y no sabe cómo convivir ni hablar. Pero los errores que comete la clase política en Ucrania no pueden servir de excusa para que nosotros, los rusos, hoy cometamos nuestros propios errores», deja claro Litvinenko. «Pero hoy, si me preguntas si Rusia debería detenerse ahora, creo que no», admite el joven.

Por otra parte, Litvinenko avisa de un rebrote patriótico ruso como consecuencia de las duras medidas que la comunidad internacional está adoptando contra Moscú. «La reacción internacional es 100% antirrusa. Si todo el mundo está en contra de Rusia, ¿quién quedará con nuestro país? Las condiciones de vida en Rusia se van deteriorando. Lo siento, pero no puedo unirme a esta multitud que actúa contra Rusia. Mucha gente que no tiene culpa de lo que está pasando pagará las consecuencias ahora», lamenta.

Desde Moscú, el arquitecto Artem Sukhov no oculta su vergüenza. «La situación es horrenda desde todas las partes. Desde la disolución de la URSS la gente no se ha acostumbrado a que Ucrania y Rusia son dos Estados. Y pasados 30 años esto se ha materializado en guerra y odio mutuo. Estoy en shock, avergonzado, decepcionado y tengo miedo», resume.

Residente en Moscú, su madre y abuelos son ucranianos y durante años lo habitual para él era viajar a Ucrania en vacaciones para reencontrarse con el resto de su familia. «Desde que esto empezó no he dejado de llamar a mis amigos en Ucrania para pedirles perdón», confiesa a LA RAZÓN.

«Reconozco la responsabilidad de Rusia y no justifico la acción militar, pero creo que Ucrania es víctima y moneda política de unos y otros, y no puede negarse que Rusia fue provocada. La guerra durará bastante tiempo», advierte Sukhov. Como el periodista Litvinenko, el arquitecto Sukhov teme por el futuro próximo de Rusia: «Me temo que esto va a acabar en un boicot internacional contra los rusos y otro golpe a nuestro desarrollo y libertades. Me gustaría creer que lo que está pasando estimule a los europeos a interpretar el sistema presente de otra manera. Tal vez la OTAN está desfasada, como la URSS lo estuvo un día, y Europa ya no la necesite».