Análisis

Carlos III, la Commonwealth y un nuevo contrato real

El nuevo monarca hereda 14 jefaturas de Estado de los 53 países que configuran la mancomunidad que está en riesgo de menguar

La proclamación de Carlos III como rey de Inglaterra en el balcón del palacio de St James con una fanfarria de trompetas y una interpretación de «God Save the King» marcó ayer el «back in bussines» como dicen los ingleses de la nueva era carolina después de un primer día de luto por el fallecimiento de la reina Isabel II. Las banderas volvieron a ondear a todo lo alto en los palacios reales de todo Reino Unido para marcar la proclamación del nuevo monarca y permanecerán así hasta hoy, cuando se leerá su ascensión al trono de Carlos en ceremonias separadas de Escocia, Gales e Irlanda del Norte.

Países de la Commonwealth
Países de la CommonwealthMiguel Roselló

Una multitud de miles de seguidores de la monarquía británica se reunió ayer al mediodía alrededor del Royal Exchange, al lado del Banco de Inglaterra, para ver al conde mariscal, duque de Norfolk, leer la proclamación de Carlos III por segunda vez, flanqueado por las autoridades de Londres y los guardias de ceremonias.

Carlos III es ya oficialmente rey de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, pero también hereda 14 jefaturas de Estado de los 53 países repartidos entre América y el Caribe, Europa, África y Asia que integran la Commonwealth. En abril de 2018, los líderes de esta mancomunidad de naciones decidieron en una reunión a puerta cerrada en el Castillo de Windsor que el entonces príncipe de Gales sucedería a su madre Isabel II cuando ésta falleciera. La difunta reina era la cabeza de esta institución pero el cargo no era hereditario. La decisión de hace cuatro años dio un respiro al eterno aspirante al trono.

Los Windsor y la Commonwealth son una rareza contemporánea junto a las monarquías parlamentarias europeas entre las que se encuentra España y otros Estados más pequeños como los escandinavos, Bélgica, Dinamarca o Países Bajos. Las potencias europeas optaron por ser repúblicas: Francia, en 1870 y Alemania, en 1918. Más tarde, lo hizo Italia, en 1946 tras la Segunda Guerra Mundial. Luego están las monarquías árabes que son autoritarias y poco tolerantes con la pluralidad política. En Asia está la excepción de Japón que sí ha podido desarrollar un modelo constitucional propio mientras el emperador retiene la jefatura del Estado. La transición de la monarquía absolutista a una monarquía parlamentaria es uno de los mayores éxitos de la historia británica y el carácter de Isabel II ha sido fundamental para consolidar este sistema en el siglo XX sin caer en la irrelevancia y sin traspasar las líneas políticas que pertenecen a los dirigentes elegidos legítimamente por las urnas. El equilibrio no es fácil, pero es imprescindible para la supervivencia de la institución. La imparcialidad y la neutralidad probablemente sea el mayor legado que ha dejado Isabel II a su hijo. En un mundo tan polarizado como el que vivimos el activismo político no es una cualidad que deba cultivar un monarca. El rey puede dar una estabilidad a la nación por encima de la trifulca política.

Carlos III ha tenido muchos detractores como Príncipe de Gales, pero como apunta «The Times» a menudo hacía de pararrayos para los críticos con la monarquía hereditaria que no querían descargar sus tintas contra Isabel II. Han pasado más de dos décadas de su traumático divorcio con Diana, la princesa del pueblo, y los reproches de entonces no tienen sentido. Estamos en los primeros compases de la era carolina, pero ya se pueden detectar algunas diferencias respecto a Isabel II. En su primer discurso a la nación trató los asuntos principales: Estado, Iglesia y Commonwealth, pero también se permitió algunas licencias, especialmente en su homenaje final a su «querida mamá, mientras comienzas tu último viaje para unirte a mi difunto papá». Isabel II solía ser más formal en sus discursos públicos. Su afirmación de que, como rey, sería el defensor de todas las religiones es apropiada para el país multicultural en la que se ha convertido Reino Unido desde 1952. Cuando el Papa nombró a Enrique VIII «defensor de la fe» en 1521, Inglaterra era católica; ahora es un país multiconfesional. La admiración que ha demostrado por el islam, el judaísmo, el hinduismo o el budismo, así como el cristianismo, lo muestran como un monarca conectado con la realidad. Asimismo, la aceptación de seguir siendo la cabeza de la iglesia Anglicana aleja la posibilidad de un cambio en las relaciones Iglesia y Estado. Carlos III busca una renovación de la corona, pero sin renunciar a las tradiciones.

De todas las palabras de su discurso hay una que destacó por encima de todas: la de servicio. La forma en que habló y saludó a la multitud que el jueves estaba frente al Palacio de Buckingham demuestra un deseo de contacto con sus súbditos. El contrato que sea capaz de establecer con los británicos desde hoy hasta los días que quedan por llegar garantizará la supervivencia de la monarquía británica. Carlos III tendrá un gran reinado si al final de su mandato Reino Unido sigue intacto y la Commonwealth sigue siendo un espacio común de intereses y tradiciones entre distintas nacionales. Pasará a su hijo Guillermo la obligación de preservarlo como Isabel II ha hecho con él.