Matanza del 7-O
El regreso a Nir Oz, el kibutz de los horrores: "Nuestras vidas están aquí"
Comienza la reconstrucción de la comunidad más castigada por Hamás el 7-O. Sus vecinos, ante el dilema de si volver o no a Nir Oz
Han pasado más de 70 días desde el ataque de Hamás contra Israel y uno de los lugares donde los terroristas más se cebaron contra la población fue en el kibutz de Nir Oz, a 1,6 km de la Franja de Gaza. No es difícil revivir las atrocidades cometidas en esta comunidad de 400 vecinos. Casas calcinadas, refugios acribillados a tiros, paredes y suelos impregnados con la sangre de sus otrora dueños... Hasta en el amplio comedor, aún se mezcla el olor a comida caducada con el de los cadáveres que fueron recuperados y apilados en las neveras durante los primeros días. En total, 100 personas han sido asesinadas o secuestradas por Hamás.
«Aún hay 35 vecinos capturados, creemos que están en Jan Yunis», explica Amit, quien se crió en este kibutz y ahora ha vuelto para ayudar a replantar y reconstruir su comunidad.
Esta vez sí, varios soldados israelíes patrullan por sus recoletos caminos. Aquel fatídico sábado, no llegó ninguno en las primeras horas. Entraron 100 terroristas con «pick ups» Toyota, camionetas, motos... «Después ingresaron otras 100 personas, que en teoría eran civiles» de Gaza, y saquearon este lugar, asevera Amit, para quien ya no hay distinción. En este kibutz residían muchos izquierdistas, personas que creen en la paz y en la coexistencia, e incluso algunos que ayudaban a trasladar a civiles de la Franja para que pudieran recibir tratamiento oncológico en Israel.
El verde, la naturaleza, es el leitmotiv de este kibutz que se fundó en 1955. Sus primeros pobladores lograron ganarle la batalla al desierto. Algunas casas, milagrosamente, aún conservan la esencia, con sus jardines delanteros, sus hamacas tendidas a la sombra de los árboles y los porches llenos de bicicletas. Pero el 30% ha sido completamente destruido, la vileza las ha marcado para siempre.
Es el caso de Guil, de 60 años, que ha vuelto por primera vez a su hogar desde la matanza. Está completamente calcinada. «No he podido recuperar nada», reconoce este superviviente.
Recuerda que su mujer y él estaban durmiendo y salieron corriendo hasta el refugio. Allí, se ocultaron, sin teléfono y sin relojes. Dos horas después, los terroristas dispararon contra el cierre de seguridad, haciendo imposible que ellos entraran. «El mecanismo se atrancó, por eso nos salvamos».
Pasaron las horas y «los escuchábamos moverse todo el rato, quemar cosas». Por fin, se hizo el silencio y tras él oyeron hablar en hebreo. Al mirar un poco por la ventana vieron a los soldados del Ejército israelí y al enfermero del kibutz. Habían pasado 11 horas dentro del refugio. Eran las 17:30. «Nos dijeron que era seguro salir».
Guil aún retiene algo de su sentido del humor y confiesa que él y su mujer duermen desnudos. Así que gracias a que encontraron una bolsa de ropa de su hija, que había estado de visita la semana anterior, pudieron taparse con algo. Él salió con las bragas de su hija puestas, se ríe.
Aunque al mirar su hogar, le cambia el gesto. «No es mi casa. La última vez que la vi no era así», lamenta Guil, que es el encargado de mantenimiento de Nir Oz. Ahora viven en un apartamento en Tel Aviv. Todavía no sabe si volverá o no. «Mi esposa nació aquí, hemos vivido 40 años aquí, hemos tenido tres hijos aquí. Nuestras vidas están aquí», reconoce.
Boaz también ha vuelto por primera vez a la casa en la cual se crió. Los terroristas se llevaron a su padre, Arye Zalmanovic. Primero pensaban que estaba desaparecido, después lo dieron por secuestrado y hace tres semanas Hamás subió un vídeo dándolo por fallecido.
«Los médicos nos dicen que al 99% de posibilidades está muerto, aunque es difícil de saber, el vídeo es muy corto», admite Boaz. «Mi padre no recibió tratamiento, lo mataron de hambre. En 67 días, la Cruz Roja no visitó a nuestros secuestrados», añade. «Algunos de los liberados nos han contado que a mi padre no le daban comida, fue estrangulado por Hamás al negarle también su tratamiento médico».
Zalmanovic es muy querido en el kibutz, ya que es uno de los fundadores. Vivió aquí desde la primera piedra hasta el 7-O. «Era una eminencia del cultivo del trigo a nivel nacional», sugiere Amit.
Su hijo recuerda que a pesar de su avanzada edad, 86 años, «él se vestía con su mono azul y salía al campo a trabajar. La gente de este kibutz es muy trabajadora». Sobre si Boaz quiere recuperar el cadáver de su padre, reconoce que su progenitor le hubiera dicho que lo importante es que vuelvan los vivos, «luego ya preocúpense por mí, pero yo ya estoy muerto».
En este kibutz fue asesinada la primera víctima del 7-O: Bracha Levinson, de 74 años. «Escucha los bombardeos a las 6:30. No entiende qué pasa. Llama a sus hijas. A las 6:50 sale al salón. Los terroristas le quitan el teléfono abren Facebook y la matan en directo, frente a la mirada de sus hijas. Después queman la casa», describe Amit.
Por desgracia, hay mucho material para que los forenses reconstruyan lo sucedido. Varias ejecuciones fueron grabadas y subidas a las redes sociales de los perpetradores. A algunas víctimas se ha tardado alrededor de un mes en poder ser identificadas «porque no había caras, ni dientes». La cifra de secuestrados fluctuó desde el principio, pues hasta que no se llevó a cabo una exhaustiva investigación y «no se halló algún pequeño hueso» se pensaba que más vecinos estaban en manos de Hamás.
Óscar Bejarano, un arquéologo de origen boliviano, trabaja estos días en Nir Oz. Está al frente de un proyecto de documentación intensiva en todos los kibutz que fueron atacados alrededor de la Franja de Gaza. «El objetivo es intentar tener una foto más precisa de toda la destrucción que se ha hecho para que sea parte de la documentación histórica del pueblo de Israel», cuenta en plena faena.
Los más afortunados de la sangrienta jornada, al igual que Guil, lograron encerrarse en su «sala segura» y los terroristas de Hamás no pudieron acabar con ellos. Para otros, el refugio no fue su salvación, al tener cerrojo por dentro y por fuera, no fueron capaces de aguantar tanto tiempo sujetando el cierre. Ocho horas después, el Ejército seguía sin socorrerles. En esas horas, a los terroristas de Hamás les dio tiempo a robar comida, juguetes, maquinaria de agricultura, tractores, ropa interior y hasta a cambiar Netflix y ponerlo en árabe y verse un capítulo.
La suerte que tuvieron los padres de Amit, es que en el momento del ataque estaban con su nieta y su marido. «Se metieron en la sala segura, sin luz, y guardaron silencio. Los terroristas no les vieron. Comieron algo en la cocina y después decidieron quemar la casa por si había alguien, que saliera o muriera asfixiado con el humo», relata.
«Aguantaron una hora gracias a unas telas humedecidas. El esposo de la nieta logró romper la ventana y ayudar a todos, uno por uno a salir. Se escondieron detrás del cuarto de herramientas. Tendidos. Ocultos bajo el pie de una gran maceta. Aguantaron dos horas, la pared de su casa estaba ardiendo y tuvieron que huir hasta el depósito. Consiguieron que no les vieran, y así sobrevivir».
Amit cuenta que si había alguien joven en la casa, había más posibilidades de supervivencia. En otras, las sillas de ruedas ennegrecidas, vislumbran lo sucedido.
Amit, que ha abandonado temporalmente su empresa de alta tecnología dedicada a la polinización –debido a la lacra de las abejas–, viene cada día para controlar las entradas y conseguir que los campos sigan dando frutos.
«Plantamos pomelos, aguacates, flores para que haya esperanza. Para que todos sepan, los que vivían aquí y el mundo entero, que quien quiera, puede volver a vivir en este lugar».
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