Asia

Taiwán, el fantasma que rondó la mesa de negociaciones de Trump y Xi

Ambos líderes protagonizaron su primer cara a cara en seis años el pasado jueves

President Donald Trump, left, and Chinese President Xi Jinping, right, shake hands after their U.S.-Chin summit meeting at Gimhae International Airport Jinping in Busan, South Korea, Thursday, Oct. 30, 2025. (AP Photo/Mark Schiefelbein)
South Korea China Trump AsiaASSOCIATED PRESSAgencia AP

En los márgenes de la cumbre de APEC en Busan, Donald Trump y Xi Jinping protagonizaron su primer cara a cara en seis años. Lo que parecía un nuevo capítulo de tensiones bilaterales derivó en una tregua técnica y comercial: reducción parcial de aranceles, reapertura de canales agrícolas y -clave para Washington- suspensión de los controles chinos sobre exportaciones de minerales raros. El punto político más llamativo, sin embargo, fue lo que no se escuchó. No hubo una sola mención a Taiwán. Ninguna referencia pública, ni en la sesión formal ni en los comunicados. En términos diplomáticos, el silencio fue total. Para una cuestión que durante siete décadas ha articulado la política de disuasión del Indo‑Pacífico, la inusitada omisión resultó significativa.

China acudió al encuentro con Trump movida menos por la cordialidad que por necesidad estratégica. Tras años de fricciones arancelarias y controles cruzados, la interdependencia entre ambas dejó de ser un escudo para convertirse en un arma de desgaste mutuo. Con la economía doméstica atrapada entre la anemia del consumo, la deflación incipiente y el repliegue de la inversión privada, Pekín optó por contener el deterioro antes de precipitar una nueva espiral de represalias. De ahí el cálculo político de Xi: usar el foro no solo para desactivar presiones inmediatas, sino para escenificar un papel de potencia racional garante del orden.

Pero, el nuevo entendimiento no solo tiene aroma de tregua comercial, sino de cálculo estratégico puro, según Nikkei Asia. A cambio de reducir a la mitad el arancel sobre el fentanilo y suspender la llamada "regla del 50%", que limitaba las exportaciones a filiales de empresas chinas incluidas en la Entity List del Departamento de Comercio, el régimen comunista accedió a aplazar la aplicación de los controles de exportación sobre minerales raros y productos vinculados que anunció en octubre.

Detrás de este gesto se esconde un pulso industrial y militar de primera magnitud. Los minerales raros son la savia del armamento avanzado occidental. De ellos dependen los cazas F‑35, los submarinos nucleares, los misiles Tomahawk, los sistemas de radar, los drones y las bombas inteligentes. Así lo recordó Gracelin Baskaran, directora del programa de Seguridad de Minerales Críticos en el Center for Strategic and International Studies (CSIS), al subrayar que sin un flujo estable de esas materias primas "la maquinaria defensiva norteamericana quedaría ciega y sorda ante un conflicto prolongado".

El pánico en los despachos del Pentágono llegó precisamente por esa vulnerabilidad. Un informe del propio CSIS, firmado en 2023 por Seth Jones, advertía que, en caso de un enfrentamiento con China en el estrecho de Taiwán, los arsenales estadounidenses de ciertas armas de precisión de largo alcance podrían agotarse en menos de una semana. Las cifras son demoledoras: Pekín produce, refina y controla más del 80% de los metales imprescindibles para la electrónica militar global. El documento también calculaba que Pekín está adquiriendo sistemas de armamento de alta gama a un ritmo de cinco a seis veces superior al estadounidense, una carrera tecnológica que ya preocupa a la inteligencia occidental. Washington entendió el mensaje: si la República Popular decide cerrar el grifo de las tierras raras, la superioridad bélica norteamericana se resquebraja.

Por eso, la maniobra diplomática de Trump disfrazada de concesiones, funciona como un salvavidas. La Casa Blanca necesita frenar la escalada antes de que Pekín utilizara su monopolio mineral como palanca coercitiva. Pekín, a su vez, quería aliviar la presión fiscal sobre su industria y proyectar normalidad económica en un momento de contracción. El intercambio ofrecía beneficios mutuos con estabilidad a cambio de mutismo.

El trueque muestra que, más que un viraje ideológico, lo que une momentáneamente a ambos gigantes es el miedo compartido al colapso del suministro. En un mundo donde cada chip e imán determinan la paridad militar, el tiempo de las declaraciones altisonantes cede ante la urgencia de asegurar la cadena de producción.

Priorizando la "resiliencia industrial"

Fuentes del Congreso indicaron a medios locales que un aplazamiento de la venta de armas a Taiwán -incluidos misiles antibuque Harpoon y cazas F‑16V- fue solicitado directamente por la Casa Blanca tras el encuentro de Busan. "No estamos cancelando nada, sino priorizando la resiliencia industrial", explicó un funcionario del Departamento de Defensa bajo condición de anonimato. De momento, no hay fechas nuevas de entrega. En los laboratorios del Pentágono la preocupación es otra, sustituir los componentes críticos de origen chino utilizados en sensores, actuadores y sistemas de propulsión eléctrica. El plan de contingencia, impulsado bajo el Defense Production Act, prevé nuevas inversiones en Canadá, Australia y Suecia; todavía insuficientes para reemplazar la capacidad de refinado china.

Durante décadas, Estados Unidos ha apoyado la defensa de Taiwán sin establecer relaciones diplomáticas formales. Varios presidentes estadounidenses han afirmado que Washington ayudaría al territorio a defenderse como parte de los esfuerzos para disuadir a Pekín de invadirlo. Ahora, a pesar de que China intensificó su retórica sobre una posible invasión, Trump -apodado 'TACO' [Trump Always Chickens Out, «Trump siempre se acobarda»] por sus cambios de opinión sobre las amenazas, incluidas las dirigidas contra China- aparentemente no consideró que la creciente amenaza de Pekín fuera lo suficientemente importante como para abordarla durante la reunión.

Con todo, Peng Qing'en, portavoz de la Oficina de Asuntos de Taiwán de China, declaró en una rueda de prensa el miércoles que los planes para la "reunificación" entre China y la isla son la mejor manera de "resolver la cuestión de Taiwán". "Estamos dispuestos a crear un amplio espacio para la reunificación pacífica y no escatimaremos esfuerzos para perseguir esta perspectiva", afirmó Peng, apuntando a que "no renunciaremos en absoluto al uso de la fuerza y nos reservamos la opción de tomar todas las medidas necesarias".

Desde Taipéi, el Ministerio de Asuntos Exteriores guardó un silencio elocuente. Su portavoz, Hsiao Kuangwei, se limitó a confirmar "comunicaciones fluidas" con Washington, sin desgranar detalles. Horas antes, el canciller Lin Chia-lung, en los pasillos del Legislativo, proyectaba temple: "Confiamos en nuestros lazos con EE UU". Invocó la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979, que obliga a suministrar armamento defensivo, y las Seis Garantías de Reagan en 1982: no negociar ventas de armas con Pekín, no posicionarse sobre soberanía, no forzar diálogos bilaterales.

Pilares que rigen el intercambio post-ruptura diplomática, cuando Washington viró hacia la China continental. Pero en la oposición taiwanesa, el recelo bullía: ¿serviría la isla como moneda de cambio en la pugna comercial? Marco Rubio, secretario de Estado, lo desmontó el domingo previo, en vuelo entre Israel y Qatar: "No verán un pacto que canjee favores mercantiles por abandono de Taiwán"

El equilibrio saltó por los aires

Este episodio ilustra el delicado equilibrio que ha saltado por los aires en cinco años. Washington y Taipéi han erosionado el principio de "una sola China", bajo el que EE UU acepta al gobierno chino como legítimo y respeta –sin cuestionar– la visión continental de la unidad, con Taiwán integrada. La era Trump inicial pulverizó barreras: eliminó vetos a contactos ejecutivos con homólogos taiwaneses y despachó al secretario de Salud, Alex Azar, a Taipéi, el rango más alto en décadas.

Acciones que socavaron los comunicados conjuntos de 1972/79 y 1982, que renunciaban a lazos oficiales con la isla. Biden, en su turno, resucitó guías de contacto en versión laxa, pero afirmó que los taiwaneses decidirían su independencia e intervendría militarmente ante agresión. Palabras que minaron la ambigüedad estratégica de antecesores, incentivando en Taipéi audacias unilaterales y desdibujando el freno a la secesión.

El clímax llegó en agosto de 2022, cunando Nancy Pelosi pisó suelo taiwanés tras un cuarto de siglo de tabú, reuniéndose con la entonces presidenta Tsai Ing-wen. Pekín respondió con maniobras masivas, cruzando la línea mediana del estrecho con aviones y buques en cascada. Biden intentó apagar el incendio reafirmando el dogma de "una sola China" y susurrando garantías a Xi. En la actualidad Trump, de vuelta en la Casa Blanca, evade precisiones sobre respuestas a un asalto. Pero el desgaste persiste.

Desde que asumió la presidencia el pasado mes de mayo, Lai ha reafirmado la separación de Taiwán del continente y ha silenciado los esfuerzos de su predecesora por tranquilizar a Pekín. Aunque Tsai procedía del Partido Democrático Progresista, favorable a la soberanía, también afirmó que llevaría a cabo los asuntos entre ambos lados del Estrecho de acuerdo con la Constitución de la República de China y la ley de 1992 que rige las relaciones con el continente, que tratan a China y Taiwán como parte de una sola entidad.

Por el contrario, el actual líder, considerado un "hereje" por Pekín, ha evitado insinuar que existe una sola China que incluye a Taiwán. Ha presentado al gigante asiático como una grave amenaza que pretende «anexionar Taiwán e incluso en marzo lo designó como "fuerza hostil externa/extranjera" al poner en marcha una serie de medidas para combatir la infiltración china en Taiwán, entre ellas el restablecimiento de los tribunales militares para juzgar los casos de espionaje contra el personal en servicio activo.