Opinión
Antípodas
No tengo muy claro si son Australia o Nueva Zelanda las antípodas de España. De lo que no cabe duda ni discusión, es que Oceanía es el continente diametralmente opuesto a nuestra amada, y todavía intacta, Patria española. Tirando un poco hacia la izquierda, también puede considerarse antípoda de un español un habitante de Papúa y Nueva Guinea. Peroraba en la Cámara de los Lores el vizconde de Epsom. Rogaba a sus colegas, a sus Gracias, que Inglaterra y Francia se unieran construyendo un gran puente sobre el canal de La Mancha. Una locura a principios del siglo XX. Ahora se unen por un túnel bajo las aguas del canal, y los viajeros van y vienen con la mayor naturalidad del continente a la isla y viceversa. Lord Grosvenor oía irritado la prédica del vizconde y al fin, estalló: «¡Es Su Gracia la antípoda de la inteligencia!». El vizconde ignoraba el significado de antípoda, y le agradeció el cumplido, convidando a cenar a su adversario e insultador en el «East Indian Club», al que pertenecían todos los altos oficiales del Ejército inglés que habían servido al Reino Unido en la India. Lord Grosvenor rechazó la invitación del antípoda de la inteligencia dedicándole una pedorreta. Los lores, a veces, son así.
Pero no son tan antípodas. El ultrafeminismo obsesivo y odiador, también prolifera en aquella inmensa isla habitada por koalas, canguros y cocodrilos hasta que llegaron los ingleses desterrados. Y en Sidney, una formidable ciudad, la quiebra económica ha obligado a cerrar un gran café, el Handsome Her, por falta de clientes. Los hombres pagaban un 20% más que las mujeres por sus consumiciones, y se han hartado de hacer el primo. Por otra parte, los hombres tenían el deber de ceder sus sitios a las mujeres si ellas lo reclamaban, y se prohibía la exhibición y lectura de más de doscientos títulos, entre ellos «Caperucita Roja», «La Cenicienta» y «Alicia en el País de las Maravillas», éste último con toda la razón.
El local no destacó jamás por su limpieza e higiene, y un cliente lo definió como «un café de extrema feminidad tóxica». Una mujer se quejó en el equivalente australiano al Libro de Reclamaciones por considerarse gravemente humillada. «Soy mujer, pero me cobraron como a un hombre por mi aspecto. Comportamiento claramente repugnante». El Handsome Her ha cerrado, pero nada me extrañaría –las antípodas se llevan muy bien–, que en pocos meses se inaugurara en Madrid un local de parecidas características. Un local, por otra parte, con normas muy antiguas y señorialmente masculinas. Ceder el asiento, la mesa o el paso a una mujer son deferencias que a mí me enseñaron desde que era chiquitín, una monada de chiquitín, para ser más justo, preciso, y riguroso con la verdad.
Una de las propietarias del Handsome Her, ha reconocido, muy a su pesar, «que los hombres gastan más que las mujeres y son más generosos». Cuando el bolsillo duele, la palabra hiere. Lo preocupante es que no estamos tan lejos de vivir experiencias comerciales semejantes en España. Y aquí, como en las antípodas australianas, la novedad significaría un éxito rotundo, hasta que los hombres se sintieran tan compulsivamente despreciados como los de Sidney.
Vivimos unos tiempos en los que todo se mueve tan rápido y aprisa, que no hay espacio para la reflexión. Hemos alcanzado una cota tan infame y ridícula en el lenguaje políticamente correcto, que hasta la frase hecha «aunque la mona se vista de seda, mona se queda», se considera un delito de género y una invasión machista intolerable de la dignidad feminista. En estos días previos a las elecciones generales que pueden marcar –más bien borrar–, el destino de España, bueno es escaparse hasta las antípodas para constatar y corroborar que por muy antípodas que sean, también en Australia abunda el feminazismo y la majadería.
Me refiero a Australia, Nueva Zelanda o Papúa y Nueva Guinea, que quede claro y diáfano, por si las moscas.
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