Oviedo

El Rey llama a la unidad

Su Majestad Don Felipe VI pronunció ayer en el Teatro Campoamor de Oviedo, escenario habitual de la solemne ceremonia de entrega de los premios Príncipe de Asturias, un meditado discurso que ha ido mucho más allá de la merecida glosa de los insignes galardonados –todos ellos primeras figuras en los campos de la ciencia, la cultura, la búsqueda de la concordia universal y la defensa de los derechos humanos–, para convertirse en un toque de atención, en un llamamiento al compromiso de todos los españoles con el futuro de la nación. No era, por supuesto, una edición más de los Príncipe de Asturias, sino la primera en que Don Felipe hablaba como Rey de España. Cambio natural, y así por todos los presentes percibido, que se prestaba no tanto a la nostalgia como al balance del largo camino recorrido. Y si Don Felipe trajo a la memoria aquellos primeros pasos, cuando, aún niño, hizo su primer discurso bajo la atenta mirada de sus padres, Don Juan Carlos y Doña Sofía; si puso de relieve la continuidad de la magna obra de la Fundación en la figura de la Princesa de Asturias, Doña Leonor, no fue por recurso a las emociones compartidas, que hubiera sido legítimo, sino para recordarnos el progreso conseguido desde aquel año de 1981, cuando la nueva democracia española daba sus primeros pasos inseguros, acosada por la violencia y la intolerancia de unos pocos, pero sanguinarios y decididos. Para decirnos que habían pasado 34 años durante los cuales ha habido pocas horas de sosiego, pero que, pese a todo, «hemos procurado no caer en la tentación de ir hacia lo fácil, de ceder a la banalidad, la impaciencia o el desánimo». Su Majestad no ha querido ocultar que, hoy, la sociedad española atraviesa de nuevo momentos de grave dificultad, con muchos ciudadanos presos del pesimismo, la desconfianza y el desencanto pero, precisamente por ello, nos reclama, con el ejemplo e inspiración de los premiados, un impulso moral colectivo con el que se puede hacer de España una nación ilusionada, llena de vida y de pensamiento creador. Por supuesto, desde la unidad. Alejada de la división y la discordia. Una nación que debe aprender de sus errores pasados, de una historia de luces y sombras, pero de sentimientos comunes arraigados. Intereses y valores comunes que, bajo el marco de la Constitución, nos han llevado a las mayores cotas de progreso y bienestar de las que hay memoria. Porque, como recalcó Su Majestad, nuestra democracia, nuestra convivencia, no es fruto de la improvisición, sino de una larga andadura acometida por todos. En definitiva, el Rey llama al trabajo en común y a encarar con ilusión y esfuerzo un futuro complejo, que conduce a una mayor integración de las sociedades y no al contrario.