El trípode

Mónica y Agustín

El calendario litúrgico está conformado los días 27 y 28 de agosto, hoy y mañana, por Santa Mónica y san Agustín

El calendario litúrgico está conformado los días 27 y 28 de agosto, hoy y mañana, por una pareja de santos –madre e hijo– que ocupan un muy destacado lugar en la bimilenaria Historia de la Iglesia: Santa Mónica y san Agustín.

Santa Mónica falleció en esta fecha del año 387 y su hijo san Agustín en la fecha de mañana del 430. Pareciera que la Providencia haya querido que madre e hijo, tan unidos en vida, también fueran recordados juntos por su «dies natalis».

Mónica es considerada auténtico modelo de mujer cristiana y especial protectora y ejemplo de madres y esposas. Primero sufrirá por su marido pagano y de carácter muy fuerte, que fallecerá convertido al cristianismo. Pero será su hijo Agustín quien, tras su conversión de la secta de los maniqueos y su licenciosa vida anterior, dedique en su extraordinaria obra «Confesiones» los mayores elogios y gratitud a su madre.

La vida de Mónica estuvo marcada por la oración y las lágrimas derramadas para conseguir precisamente la conversión de este hijo, que le harán seguirle de su Tagaste natal –ubicada en el norte de África, en la actual Argelia– a Roma, y posteriormente a Milán. Allí conocerá al obispo san Ambrosio, que le dirigirá estas célebres palabras de consuelo: «Vete en paz, mujer; ¡así Dios te dé vida!, que no es posible que perezca el hijo de tantas lágrimas».

La «metanoia» o cambio espiritual de san Agustín gracias a las oraciones de su madre santa Mónica durante más de 15 años ininterrumpidos, nos hace tomar conciencia del valor de la oración de una madre para alcanzar de Dios la gracia de la conversión, aun en las circunstancias más adversas. Agustín fue un auténtico «hijo pródigo»: hereje, vivía en concubinato con una mujer con la que había tenido un hijo (Adeodato), y se transformará en nada menos que en un gran santo y Doctor de la Iglesia.

Con su magna obra «De civitate Dei» (La Ciudad de Dios), sentará las bases del sentido cristiano de la Historia, fundamento de la denominada «Teología de la Historia», que discierne la actuación del «brazo de Dios» siempre acompañando al hombre, pero respetando su libertad.

San Agustín será referencia de uno de los dos modelos de conversión, lenta y trabajada, descrita en sus «Confesiones», junto a la paulina, tumbativa o súbita de Saulo de Tarso, transformado instantáneamente en «Pablo, el Apóstol de los gentiles» ante la revelación del Señor a las puertas de Damasco, a donde –recordemos– se dirigía a detener a los cristianos.