El trípode del domingo

«Entre el puente y el río estaba Yo»

Durante largo tiempo se consideró el suicidio como un «pecado contra el Espíritu Santo»

Ayer hablamos del drama del suicidio, actualmente la primera causa de muerte no natural en España, muy por encima de otras causas como los accidentes de tráfico en carretera, a los que duplican, y los de violencia contra la mujer, a los que multiplican mucho más todavía. Sabemos también del contraste entre el tratamiento informativo de las víctimas del suicidio y las demás, con un silencio de las suicidas motivado por el denominado «efecto imitación o efecto Werther», tratando de evitar su emulación, aunque sin demasiado éxito últimamente.

Durante largo tiempo se consideró el suicidio como un «pecado contra el Espíritu Santo», que es aquel sobre el que el Señor afirma en los Evangelios ser el único que no puede ser perdonado; lo que conllevaba un dolor añadido a los familiares y amigos. Hoy ya no es así, por cuanto el conocimiento de la ciencia psiquiátrica, y en particular de la enfermedad de la depresión, limita la consideración del suicido como un «acto libre», condición que se exige para poder calificar esta conducta como «pecado mortal imperdonable». Todo ello, por supuesto, sin perjuicio de la máxima evangélica del «no juzguéis y no seréis juzgados».

Pero no ha sido solo el conocimiento científico el que ha llevado a la diferente actual calificación, sino también las revelaciones sobrenaturales, que han confirmado a la Ciencia por medio de testimonios de singular credibilidad. Merecen destacarse los de dos testigos tan relevantes como santa Teresa de Jesús, primera mujer Doctora de la Iglesia, y el santo Cura de Ars, patrono universal del clero secular, los sacerdotes. Ambos además con la experiencia común de sendos hombres que se tiraron desde lo alto de un puente para suicidarse. La gran santa de Ávila narra cómo, estando sufriendo por haberse condenado un joven por el que rezaba mucho y que se había quitado la vida, el Señor se le apareció diciéndole: «Teresa, entre el puente y el suelo estaba Yo». Similar experiencia tuvo el santo cura de Ars, a quien una viuda le expresaba el dolor por el suicidio de su esposo, atribuyéndose la culpa de su muerte, a lo que él respondió consolándola: «No llore, entre el puente y el río estaba la misericordia de Dios».

Es un consuelo para sobrellevar la aflicción en estos tiempos con tanto dolor oculto y acusada pérdida del sentido de la vida, que llevan a la desesperación del suicida ante situaciones de especial adversidad psíquica, física, económica y emocional.