Parresía

El yugo español

Resulta extremadamente cansino escuchar discursos nacionalistas latinoamericanos diseñados a costa de la maléfica conquista española

Todavía no ha comenzado la campaña oficialmente y, qué quieres que te diga, estoy ya agotada de mítines, promesas electorales y polémicas de poco recorrido. Mayo comenzó fuerte, explosivo, con la noticia de una hija del Rey Juan Carlos desmentida por él mismo y por la susodicha; continuó con el ya antológico Bolaños no pasará (a ver quién más osa plantarle cara estos días a la empoderada Isabel Díaz Ayuso en Madrid). Prosigue ahora con multas, expedientes y avisos varios de la Junta Electoral Central –Borrás, Rodríguez, Ribera–, con una Yolanda Díaz en modo ambivalente, navegando en mayo entre las aguas de SUMAR y Podemos, y sorprende en estas últimas horas con la visita del presidente Gustavo Petro, erre que erre con el yugo español, aludiendo en sus alocuciones a siervos y esclavos, a la Europa feudal, a tiempos remotísimos. Claro que Colombia nos importa: somos el segundo inversor mundial allí, debemos cuidarnos bien entre nosotros, pero resulta extremadamente cansino escuchar discursos nacionalistas latinoamericanos diseñados a costa de la maléfica conquista española. Pensará Petro, con razón, que mejor nos callemos, acostumbrado a vernos hablar con tanta frecuencia de la memoria histórica, el franquismo y exhumaciones pomposas para hacer política en pleno siglo XXI.

Ahora, a los asuntos centrales de la precampaña hasta el momento –Doñana, vivienda y economía, básicamente–, hay que añadir el de la malversación, tras el toque de atención de la Unión Europea a la reforma española de este delito. La modificación a la baja de la malversación no convence a Bruselas, por supuesto tampoco a la oposición, ni a ciertos barones socialistas. Ahí sigue García Page, lanzando titulares incendiarios contra su propio Gobierno central, criticando una reforma confeccionada expresamente a la medida de ERC y de los líderes del Procés. Sánchez se verá obligado a elevar las penas, aunque diga que ha hecho bien los deberes y el daño esté hecho. El servicio al independentismo catalán se ha cumplido, y no hay vuelta atrás.

Por lo demás, el pasado abril y su Semana Santa nos dieron un respiro importante en el empleo. Nuestro motor turístico promete resurgir con fuerza este verano en unas aguas de banderas azules, líderes en el mundo. Sólo que ahora la vida resulta mucho más cara para todos. La guerra en Ucrania va para largo y los precios siguen por las nubes, a pesar de tanto bullicio en los bares. Seguirán subiendo, si aprieta la sequía. El mayor de nuestros problemas es el agua, muy por encima de todo lo demás. Si mayo no nos la regala, se admiten procesiones, rezos y lo que sea –incluso invocar al yugo español– para provocar tormentas, truenos y relámpagos. Ojalá no lleguemos a vernos como a finales de los 90.