Enfermedad ultrarara
Alejandro, el primer niño tratado contra la SPG50 en España
Acaban de darle el alta hospitalaria. Es el quinto paciente con paraplejía espástica 50 en recibir terapia génica en el mundo
Cuando Alejandro nació nada hacía pensar que pudiera tener una enfermedad. Pero pasaron los días y las semanas, y «a los tres, cuatro o cinco meses se nos despertaron las alarmas. No se desarrollaba igual que los demás niños. No se sentaba, le ponías boca abajo y no se volteaba, no agarraba su chupete», recuerda Yasmín Reyes, su madre.
Le diagnosticaron de paraplejía espástica 50 o SPG50, una enfermedad ultrarara que «tienen unas 85 personas en el mundo», explica. Se trata de un trastorno neurodegenerativo de progresión lenta que suele ir acompañado de discapacidad intelectual moderada/grave, habla alterada o ausente, microcefalia, convulsiones y síntomas motores progresivos.
Causa espasticidad progresiva (aumento del tono muscular/rigidez), y debilidad progresiva de las piernas, de modo que con el paso del tiempo el paciente puede acabar dependiendo de una silla de ruedas. Esta espasticidad, de extenderse a las extremidades superiores, puede derivar en una tetraplejía o pérdida parcial o total del uso de las extremidades.
Cuando le dieron el diagnóstico, este pequeño sevillano de 12 años tenía tan solo tres. «Fue el primer niño diagnosticado de SPG50 en España». Llegar a este diagnóstico no fue fácil. «Le tuvieron que hacer muchas pruebas y un día la genetista me pidió autorización para exponer en un congreso el caso de mi hijo. Al volver nos dijo que iban a buscar por una rama de la genética» que le habían sugerido en dicha jornada y dieron con su patología.
Sus padres, como hubiéramos hecho cualquiera de nosotros, buscaron en Google, pero «no había nada. Fue muy duro escuchar que tu hijo tiene una enfermedad rara que no tiene cura», reconoce. Ni tratamiento hasta hace bien poco. Por eso, cuando a los padres de Alejandro les ofrecieron tratarle con una terapia genética que se ha utilizado ya de forma experimental en EE UU en cuatro niños (uno de ellos un español) no lo dudaron.
Hablamos precisamente con Yasmín el día que su hijo recibe el alta hospitalaria. «Hoy está mejor. Los primeros dos días se encontraba bien, pero luego, como había que bajarle las defensas, tuvo náuseas y vómitos. Pero ya está bien».
Es el primer paciente tratado en nuestro país en un ensayo clínico pionero en Europa que ha puesto en marcha la Fundación Columbus de la mano de Bioguipúzcoa con el fin de ayudar en su pronóstico, y si no mejorar al menos frenar el avance de esta enfermedad ultrarara.
El ensayo clínico está liderado por la neuropediatra Itxaso Marti y el tratamiento, la terapia génica, está producida por la compañía Viralgen. «Consiste en meter una copia del gen que el niño no produce espontáneamente, el gen AP4M1, dentro de un virus que no sea dañino para el cuerpo. Para eso utilizamos el AAV9 es un serotipo único en la familia de los virus adenoasociados (AAV) que va al cerebro. Lo que tiene es una copia AP4M1», explica la neuropediatra.
Para lograr este objetivo, «se inyecta directamente en el líquido cefaloraquideo para que llegue al sistema nervioso central a través de una punción lumbar», detalla la neuropediatra.
Un procedimiento que se hace con sedación y que se hace una sola vez en la vida, ya que «cuando metes el gen en el virus atenuado ya metes una copia de esta proteína que irá replicándose espontáneamente», precisa.
«En vez de inyectar una carga antígena es la copia del gen que falta. Es como si fuera una vacuna pero al tejido adecuado. Y, una vez dentro de la célula, el virus se rompe y libera la copia del gen que le falta a esa célula», explica Javier García Cogorro, uno de los fundadores del fondo de inversión especializado Columbus Venture Partners y presidente de la Fundación Columbus, que lidera esta iniciativa en la que no importa la edad del paciente, algo clave, ya que en EE UU todos los pacientes son más pequeños que Alejandro, y por tanto su enfermedad, neurodegenerativa, ha avanzado menos.
Ahora bien, como sucede ante cualquier virus, «el sistema inmune del paciente intentará cargárselo. De ahí que sean tratados con corticoides o inmunosupresores para evitar reacciones inmunes», detalla Cogorro. Es decir, bajar las defensas del paciente para que no reaccione. Un procedimiento que se lleva a cabo durante «los primeros meses de tratamiento como cuando se somete a un paciente a un trasplante», pone como ejemplo Cogorro.
En concreto, «Alejandro tiene que tomar tres fármacos diferentes para bajar las defensas durante tres meses. Pasado ese tiempo se le quitará uno y seguirá con otros dos medicamentos otros tres meses. A partir de los seis meses se queda con uno, no sabemos si de por vida o no. Seguimos la senda del equipo americano y los de hace un año todavía siguen tomándola. El virus ya no está, pero como esa proteína sí y los cuerpos de estos niños no la han tenido una de las dudas es si el cuerpo puede rechazar esta proteína también», aclara la neuropediatra.
En todo caso, «hay gente que toma esta medicación durante toda la vida y puede hacer vida normal, también menores», asegura la doctora.
Además, durante el primer mes tendrá que acudir al hospital una vez a la semana a hacerse analíticas para ver cómo reacciona a la terapia y ajustar los inmunosupresores. Luego será cada tres meses durante el primer año. Además de analítica, a los tres, seis y nueve meses del tratamiento se le hará una resonancia cerebral y una punción lumbar para ver cómo ha evolucionado el paciente.
En su caso, Alejandro tiene más afectadas las extremidades inferiores. «No sabemos si podrá caminar o no. Es el quinto niño tratado con esta terapia génica en el mundo. Y los otros son más pequeños y llevan solo un año tratados. Están mejor sobre todo desde el punto vista cognitivo, pero todavía la parte motora no se sabe» cómo reaccionarán, reconoce la doctora.
En todo caso, «el objetivo –prosigue– es que Alejandro que no empeore». Algo que a priori puede parecer poco pero, como explica su madre, no lo es, en absoluto.
«Hasta los seis años mi hijo decía ‘‘mamá’’, ‘‘papá’’, ‘‘agua’’. Ya no emite sonidos. Pero se hace entender»
«Mi hijo va deteriorándose poco a poco. Tiene epilepsia desde los seis años. Antes hablaba, ya no. Perdió el habla en uno de los ataques de epilepsia. No hablaba mucho, pero decía ‘‘papa’’, ‘‘mamá’’, ‘‘agua’’. Ya no emite ningún sonido. Antes me señalaba más cosas, ahora cada día menos. Pero se hace entender cuando quiere. Por ejemplo, cuando quiere que le cambies la tele, te toca. Antes manipulaba mejor la cuchara, pero ahora se va atrofiando y le cuesta más comer».
«Si la enfermedad para yo me doy por satisfecha, que no pierda la poco autonomía que le queda»
Además, «mi hijo gatea, pero con los años va ganando peso y eso hace que no aguante el gateo constante. Tiene escoliosis. Esperemos que con el tratamiento puede al menos seguir gateando. Si la enfermedad para yo me doy por satisfecha, que no pierda la poco autonomía que le queda», ruega su madre, quien logró «dejar de pensar en mi dolor como madre para centrarme en él, en buscar una vida mejor para él».
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