
Salud
El TDAH a lo largo de la vida, un trastorno crónico pero ¿lineal?
Las mejorías y recaídas pueden complicar la eficacia del tratamiento

Dificultad para prestar atención, hiperactividad e impulsividad son algunos de los rasgos que tienen las personas con el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Entre el 5 y el 7% de los niños y adolescentes tienen este problema crónico del neurodesarrollo cuyos síntomas pueden persistir hasta la edad adulta en casi la mitad de los casos.
Pero al igual que recientemente la investigación ha permitido saber que los niños y las niñas tienen rasgos diferentes (ellas pasan más por despistadas que por impulsivas, por ejemplo), lo cierto es que estudios recientes han detectado que el TDAH no siempre sigue un curso lineal, sino que puede fluctuar a lo largo del tiempo, con periodos de mejoría y recaídas.
«Hasta hace poco se pensaba que el TDAH era como un interruptor: o bien persistía desde la infancia hasta la edad adulta o bien remitía y desaparecía para siempre. Sin embargo, el seguimiento prolongado de grandes grupos de pacientes por diferentes equipos investigadores ha revelado que, en la mayoría de los casos, el TDAH no es ni tan estable ni tan predecible», explica el doctor Daniel Martín Fernández-Mayoralas, neurólogo de los hospitales universitarios Ruber Juan Bravo y Quirónsalud Madrid.
Es decir, que las personas pueden experimentan altibajos en sus síntomas a lo largo de los años, pasando por periodos en los que los síntomas prácticamente desaparecen y otros en los que vuelven a intensificarse, sin una causa clara.
Así, según un estudio publicado por la investigadora Margaret H Sibley en «The Journal of Clinical Psychiatry», «algo más del 60% de los participantes mostraron este patrón fluctuante, lo que lo convierte en el curso más frecuente del TDAH», destaca Martín.
Solo una minoría mantuvo síntomas persistentes y estables a lo largo del tiempo, mientras que el resto del grupo experimentó una remisión completa y sostenida.
«Las remisiones y recurrencias surgen de la interacción dinámica entre vulnerabilidad neurobiológica (especialmente a los genes y la herencia materna paterna) y las demandas ambientales. Este modelo explica por qué el algo más de la mitad de los casos siguen un curso fluctuante, requiriendo abordajes personalizados que anticipen transiciones críticas.
«El curso no lineal implica que los síntomas pueden fluctuar, lo que exige un enfoque flexible y dinámico en el tratamiento. Esto afecta especialmente a la medicación: es frecuente tener que ajustar dosis, cambiar de fármaco o suspender temporalmente según la evolución clínica y las necesidades funcionales del paciente», precisa el especialista.
El problema es que los pacientes medicados con TDAH suelen, según el doctor, tener «dificultad para discernir si el trastorno está en fase activa o remisión, incluso con tratamiento óptimo». Esto se debe a la mejora sintomática farmacológica y a que «no hay una normalización plena de la autoconciencia, esto es, una anosognosia parcial (cierta incapacidad para reconocer que uno tiene un trastorno), y fluctuaciones contextuales que enmascaran la persistencia del trastorno».
Y es importante estar pendiente de estas fluctuaciones, ya que pueden generar consecuencias clínicas y psicosociales relevantes. «La variabilidad sintomática dificulta la planificación a largo plazo, lo que puede afectar la adherencia y la eficacia del tratamiento, así como aumentar el riesgo de recaídas o deterioro funcional en etapas de mayor exigencia académica o social», detalla el neurólogo.
Por eso es tan importante, como indica el doctor, acudir a consulta de forma periódica: «Las revisiones deben individualizarse, pero tras la estabilización del tratamiento suelen recomendarse controles cada 3-6 meses y, al menos, una revisión anual integral».
«Si hay cambios de dosis o síntomas –prosigue–, las revisiones deben ser más frecuentes para ajustar el tratamiento y monitorizar eficacia y seguridad».
Preguntado sobre edades a las que los síntomas suelen remitir, Fernández-Mayoralas explica que existen diferentes patrones evolutivos por grupos de edad. Así, en la preadolescencia (como a los 10-12 años) se observa mayor estabilidad sintomática, con remisiones parciales vinculadas a intervenciones terapéuticas intensivas.
En cambio, «durante la adolescencia (13-18 años) –continúa– los pacientes muestran una reducción de hiperactividad motora en la mayoría de ellos, pero suele existir una persistencia de inatención e impulsividad cognitiva».
«La remisión completa es poco frecuente después de los 21-22 años en los chicos y 19-20 años en las chicas (estadísticamente, su cerebro madura antes y mejor)», añade. En todo caso, «hipotetizamos que durante un 75% de su vida, el paciente tendrá TDAH sintomático, ya sea en forma persistente o fluctuante», concluye.
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