Opinión

Educando para la vida

Mañana, 8 de marzo, se celebra el día de la mujer. Estamos viendo muchas estos días en la tele. Sufren otra guerra provocada por aquellos que un día jugaron con metralletas, tanquecitos y soldaditos verdes con cascos, y que hoy son hombres subidos a tanquecitos con su metralleta en la mano y su casco en la cabeza.

Los más malos, los que realmente ordenan y mandan, degeneraron en psicópatas y siguen jugando en maquetas o pizarras, incluso acarician el botón nuclear sintiéndose amos del mundo. Se esconden y, aunque al final siempre caen en su propio infierno, antes gozan de su poder mórbido, de su sensación de retar a Dios, de creer que su minúscula hombría crece al ritmo de la sangre que derraman.

A esos hombrecitos de la guerra, como a todos, les educaron para competir; llegar el primero en la carrera, meter más goles, sacar las mejores notas, conquistar a la chica más guapa. Luego su cerebro se lleno de testosterona y siguieron jugando embriagados al juego que les habían infundido. Pero para eso tenían que tener cuidados y descendencia, así que levantaron la piedra y pusieron a la mujer a su disposición. Ella cuidaría la vida, él se haría cargo de la guerra. Y pobres de aquellos que no quisieran hacerla, les llamarían medio hombres o mariquitas o traidores. Pobres ellas que tuvieron que dejar el cultivo y esperar la caza de sus depredadores.

Vemos a algunas mujeres ucranianas en la trinchera. Pocas, la verdad. Ellas resisten huyendo con los niños, víctimas primeras; reconfortando los refugios, cuidando a enfermos. También dan la cara contando lo que está pasando a través de pantallas que reflejan la barbarie.

Mañana pocos tendrán ganas de reivindicar la igualdad de derechos de mujeres y hombres. Cada calamidad es siempre un pasito atrás en la lucha por la conciencia social. Un olvido justificado. Pero no podemos olvidar jamás que solo educando para cuidar la vida se acabarán las guerras.