Opinión
Ana & Anne
Lo de la otra noche no eran las uvas. Lo de la otra noche era acompañar a una mujer que es muchas mujeres, que es muchas mujeres y muchos hombres entrando en un nuevo año después de pasar los peores meses de sus vidas. No se trataba de cumplir con la tradición, no se trataba de inaugurar lo que venga con el mejor pie, no.
Se trataba de acompañar a Ana. De no fallarle a Ana. Ana, que nunca estuvo tan cerca de todos como la otra noche, vestida de blanco, elegante, digna, sin transparencias, mostrándose sin tener que enseñar. Ana, que se contuvo en su dolor, que fue el dolor de todos los que en este año pasado tan cabrón, han perdido algo. Y siendo Ana, seguramente, la protagonista de ese rato de uvas y nervios, de recuerdos y de emociones, hoy me quiero acordar de Anne.
De esa otra gente que sujeta. De la que ha cedido el sitio durante todo este tiempo que nos ha obligado a contar muertos y a tener miedo. Anne se vistió de rojo para que en mi pantalla brillara el rojiblanco (que es un color, no dos) y aguantó las emociones, soportó la flaqueza de su compañera, tuvo palabras cuando el silencio era un cuchillo, supo dar un paso atrás para que esa madre en duelo consiguiera mirar a los televidentes y decirles que, a pesar de todo, hay que seguir, hay que continuar investigando, apostando por la salud y por el amor, que es lo único que nos salva de las ausencias: haberlo dado todo antes de dejar marchar al otro.
Anne Igartiburu, que puede ya con todo, hizo el aguante, le bancó a la amiga los sufrimientos y cumplió con esa cosa tan denostada que es la profesionalidad. Bravo por Ana, que fuimos un poco todos, y bravo por Anne, ese báculo en el que apoyarse cuando vienen mal dadas. Bravo por dos mujeres que se dieron calor en la noche más fría. Y luego está “Cachitos”. ¡Vivan las madres y padres de sus autores y de sus guionistas que, encima, nos hacen leer!
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