Opinión
Bibliotecas
Se acabó el estado de alarma –¡por el momento!– y, con el fin de las restricciones, espera uno que las bibliotecas públicas vuelvan a estar llenas de lectores y estudiosos como antes de la pandemia, y que los jubilados puedan ir a leer por las mañanas el periódico y los niños a entretenerse un rato cuando salgan de la escuela.
Afortunadamente, llevan ya bastante tiempo abiertas, y solo falta que las estanterías se animen otra vez con el movimiento de los libros que van y vienen de unas manos amigas a otras.
Dice uno esto porque, cuando la desescalada del pasado mes de junio, estaban todavía cerradas y ya se hablaba de abrir los locales de ocio nocturno, y también porque, cuando se habla de la cultura, de que abre o reabre, se suele hacer mención explícita de los cines, las salas de teatro y los museos, pero nunca de las bibliotecas. Como si estas no existieran, cuando, a la vista de los números, es más que evidente la función social que cumplen: en 2018, que es el último año que aparece en las estadísticas oficiales de la web de la Diputación de Barcelona, había casi tres millones de usuarios inscritos en la red de bibliotecas municipales, de los cuales más de ochocientos mil eran usuarios activos, el número de visitas ascendía a más de dieciocho millones y los libros prestados rozaban la cifra de los diez millones y medio.
Parece además que, con la pandemia, ha aumentado el número de lectores –en Barcelona se han abierto en los últimos meses nueve librerías–, lo cual es de celebrar, porque, como dice Irene Vallejo, la autora de El infinito en un junco, un libro que recomienda uno con todo el fervor del mundo, “leer es escuchar música hecha palabra”.
Y termino con Mafalda: “¿No sería maravilloso el mundo si las bibliotecas fuesen más importantes que los bancos?”.
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