Opinión
Con los cinco sentidos
Eso decimos cuando ponemos la máxima atención y cuidado en alguna cosa, cuando no estamos dispuestos a que el azar y las circunstancias dobleguen nuestra voluntad, cuando, en la eterna pugna entre la realidad y el deseo, tratamos de evitar a toda costa que sea la primera quien se salga con la suya.
Y pese a que en ellos radica nuestra capacidad para percibir los estímulos que nos llegan del mundo, el de fuera y el de dentro, en qué poca consideración los tenemos a veces, y, lo mismo que ocurre con tantos otros dones que nos han sido dados –el de la palabra, por ejemplo, o el de la razón–, solo cuando los perdemos aprendemos a valorarlos.
Lo que sentiría Borges el día que al posar sus ojos en una página ya no fue capaz de descifrar los signos que en ella estaban escritos.
Las ideas que le pasarían por la cabeza a Beethoven al darse cuenta de que las notas que pulsaba en el piano no llegaban a su oído.
Las sensaciones que habrán experimentado en estos tiempos de pandemia los que hayan padecido los efectos de la anosmia (pérdida del olfato) o de la ageusia (pérdida de la capacidad de apreciar sabores), dos de los síntomas que avisan de la COVID, y otro tanto cabría decir de quienes hayan sufrido la disminución de la sensibilidad táctil.
¡No poder ver el paso de las nubes por el cielo, ni los colores de un paisaje, ni las expresiones cambiantes del rostro que nos mira!
¡Que el canto de los pájaros y los acordes de la música se confundan con el silencio, que las palabras suenen todas lejos y de los labios ajenos se perciba solo el movimiento!
¡Pasear por el campo y que el aire no traiga ningún aroma, probar un alimento sin que lo distinga el paladar, pasar la mano y que no haya reconocimiento!
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