Opinión
Abejas
En el campo, a la sombra, la calma y el silencio del mediodía rotos únicamente por “un susurro de abejas que sonaba”, según describe el famoso endecasílabo de Garcilaso... Es una estampa clásica del verano y de la literatura bucólica, desde Virgilio a Antonio Machado, que, como tantas otras cosas, va camino de desaparecer.
Porque las abejas, quién lo iba a decir, están seriamente amenazadas, y su población, aunque nos cueste creerlo, disminuye de forma alarmante.
En Estados Unidos, por ejemplo, el número de colmenas ha descendido a la mitad en los últimos treinta años, de cinco millones a dos y medio, y no porque la noble y antigua labor de la apicultura esté en declive, sino por la progresiva mengua de las abejas. Los culpables, el uso de los pesticidas y un par de enemigos naturales: cierto microbio que ataca su sistema respiratorio y un ácaro que devora sus larvas.
El mundo de las abejas, esas “criaturas casi humanas poseídas por el sentimiento del deber”, como las definió el Nobel austríaco Maurice Maeterlinck en uno de los libros más hermosos sobre el tema (La vida de las abejas,de 1901, que aún sigue reeditándose), fascinó ya en la Antigüedad a griegos, egipcios y babilonios, que las consideraban sagradas. Y el mismo asombro siguen despertando en nuestros días su naturaleza social, la organización colectiva de sus tareas, la construcción de sus colmenas, sus sistemas de comunicación…
De las abejas, además, dependen la mayor parte de los cultivos agrícolas, que no serían posibles sin la polinización, con la que, se calcula, contribuyen ellas solas a un tercio de la alimentación mundial. De ahí que no resulte difícil imaginar las consecuencias de su desaparición, sin duda dramáticas y funestas, como advierte esa frase que se ha venido atribuyendo, parece que sin fundamento alguno, a Einstein: “Si las abejas desaparecieran del planeta, al hombre solo le quedarían cuatro años de vida”.
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