opinión

Aficionado al fútbol se lamenta

Ángel Romero (i) de Cruz Azul disputa el balón con Jesús Sánchez (d) de Chivas hoy, durante un partido de la jornada 17 del Torneo Apertura del fútbol mexicano, disputado en el Estadio Azteca, en Ciudad de México (México). EFE/ José Méndez
Ángel Romero (i) de Cruz Azul disputa el balón con Jesús Sánchez (d) de Chivas hoy, durante un partido de la jornada 17 del Torneo Apertura del fútbol mexicano, disputado en el Estadio Azteca, en Ciudad de México (México). EFE/ José MéndezJosé MéndezAgencia EFE

Todo es empeorable, esa parece la consigna que rige últimamente el devenir del mundo en todos los ámbitos: el de la situación internacional, el de la economía, el de la educación… Y el del fútbol, que no tiene mayor importancia, pero que es sintomático.

A uno le gustaba el fútbol, y de niño coleccionaba con devoción los cromos, en los que todavía los futbolistas no venían en fotografía sino dibujados, y recitaba de memoria las alineaciones de la mayoría de los equipos de primera división (el portero, tres defensas, dos medios y cinco delanteros: algunas aún no se han borrado), y seguía por la radio con fervorosa aplicación, para apuntarlos luego en el calendario Dinámico, los resultados de cada jornada, la clasificación general, la tabla de los máximos goleadores… Eran los tiempos en que los partidos se jugaban todos más o menos a la misma hora la tarde de los domingos (luego, con la televisión, el de mayor interés se retrasaba unas horas o se adelantaba a la noche de los sábados) y los aficionados podían seguirlos por la radio en aquellos programas que iban simultaneando las conexiones con los diferentes estadios: ¡Gol en San Mamés!, ¡No se mueve el marcador en La Romareda!, ¡Penalti en la Carretera de Sarriá!

En fin, que hasta la primera juventud siguió uno todo lo del fútbol con puntualidad y sumo gusto. Ahora, en cambio, me aburre y casi lo aborrezco. Por lo que tiene de negocio (tanto o más que de deporte), y por haber relegado al aficionado al papel de mero consumidor, y por supeditarlo todo al dinero. Y ahí están como ejemplos los multimillonarios del petróleo que compran equipos y presumen de plantillas, los grandes desembolsos y el inevitable endeudamiento a que se ven obligados los equipos modestos si quieren competir mínimamente con los grandes, las televisiones que acaparan y dictan horarios insensatos: un partido los viernes por la noche, cuatro los sábados, uno detrás de otro, otros cuatro los domingos y todavía uno más los lunes. ¡El panem et circenses para toda la semana!

Y por si esto fuera poco, un montón de cosas más (Javier Marías señaló ya algunas en sus artículos sobre fútbol) que ni hechas a propósito para acabar de trastornar al aficionado y convertirlo todo en un tinglado: los tejemanejes de dirigentes y organismos; los torneos europeos que descaradamente se escalonan los martes, miércoles y jueves; el calendario de la liga interrumpido cada poco por amistosos de la selección que a nadie le importan, los del invento ese de la Nations League incluidos; la Supercopa en Arabia Saudí; los looks, peinados y tatuajes de no pocos futbolistas; la intromisión del VAR, otro invento para la discordia; el histrionismo de algunos entrenadores en la banda; el comportamiento vandálico de los hinchas radicales; el desorbitado despliegue policial que requieren determinados partidos; los insultos racistas en algunos estadios: el mal ejemplo que dan algunos jugadores en el campo (simulaciones y aspavientos, actitudes antideportivas, predisposición a la agresividad, escupitajos por menos de nada…). ¡Y este año, el mundial en invierno y a mitad de temporada!