
Los libros de un genio
Dentro de la biblioteca de Luis Buñuel
Un documentadísimo estudio permite conocer cuáles eran las lecturas del cineasta aragonés durante sus años de juventud

Una de las mejores maneras de comprender la genialidad de un creador es sabiendo cuáles fueron sus fuentes de inspiración, con qué materiales pudo documentarse para realizar su obra. Esa es una de las preguntas/curiosidades que surgen ante un gigante cinematográfico de la talla de Luis Buñuel. Pero ¿qué es lo que leía?
Para poder contestar a esa pregunta ahora podemos acudir a un voluminoso ensayo de reciente publicación y que firma una de las principales autoridades en la vida y la obra del cineasta de Calanda, como es Javier Herrera. En «Buñuel lector. Biblioteca, libros, lecturas (1900-1938)», publicado por Prensas de la Universidad de Zaragoza, se nos descubre la biblioteca que tuvo con él Buñuel antes de marcharse al exilio. Para ello, Herrera ha realizado una labor detectivesca porque ha seguido el rastro de varios libros repartidos en Madrid y Los Ángeles, entre otras ciudades, además de las peticiones que el cineasta hizo a quien fue uno de sus principales libreros de cabecera: León Sánchez Cuesta.
Entremos en la biblioteca de Luis Buñuel y empecemos por el fondo que se conserva en el instituto cinematográfico que lleva su nombre en Los Ángeles. Allí hay casi un centenar de títulos, además de unos pocos números de revistas. Son los ejemplares que tenía en Madrid, los que sobrevivieron a la quema de libros que realizó su madre tras la conclusión de la Guerra Civil. «Todos los que le pareció que, si cogían a Luis, podían llevarlo al pelotón de fusilamiento», como recordó Conchita Buñuel, hermana del autor de «Viridiana». Entre lo que no fue víctima de las llamas encontramos «El poeta asesinado» de Guillaume Apollinaire, «El amor, el dandysmo y la intriga» de Pío Baroja,, el fundamental «Hélices» de Guillermo de Torre, «Memorias de un médico» de Alejandro Dumas, «La secuestrada de Poitiers» de André Gide –una de las lecturas más queridas de Buñuel–, las dos primeras entregas de «En busca del tiempo perdido» de Marcel Proust,
Algo más interesante es lo que está depositado en la Filmoteca Nacional como parte del legado que en su día compró el Estado. Es allí donde encontramos ejemplares procedentes de anticuarios, muchos de ellos de temática religiosa, como vidas de santos, historia eclesiástica, herejías y relacionados con los jesuitas. También llama la atención el ensayo «Práctica criminal de España», editado en Nueva York en 1826.
Es aquí donde abundan los libros dedicados, como la primera edición de «Opio», el autobiográfico trabajo del poeta, pintor y cineasta Jean Cocteau quien no duda en escribirle que «con su película he pasado tardes (y noches) terribles, admirables, inolvidables. Las tomas de los planos (o las tomas de sangre) me dejan vacío, sin fuerzas. Aún me quedan unas pocas, para admirarle, para abrazarle con Charles (nuestro papa) como intermediario. Suyo, Jean». Salvador Dalí, amigo en la Residencia de Estudiantes –con quien llegó a hacer un peculiar «Don Juan Tenorio»– trabajó con él en sus dos primeras películas: «Un perro andaluz» y «La edad de oro». No es extraño que encontremos aquí algunos libros dedicados por el pintor, como es el caso de «Babaouo», un guion cinematográgico editado en 1932 y que rubrica al aragonés así: «A Luis Buñuel esperando coincidir lo más “posible”. Amicalmente, Salvador Dalí».
De otro compañero de la «Resi», de Federico García Lorca, se conservaba en la Filmoteca Nacional un ejemplar de su primer poemario «Libro de poemas», cariñosamente doblemente dedicado. Y decimos «se conservaba» porque, según apunta Herrera, el volumen ha desaparecido sorprendentemente desde el último inventario de 2005.
Uno de los más queridos e idolatrados autores por Buñuel fue Donatien Alphonse François de Sade, más conocido por su nobiliario nombre de Marqués de Sade. En el legado del autor de «El ángel exterminador» encontramos solamente «L os infortunios de la virtud», regalado al aragonés por los vizcondes de Noailles, los generosos mecenas que sufragaron «La edad de oro».
No faltan tampoco algunos autores del teatro clásico castellano, como Fernando de Rojas o Lope de Vega. Sin embargo, es en el surrealismo y en sus precedentes donde la biblioteca tiene uno de sus ejes principales. De esta manera, uno de los grandes predecesores de aquel movimiento fue Raymond Roussel con sus «Impresiones de África», presente en la biblioteca buñueliana. Ya, dentro del surrealismo, están títulos de André Breton, Paul Éluard, Tristan Tzara, Georges Hugnet o Robert Desnos.
Se ha citado por aquí a León Sánchez Cuesta, a quien se puede definir sin exagerar como el gran librero de la Generación del 27. Su archivo ha sobrevivido afortunadamente al paso del tiempo. De esta manera hay constancia documental de las peticiones que le hicieron numerosos autores, entre ellos Luis Buñuel. De esta manera podemos saber que Buñuel le solicitó bibliografía sobre Goya para un proyecto de película –la que debía ser su primera vez tras la cámara– que no se materializó. También le rogó una Biblia; las «Novelas ejemplares» de Cervantes; o «La corte de Carlos IV», uno de los «Episodios nacionales» de su querido Galdós.
✕
Accede a tu cuenta para comentar