La defensa a ultranza del fuerte de San Telmo
El gran sitio de Malta de 1565 se caracterizó por brutales combates a muerte, el epítome de los cuales fue el de este lugar
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Este fuerte, ubicado en la punta del monte Sceberras, bloqueaba la entrada de la bahía de Marsamxett, donde los otomanos querían fondear su flota. En lugar de unos pocos días, como esperaban, les costó un mes y miles de bajas doblegar la resistencia de los defensores cristianos, todo ello a cambio de una posición de dudoso valor estratégico para la conquista de la isla. Años después, el cronista otomano Gelibolulu Mustafa Alí recogió el parecer de Dragut –también llamado Turgut Pachá–, bey de Trípoli y el marino más avezado del sultán Solimán el Magnífico: «Turgut Pachá dijo que el Masin Termo [San Telmo] apenas era de una importancia secundaria en comparación con Malta Kalesi [las poblaciones del Burgo y Senglea], porque si se tomaba Malta Kalesi, el Masin Termo no tendría valor y no supondría amenaza alguna, sin importar cuántas tropas albergase; sin embargo, aunque cayese el Masin Termo, Malta Kalesi podría resistir durante años».
Torre de vigilancia
Construido en 1552 por el ingeniero español Pedro Pardo en la ubicación de una antigua torre de vigilancia, el fuerte de San Telmo contaba con cuatro baluartes y una tenaza. Más tarde se le agregó un elevado caballero en la parte posterior, cuya función era cubrir la fortaleza principal con fuego de artillería. Meses antes del asedio se reforzó el flanco más expuesto con un revellín destinado a evitar que el enemigo flanquease la posición. Entre los defectos de la fortaleza, además de la práctica ausencia de fortificaciones exteriores, cabe destacar la inexistencia de aspilleras, que supuso un grave problema para los defensores a la hora de disparar sobre los atacantes, y la falta de poternas para efectuar salidas al nivel del foso. La artillería otomana desató un devastador fuego cruzado sobre los caballeros y soldados cristianos. Los tres baluartes más expuestos sufrieron graves destrozos que se cubrieron a duras penas con gaviones rellenos de colchones y gúmenas. En paralelo, los gastadores otomanos cavaron trincheras de aproximación en la dura roca hacia la contraescarpa del foso y no tardaron en rebasar el fuerte por el este. Su objetivo era el revellín, que tomaron el 3 de junio con un silencioso asalto nocturno. Acto seguido, reforzaron esta posición con pellejos de cabra rellenos de tierra que cubrían a sus soldados y amortiguaban los disparos cristianos. Francesco Balbi de Correggio, un arcabucero que desembarcó en Malta con las tropas que había enviado el virrey de Sicilia, García de Toledo, describe en su diario la dantesca situación en el interior del fuerte las horas previas al definitivo asalto del 23 de junio de 1565: «Habían muerto ya quinientos cristianos, y los que quedaban serían ciento, los más dellos heridos, y sin municiones, y sin esperanza de socorro». Cuando los jenízaros turcos, los sipahis y los corsarios berberiscos se abatieron sobre San Telmo, los caballeros y capitanes no pudieron impedir que se apoderasen de las murallas, pero vendieron caras sus pieles.
Vidas «muy bien vendidas»
El gobernador, fray Melchor de Montserrat, de la lengua de Aragón, murió de un arcabuzazo en el adarve; el siguiente en caer fue el capitán Miranda, del Tercio de Sicilia, abatido también de un tiro de arcabuz mientras trataba de rechazar a los atacantes pica en mano y postrado en una silla por una herida que le impedía caminar. El anciano Juan de Guaras, caballero de la lengua de Aragón y bailío de Negroponte, se arrojó con su alabarda contra los jenízaros y luchó hasta caer decapitado. El coronel Mas, al que sus hombres llevaron desde la enfermería hasta las murallas, pues podía tenerse en pie pero no caminar, causó estragos con su espada antes de ser abatido. Dueños los turcos del caballero que dominaba el fuerte, los escasos defensores vivos comprendieron que estaban perdidos. El italiano fray Francesco Lanfreducci, conforme a las órdenes, emitió una señal luminosa para informar al gran maestre de la caída de San Telmo. Acto seguido, en palabras de Balbi de Correggio: «Los nuestros, siendo tan pocos y todos heridos, y acometidos por tantas partes, no pudiendo más resistir, se retiraron hacia la iglesia, por ver si hallarían en aquellos perros bárbaros alguna manera de razón humana o concierto, más como vieron que al entrar degollaban sin ninguna lástima a los que se rendían, saltaron a la plaza y allí con grandísimo valor acabaron sus vidas muy bien vendidas».
El sitio de Malta, una cruzada en la Edad Moderna
Para una Europa dividida por la reforma protestante y con múltiples reinos inmersos en disputas seculares, el espíritu de cruzada propio de épocas previas era poco más que un glorioso recuerdo. Sin embargo, los últimos ecos de aquel mundo de guerreros juramentados por la fe los encontramos en la pequeña isla rocosa de Malta en los meses centrales de 1565, cuando una nutrida armada otomana desembarcó en el último feudo de la Orden del Hospital de San de Juan de Jerusalén para poner fin a sus molestas incursiones corsarias sobre las costas musulmanas. Menguados en número tras la expansión del protestantismo y su expulsión de Rodas en 1522, los caballeros se aprestaron con uñas y dientes a defender su nuevo hogar, que Carlos V les hacía cedido en 1530. En el gran sitio de Malta, los soldados de Solimán el Magnífico y del gran maestre Jean Parisot de La Valette se enfrentaron no en una lucha secular, sino en una guerra donde la dimensión religiosa se anteponía a cualquier otra consideración, por importante que fuese. El verano de 1565, en Malta, una isla que no podía abastecer ni siquiera a sus habitantes y bajo un calor asfixiante, otomanos y cristianos disputaron cada posición y volcaron todo su ingenio para alzarse con un triunfo en el que todo estaba en juego.
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