Sección patrocinada por sección patrocinada
"Wonder Woman 1984" será el primer gran blockbuster de la era post-pandémica y se estrenará primero en cines e inmediatamente después en plataformas digitales (HBOMax)

Las salas de cine pierden sus superpoderes

El estreno de «Wonder Woman 1984», en salas primero y en plataformas digitales una semana después, abre un cisma en la industria cinematográfica cuyas consecuencias van más allá de la pandemia

El pasado 3 de octubre, el Cine Paz, uno de los emblemas de la cinefilia madrileña y joya de la corona de aquellos que entienden la industria del séptimo arte como un negocio que todavía puede ser administrado con los pies en la tierra, bajaba la persiana hasta nuevo aviso. Con casi un siglo de historia a sus espaldas, la familia que lo administra no se veía con la fuerza económica para capear el temporal y quedaba obligada a renunciar temporalmente a eso que solemos sintetizar en la obviedad de «buscarse la vida» pero que esconde un drama que va más allá de lo meramente económico: «Seguimos ofreciendo pases privados, pero al abrir la taquilla para la devolución de abonos que se quedaron sin usar se te cae el alma a los pies. Tenemos casos de gente que venía asiduamente a nuestro cine y que nos cuenta que venir a que le devolvamos el dinero supone su primera salida a la calle en meses», explica compungida Carolina Góngora, gestora del cine. Y añade: «Hemos insistido por activa y por pasiva y nuestros protocolos están a prueba de todo. Ni siquiera los hemos externalizado para asegurarnos de que se cumple todo a rajatabla, pero la gente sigue teniendo miedo. Como empresa familiar, no nos podemos permitirnos afrontar meses y meses con cerca de un 70% de pérdidas».

Las palabras de Góngora, duras incluso en la mecánica del audio telefónico, bien podría compartirlas Fernando Lobo, administrador del recién abierto Cine Embajadores, en el sur de la capital. Aunque el público sea distinto la queja es la misma: «A nosotros no nos afecta tanto lo que hagan las grandes compañías con sus películas, porque vivimos más de lo independiente, pero nos afecta porque son nuestros compañeros. No es nuestra muerte inmediata, pero creo que decisiones como la de Warner hacen polvo a empresas como Cinesa, Yelmo o Kinépolis». Y ello podría firmarlo también Ángel Mora, responsable del Artistic Metropol, una pequeña sala autogestionada que ya se desenvuelve con soltura en ese mercado de nicho al que muchos abocan al nuevo cine: «El modelo tradicional ha saltado por los aires durante la pandemia», dice expeditivo.

Sus voces, las de una industria a la que se le está poniendo cara de quiosco y que tiene que aguantar como los adalides de la modernidad mercadotécnica tachan de «carcas» o de «negocios anclados al pasado», cada vez tienen menos presencia mediática y ello no es en absoluto una casualidad, sino que obedece a un plan estratégico y económico que aun siendo legítimo, deja muchas dudas sobre el interés artístico y cinéfilo de quien está detrás.

Las cifras del naufragio

Para entender el proceso de concentración y desaparición al que se enfrentan las salas españolas y las de todo el mundo, hay que pasar por lo inmediatamente coyuntural. Los decretos de alarma y los estados de emergencia cerraron las salas de la práctica totalidad del globo entre la primavera y el verano de este año. La salud de la industria, golpeada en esa tercera ola por el plataformismo que antes había sido la tele y otrora el deuvedé, no era en absoluto mala: 2019 se cerró en España con una excelente recaudación de 624 millones de euros y un total de 105 millones de espectadores, el mejor dato de la serie histórica desde 2010. La gente había vuelto al cine.

De hecho, y aunque el dato estuviera inequívocamente contaminado por los grandes taquillazos como «El rey león», «Vengadores. Endgame» o incluso «Parásitos», exhibidores y distribuidores podían soñar sin sonar ilusos con acercarse un poco más a los 147 millones de espectadores de 2001, el mejor registro del siglo e hijo innegable de la España de la burbuja.

Para poner las cifras en contexto: al cierre de este reportaje, la recaudación de los cines en España en 2020 según fuentes del Ministerio de Cultura y la compañía ComScore ronda los 130 millones de euros (128.838.400 euros). Es decir, la pandemia habría provocado una pérdida de casi 500 millones de euros en el balance interanual. Algo parecido ocurre con los espectadores, esto es, el número de entradas vendidas, que caería con la proyección actual hasta los 21 millones. Respecto al anterior ejercicio, el coronavirus se agendaría más de 80 millones de butacas vacías. En total, el 2020 se cerrará con una pérdida del 79,16% del volumen total del negocio.

Si los números crudos no alcanzan para explicar el naufragio, quizás un último dato sí lo haga: la película más taquillera de 2020, «Padre no hay más que uno 2», con toda la maquinaria publicitaria que mueven Santiago Segura y amistades varias, apenas entraría en el top 10 de cualquier otro año reciente.

¿El ocaso de las salas de cine? El Paz de Madrid, una de las joyas de la corona de la cinefilia en la capital, bajó en octubre su persiana hasta nuevo aviso.
¿El ocaso de las salas de cine? El Paz de Madrid, una de las joyas de la corona de la cinefilia en la capital, bajó en octubre su persiana hasta nuevo aviso.Cristina BejaranoLa Razón

El imperio contrataca

Con los avances y datos económicos que manejan las «majors» del sector (Universal, Warner Bros., Disney y Sony) desde hace meses, era cuestión de tiempo que las decisiones empezaran a afilarse como guadañas protectoras del capital. La veda se abrió casi a la misma vez que los propios cines de nuevo, cuando Universal decidió retrasar hasta el año que viene la nueva película de un James Bond que, además de salvar al mundo, debía intentar hacer lo propio con las salas que le hicieron más famoso que el papel desde el que saltó. Este golpe, a finales de un septiembre en el que todavía había quien daba por espantada la «segunda ola», significó el cierre de las 128 salas de Cineworld en Reino Unido, donde era el principal operador y daba empleo a más de 5.000 personas.

El cierre parcial de una compañía que factura cuatro veces lo que Yelmo Cines en España era esclarecedor: con Disney apostando por estrenar sus mega-producciones en su plataforma digital y los demás presos del miedo a las cifras, las que quedaban contra la espada y la pared eran las salas. Los exhibidores, otrora comisarios poderosos de lo que es y lo que no es cine, ahora se veían ante la ira de quien los quiere echar del mercado a patadas: o estrenas con nosotros y ves una parte mínima del beneficio compitiendo contra la comodidad de un sofá «covid-free», o te quedas fuera del reparto de la tarta.

«Sin tiempo para morir», la última película de Daniel Craig como el Agente 007, solo sería el globo sonda y el irónico augurio de un golpe de gracia que, ahora ya sí, puede ser fatídico sin que Universal, la única «major» que al menos ha intentado salvar los muebles, pueda evitarlo. Este mes, Warner Bros. llevó a cabo un movimiento en dos tiempos que pocos concibieron como estratégico tras el anuncio del primero de ellos: «Wonder Woman 1984» secuela de las aventuras de la Mujer Maravilla se estrenará el día de Navidad tanto en cines como en la plataforma digital HBO Max, «en aquellos territorios donde no sea posible asistir a las salas», según rezaba el comunicado que hizo público la directora Patty Jenkins.

Lo que la realizadora no aclaró es que nadie en Warner había avisado a las salas (ni americanas, ni europeas) del movimiento ni del ambicioso plan que se haría público una semana más tarde: todo el catálogo de películas del gigante previsto para 2021, incluyendo títulos tan esperados como «Matrix 4» o la nueva adaptación de «Dune», seguirá el mismo modelo de estreno. Sorprendidas y soliviantadas, cadenas importantes de salas en Estados Unidos como Cinemark se apresuraron a explicar que nadie les había puesto en preaviso de la situación y a criticar un modelo de negocio «tan a largo plazo». «Es una cerdada», apunta un distribuidor que desea conservar el anonimato.

Pickford, Chaplin... y Nolan

En un ambiente tan sumamente reaccionario como el de Hollywood, más propenso a la cancelación de personajes por un tuit que a la reivindicación de los convenios sindicales, no fueron pocos los que se sorprendieron cuando popes como Denis Villeneuve o Christopher Nolan salieran en defensa de la experiencia cinematográfica: «Los mejores cineastas de la industria se fueron a dormir pensando que estaban trabajando para el mejor estudio de cine y se despertaron descubriendo que trabajan para la peor plataforma». Y añadió, en entrevista para Entertainment Tonight: «Warner tiene una maquinaria increíble para hacer que el trabajo de un cineasta se vea en todo el mundo y lo están desmantelando. Ni siquiera entienden lo que están perdiendo. Su decisión no tiene sentido económico, e incluso el inversor de Wall Street más inocente se daría cuenta».

Las duras palabras del director de «Tenet», uno de los realizadores con más relevancia y libertad en el panorama actual, no son más que la punta del iceberg de la opresión creativa que asola la meca del cine desde los tiempos de Mary Pickford y Charles Chaplin, que decidieron producir por libre y enfrentarse a las consecuencias con su United Artists; o incluso desde antes, desde que la mal llamada Gripe Española de 1918 propiciara un proceso parecido.

La última gran enfermedad del mundo occidental también sirvió a los pesos pesados del celuloide para quedarse con más porciones de la tarta. Entre 1918 y 1929, cuando el crack lo arrasó todo, los estudios consiguieron dominar el proceso de producción de las películas desde el guion hasta la exhibición. No sería hasta 1948, con el sonado «caso Paramount», cuando Estados Unidos regulara la concentración vertical. A juicio del lector queda que las consecuencias de dicho fallo, que obligaba a los grandes estudios a poner en venta sus salas, quedaran revocadas el 7 de agosto de este mismo año en un movimiento legal que apenas consiguió atención mediática.

Diseccionada la jugada maestra que cambiará para siempre el panorama industrial, solo queda entonces preguntarse por el futuro, ese en el que nombres del cine español como Enrique González Macho pronostican una salud «terriblemente mala» y que medio celebra que Disney apueste por el corto plazo y, de momento, mantenga su compromiso con los estrenos en sala. Un buen paso en la dirección de la conservación de los cines como espacio de comisariado lo dio el errático Ministerio de Cultura con las ayudas de julio por 13.252.000 euros, pero los impulsos económicos se antojan insuficientes ante un sector que se ahoga. O peor, al que están ahogando.