“Euphoria”: y que el fin del mundo nos pille bailando
HBO España estrena este mes el segundo de los capítulos especiales que ha forzado la pandemia a la espera de la nueva temporada de la serie de Zendaya
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No hace falta descubrir América. Vale con ponerle delante un espejo y explicarle que lo que está viendo es real. También cabe añadir que allá donde las historias carezcan de credibilidad, siempre habrá alguien que les administre costumbrismo quirúrgico. Eso es exactamente lo que está haciendo Sam Levinson («Nación salvaje») en su «Euphoria» desde que viera la luz en el verano de 2019. A través de los drogodependientes ojos de una Zendaya que roza la perfección en cada intervención que le regalan los guiones de Levinson, la serie explora la salida de la adolescencia y la entrada en la madurez jurídica desde esa impasibilidad zeta que deja en ridículo a la valentía de Gary Cooper o John Wayne. Ya no hacen falta hombres tranquilos, sino hombres responsables de sus acciones; ya no hace falta estar solo ante el peligro, ahora está bien considerada la humildad del que pide ayuda.
Con la misma naturalidad con la que se expresa la tribuna joven cuando habla de sus adicciones o de sus problemas de salud mental, «Euphoria» ofrece un retrato barroco de la generación del fin del mundo, esa que reivindica constantemente que no eligió nacer y que, por consiguiente, jamás obligará a nadie a hacerlo, y la autenticidad de este tipo de celebraciones.
Los «zetas», por los «zetas»
En uno de sus primeros capítulos, la serie de HBO se hace verbo en boca de uno de sus personajes: «No soy de la generación que creó este sistema, ni de la que lo hizo pedazos». La distancia entre generaciones y, sobre todo, la desesperanza de una camada perdida que vivirá peor que sus padres y que, por desgracia, tantos y tan buenos productos audiovisuales nos está regalando («Normal People», «Industry»), son los motores de una ficción quizá demasiado realista y caricaturesca para los paladares menos psicotrópicos. La explotación de imágenes violentas y eludibles está ahí y «Euphoria» no debería ser interpretada nunca como una sesión terapéutica, sino más bien como un solemne tutorial de Youtube que le ayude a entender por qué su hijo le odió en aquel momento concreto o un decálogo del «shock» sobre las consecuencias de no preguntarle a los chavales cómo van sus asuntos personales de vez en cuando.
Sin la entereza impostada de «lo necesario» que exigen los tiempos que corren, se trata de una serie políticamente incorrecta (lo cual se agradece), pero que por momentos parece que se toma demasiado en serio a sí misma y a su activismo de salón. La desidia con la que se tratan comportamientos asociales no vindicativos, como el consumo de drogas, se vuelve nítida en tramas que hablan de una transexualidad que, milagro, no es el eje vertebrador del personaje que la desarrolla con orgullo. El estreno de los capítulos especiales en HBO España que ha provocado la pandemia se convierten en la excusa perfecta para retomar la historia de Rue, Lexi, Jules y las otras chicas del posmoderno montón.