Javier Botet: “Quería hacer la película que me hubiera encandilado de pequeño”
El actor manchego, célebre en Hollywood por su trabajo físico (”REC”, “Slender Man”), estrena “Amigo” en Filmin, compartiendo protagonismo con David Pareja y a las órdenes de Óscar Martín
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Cuando Molière escribió «El misántropo», ya roído hasta las entrañas por su hipocondría y en vorágine plena de odio por lo ajeno, dejó que uno de sus personajes le sirviera de conveniente altavoz: «La amistad requiere de misterio y es, seguramente, profanar su nombre quererla sacar a relucir en toda ocasión», dejó escrito. Lo que para el dramaturgo galo no era más que una nueva modalidad de desprecio en forma de frase envenenada, entonces para quienes creía que se aprovechaban de su nombre para convencer del poder diplomático del teatro a Luis XIV, bien podría ser la tesis principal de «Amigo», la película dirigida por Óscar Martín y que protagonizan David Pareja y Javier Botet.
«El génesis del proyecto hay que buscarlo hace más de veinte años, cuando David (Pareja) y yo éramos compañeros de Bellas Artes en Granada», comienza su relato un Botet que, sin salirse del registro macabro al que nos tiene acostumbrados («REC», «Slender Man»), ha levantado un largometraje que parte de un relato propio: «Mi historia transcurría en un piso de Madrid en la actualidad, pero al ponerse en marcha el proyecto como película y al entrar las ideas de Óscar Martín le dimos forma entre los tres a un guion más ambicioso, llevándonos la acción a un pueblo casi aislado y a principios de los noventa», explica.
Humor oscuro casi negro
«Amigo» es la historia de David y su empeño porque no le falte de nada a Javi, al que conoce desde hace varios años y para el que ejerce de cuidador ante su dependencia. Corroído por la culpa de un misterioso accidente que acabó también con la vida de la pareja de Javi, David cruzará todas las líneas de la decencia y el amor propio para satisfacerle, como deudor casi de todos sus caprichos. La ebullición del conflicto de intereses, en este «thriller» que a veces juega a comedia de humor oscuro y casi negro, y a veces a pesadilla recurrente de Chicho Ibáñez-Serrador, estalla en deleite del espectador cuando David se harta y convierte el filme en algo más parecido a «Misery» que a «Intocable».
«Al rodaje», explica Botet, «David y yo llegamos a un punto de nuestra amistad un poco complicado al que el encierro en la montaña ciertamente no ayudó. Él es una persona que defiende a ultranza sus ideas, igual que yo, pero el carácter del director nos ayudó a sacar la película adelante y a usar ese hartazgo, el uno del otro, para beneficio de la película. Fue catártico, porque todas nuestras diferencias fuera quedaron zanjadas a través de la película».
El actor, que en cuanto pueda reorganizar lo que complicó la pandemia rebotará entre Berlín, Londres y Los Ángeles para retomar varios proyectos de terror que quedaron pendientes, confiesa que mucho de lo que vemos en pantalla, sobre todo lo relacionado con la enfermedad del protagonista, tiene que ver con su propia experiencia: «Ni mucho menos ha sido uno de mis rodajes más duros en lo físico, pero sí en lo mental. Por diversas operaciones y problemas de salud, he llegado a estar en cama postrado durante largas temporadas y los problemas pulmonares que sufre este personaje son una exageración de episodios concretos que todavía tengo presentes. Desde que lo concebí lo hice teniendo en mente lo que sé que controlo», confiesa antes de añadir: «Sé que mi cuerpo es peculiar, pero creo también que sin un equipo que arrope mis capacidades y que les de un sentido, no podríamos haber hecho algo tan llamativo».
Lo que el experimentado actor, al que nos hemos acostumbrado a ver ya sin prótesis en «El vecino» o «La reina de los lagartos», deja en «llamativo» bien sirve para explicar el carácter de una película que no tiene miedo a moverse entre géneros y a ser consciente de su propia humildad, sin renunciar por ello a grandes escenas con efectos prácticos ni a la utilización de retoques digitales para llevarnos de vuelta a la España que aún soñaba con las Olimpiadas.
«Más allá de que el proyecto trascendiera o no, lo importante para mí era conseguir algo que me hubiera encandilado de joven. Una de esas películas que uno se encontraba en televisión o en el videoclub y no podía dejar de mirar por desagradable, incómoda o extraña que fuera. Creo que lo hemos conseguido», remata un Botet que, sin renunciar ni a lo explícito ni a lo escatológico, se erige como un fino narrador de ironías y un excelente guionista de la paradoja.