Películas, piratería y plataformas: la urgencia de reformar los cines
La escasa recaudación veraniega es el último clavo de una reconversión tan necesaria como postergada en una industria en la que Hollywood ha dejado de ser la Meca del cine
Creada:
Última actualización:
Bob Chapek, el jefazo absoluto de Disney, se enfrenta a la llamada trimestral con sus inversores: «Las películas que hemos estrenado estos meses fueron concebidas durante un período en el que no sabíamos prácticamente nada sobre la COVID. (...) Desde el inicio de la pandemia, hemos llegado a cientos de acuerdos con los talentos y todos han ido a las mil maravillas. Tal y como hemos hecho siempre, encontraremos la manera de compensar las pérdidas nuestras y las de nuestras estrellas», se oía al otro lado de un teléfono, con sede en Wall Street, que le preguntaba por la demanda de Scarlett Johansson.
La protagonista de «Viuda negra» se ha atrevido a llevar a los tribunales al mismísimo Mickey Mouse por lo que considera un «trato injusto» y un «incumplimiento de contrato», en referencia al estreno de su última película en la plataforma Disney+ al mismo tiempo que en cines. La actriz — o quizá sería mejor decir sus abogados y su equipo de publicidad—, creen que el montante que se ha embolsado en concepto de beneficios se ha visto afectado por la piratería y reclaman que se les pague la diferencia.
Más allá de la afronta empresarial, y de una batalla que tiene poco de David contra Goliat y mucho de dos ratas peleando por un churro, el cuestionamiento de los contratos multimillonarios en la otrora Meca del cine es el último episodio de un dilema que el séptimo arte viene postergando desde la aparición de Netflix y Amazon como jugadores de relevancia global y que, después de una pandemia que no permitía abrir las salas de cine ni promocionar los filmes de la manera habitual, no puede retrasarse más: hay que refundar Hollywood. O, al menos, darle un nuevo significado al concepto que tuvo en la mirada de los Spielberg, Lucas, DePalma o Scorsese su último retoque.
Poderoso caballero
Después del escándalo con la Viuda Negra, durante muchos años la única imagen femenina y feminista de la Casa del Ratón en cuanto a superhéroes se refiere, fueron muchos los que se aventuraron a asegurar que habría una nueva avalancha de pleitos y que los intérpretes, como si la negociación salarial y sindical no fuera una quimera en el mundo del espectáculo, se aventurarían a reclamar sus plusvalías. Seguimos esperando. Y, de hecho, la misma Emma Stone que se rumoreaba podía unirse a la demanda, acaba de firmar el contrato de la segunda parte de “Cruella”.
El panorama que han dibujado los nuevos operadores, independientes de cualquier tipo de control y ajenos al escrutinio —fiscal y comercial— de sus audiencias reales, es desolador. Pese a los intentos de diversos operadores como ComScore y Rentrak, cuya labor notarial tampoco está lejos de la duda razonable, no hay plataforma digital que se atreva a hacer públicos sus datos. Tan solo las renovaciones, las cancelaciones y la inversión (o no) en publicidad nos dejan hacernos una idea de cómo funciona una serie de HBO o la última película de Netflix. Si su supermercado de confianza le dijera, sin aportar ningún otro dato, que una marca de pan de molde es la más consumida —y por ende, la mejor a ojos del consumidor—, ¿no sería absolutamente normal dudar y creer que la moto puede estar trucada, adulterada quizá?
Humo y algoritmos aparte, lo cierto es que la pandemia, pese al buen ánimo del sector, tendrá consecuencias económicas graves para unas ya maltrechas cuentas del séptimo arte. Igual que en la crisis económica de 2008, cuando el ritmo de películas estrenadas en cines sufrió su primer retroceso desde principios de los noventa (casi 100 películas menos por año), la COVID volverá a hacer añicos los peores registros: «El escuadrón suicida», la nueva película de James Gunn con excelentes críticas en todo el mundo, debutó la semana pasada en nuestro país con 1.121.101€ de recaudación. La anterior película, («Suicide Squad», de 2016), vapuleada en todo el mundo y de la que renegó hasta su director, recaudó casi cinco veces más.
No se trata, por tanto, de la calidad de los filmes estrenados ni de su número, tanto como de la transformación de las audiencias y la nueva segmentación del mercado. Los estrenos simultáneos, si bien más democráticos en el sentido de hacer llegar más películas a lugares más recónditos, han dado alas a una piratería que, por momentos, parecía extinta. Al entrar en RARBG, la página de referencia del robo intelectual en Internet, podemos encontrarnos con versiones en alta definición de películas aun en salas como «Expediente Warren», «Fast and Furious», o incluso películas que aun no se han estrenado en nuestro país, como «Gunpowder Milkshake» o «Censor», que ya están disponibles vía «streaming» en otras partes del globo.
Si todo fuera culpa de la piratería, como nos repitieron hasta la saciedad casi todos los gobiernos socialistas, la solución sería sencilla, pero hay más factores a tener en cuenta. Quizá el más obvio sea la segmentación del mercado siguiendo nuevos modelos, a la sazón, la plataforma digital de turno. A fecha de agosto de 2021, existen 36 operadores de video bajo demanda en España, pero sin embargo, es prácticamente imposible ver una Palma de Oro del Festival de Cannes de principios de siglo sin recurrir al formato físico. Menos erudito: para ver «Evangelion» en su totalidad, quizá la serie animada más popular de mundo, hay que estar suscrito a tres plataformas distintas.
El ansia tardocapitalista de los operadores por saturar el mercado, antes de que explotase, es la mirada misma al abismo. No hay solución fácil y quizá la apuesta por el consumo local, tal y como ya funciona en cierto modo en la alimentación, pueda aliviar los problemas económicos de un cine, el occidental, que ya no es ni mucho menos el hegemónico. Entre las cinco películas que más recaudaron en 2020, todas por debajo de los 500 millones de dólares eso sí, solo hay dos filmadas en Hollywood. En el 2000, lo eran las primeras 15.
La manida expresión de «repensar» o «refundar» los cines, aplicada desde hace unos años a esos mamotretos horrendos que son las salas «deluxe», quizá debería ganar entidad y aplicarse a la industria. Tal y como cuando pensamos en las «culturas» y no en la «cultura». Imitar la experiencia hogareña, por tentador que suene y por infladas que se puedan vender sus entradas, solo es contraproducente para un medio que parece no saber que su excentricidad es la experiencia común. Los cines que vienen son más diversos y más baratos, pero también tendrán la oportunidad de ser más rentables.