Pelotazo “gamer”: una nueva burbuja económica de la nostalgia
Después de la oleada especulativa que acompañó a la popularización de las criptomonedas y los NFT, el mundo del videojuego retro y “vintage” será la próxima víctima
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Todos tenemos cerca a «ese» familiar, uno al que el uso y costumbre de la lengua quiso encerrar en el «cuñado», pero también podría tener hueco en el «primo», en el «hermano» y hasta en el «hijo». El mismo que ahora le está calentando la oreja con las criptomonedas, a pesar de que el Bitcoin lleva más de una década entre nosotros, y el mismo que hace no tanto le explicaba que para 2020 ya íbamos a ir en 20 minutos de Madrid a Barcelona en «hyperloop». El mismo, quizá, que todavía se traga las trolas de Elon Musk o que ve en los delirios espaciales de Jeff Bezos una oportunidad para la Humanidad más allá de un «ego trip» de manual. Antes de que se acuerde de que a usted también, por un momento, le dio por el «real fooding», es de rigor explicarle cuál será la próxima brasa: la especulación con videojuegos.
Hace no mucho, la venta de una copia de «Mario Bros.» de 1985, sin abrir, se llevó varios titulares de prensa al alcanzar los dos millones de dólares en una subasta. Un prototipo de «PlayStation» se vendió el año pasado por 400.000 euros. Lo que subyace, en realidad, es una nueva burbuja económica, cimentada en la nostalgia, y que tiene a los cartuchos y juegos «vintage» nadando en la especulación. Para hacernos una idea: hasta hace un par de años, los precios que alcanzaban estos objetos de coleccionista «apenas» llegaban a los 30.000 dólares, tratándose casi siempre de ediciones especiales, «raras» o inéditas en el territorio en el que se estaban comprando. De hecho, durante varios años el récord de este tipo de subastas lo tuvo una copia de «Super Mario Bros. 3» cuya gracia estaba en haber imprimido su etiqueta, por error, alineada hacia la izquierda (120.000 dólares).
Para explicarlo, más allá del confinamiento que tantos trasteros apañó, hay que entender dos factores: primero, la negativa de corporaciones como Nintendo a abaratar los precios de sus propiedades intelectuales clásicas, haciendo que videojuegos que ya salieron hace más de tres años sigan costando lo mismo hoy en día; y segundo, que hay nuevos inversores que han visto en los cartuchos -de un plástico barato y con una vida útil todavía por demostrar a largo plazo- una excelente oportunidad para especular y, por qué no decirlo, lavar dinero.
Al igual que ocurriera hace poco con las cartas «vintage» de Pokémon o con la célebre tulipomanía del S. XVII, cuando la economía de los Países Bajos casi se derrumba por culpa de unas cuantas toneladas de flores de colores, esta nueva burbuja, ahora de la nostalgia y de los sellos sin romper, tiene muchos tiburones listos para oler la sangre. No podrán decir que no les hemos avisado.