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Alfonso Sastre, un dramaturgo incómodo

Transgresor en sus postulados artísticos, y polémico en su pensamiento político, fallece a los 95 años una de las personalidades teatrales más influyentes en la segunda mitad del siglo XX

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Vanguardista cuando las vanguardias apenas eran posibles, Alfonso Sastre (Madrid, 1926-Fuenterrabía, 2021) labró una carrera teatral tan singular como importante en el curso de la historia del arte escénico durante la segunda mitad del pasado siglo. Ya sus comienzos fueron, en cierto modo, revolucionarios, si tenemos en cuenta el contexto social y político de sus primeras tentativas dramáticas, en la triste y encogida España de los años 40, y los motivos que lo impelían entonces a escribir: quería poner fin a la “náusea”, según sus propias palabras, que le provocaba el “teatro burgués” del momento, en cuyo trono seguía arrellanado un Jacinto Benavente que, ciertamente, ya había dado todo lo mejor de sí hacía años.
Y con este propósito cofundó en 1945, en un café de la calle Alberto Aguilera, Arte Nuevo, un grupo teatral de inquietos jovenzuelos que querían ponerlo todo patas arriba. En él, junto a Sastre, estaban Medardo Fraile, Alfonso Paso –los tres habían sido compañeros en el bachillerato y ya habían firmado algunas piezas que nunca se estrenaron– José Gordón, Carlos José Costas y Enrique Cerro. La aventura conjunta no llegó a durar un lustro, por las dificultades económicas y también, como dijo Paso, por “la incomprensión de muchos”, pero sí suscitó suficiente interés entre el público universitario más inconformista y entre algunos críticos de la prensa tradicional; suficiente, al menos, como para que algunos empezaran a ver que sí era posible en España, y podía ser muy interesante, hacer otro teatro más intelectualizado, de influencia europea, que nada tenía que ver con el costumbrismo, ni el folclorismo, ni el lirismo acartonado al que estaba el público acostumbrado.
En cierto modo, ellos abrieron las puertas del teatro a otros mundos, aunque luego cada uno siguiera caminos artísticos y vitales muy diferentes. En este sentido, resultan llamativas, por radicales, contrapuestas, polémicas y hasta incomprensibles, las posiciones políticas que terminarían adoptando Paso, simpatizante de Falange, y Sastre, integrado nada menos que en las listas electorales de Herri Batasuna.
Sin embargo, en lo teatral, hay que reconocer que fue Sastre, de todos ellos, quizá el único que siguió escribiendo, como dice el profesor Mariano de Paco en su estupendo estudio sobre aquel teatro de posguerra, “en una línea acorde con aquellos lejanos tiempos”. Y, efectivamente, vemos que en “Cargamento de sueños” –quizá la más exitosa de esas primeras obras, si es que se podían cifrar en éxitos aquellos estrenos que hoy denominaríamos categóricamente “off”– ya late con fuerza, aunque lo hiciera aún de un modo alocado, el mismo corazón creativo de quien luego firmaría obras tan relevantes como “Escuadra hacia la muerte”, considerada por él mismo como “un grito de protesta ante la perspectiva amenazante de una nueva guerra mundial”; “La mordaza”, sobre el autoritarismo y el miedo en el seno familiar; “En la red”, que toca el tema de la independencia de Argelia; “Oficio de tinieblas”, donde denuncia las prebendas y la inmoralidad de los poderosos… y un sinfín de obras –más de 50– que le sirvieron para alzarse con premios como el Nacional de Teatro, el Nacional de Literatura Dramática o el Max de Honor.
Aunque frecuentemente su obra se haya englobado dentro del llamado “teatro social”, Sastre nunca dejó de ser experimental en la forma, buscando una mixtura de lenguajes que fueran mucho más allá del texto, y existencial en el fondo, ahondando, como hicieran los grandes trágicos, en la angustia humana, en el miedo y la culpa, y en el delirio y la confusión que puede generar el simple hecho de sentirse vivo. Es un teatro artificiosamente estilizado a veces, y que tiende a la abstracción en exceso; por eso, puede resultar un tanto cansino, difícil de digerir. Pero es innegable que su originalidad ha sido la verdadera madre de muchas otras supuestas originalidades posteriores.

UNA ODISEA LLENA DE PELIGROS

Por Juan Carlos Pérez de la Fuente
Con el runrún del fallecimiento de Alfonso Sastre uno piensa en que le teníamos allá en las brumas del País Vasco y que ya solo nos queda un grande en París, Fernando Arrabal. Las sensaciones que aparecen son las de las direcciones de sus textos y algunas de las operaciones que realizamos durante mi etapa en el Español: aquel «Arte Nuevo», con dirección de Garci. Para esta misma época estaba planteada una revisión de toda su obra, aunque no se pudo llevar a cabo por razones obvias. Fui a verle hasta Hondarribia y dijo que sería «el hombre más feliz».
Y es que siempre nos quedamos en «Escuadra hacia la muerte» y «La taberna fantástica», pero hay mucha obra detrás de todo eso. Yo mismo levanté «¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?» porque en mi relación con los autores españoles, entre los Buero y los Nieva, Sastre no podía quedarse atrás. Curiosamente, fue un proyecto privado. Queda para lo público adentrarse en «La mordaza», «Tragedia fantástica de la gitana Celestina» o «El nuevo cerco de Numancia». Y otros libros dedicados que hoy vuelvo a leer: «Los hombres y sus sombras» y «¡Han matado a Prokopius!». O su poesía, casi desconocida y visible en «Obra lírica y doméstica. Poemas completos», donde se respira su devoción por Jardiel. Es en esta locura lírica maravillosa donde te das cuenta de su sentido del humor, pese a todo ese teatro rotundo y sobrio.
Una vez más sucede que se va alguien importante y solo conocemos tres cosas. Llegará el momento de los homenajes (Onetti ya ha anunciado la concesión de la Medalla de Honor de la SGAE), aunque lo que quiere un autor dramático es ver su obra sobre el escenario. Es el único lugar en el que comprobaremos si sigue vivo. Lo demás solo son conferencias y tributos... Hay que apostar antes. Ahora, a los 95 años y con su reciente despedida, toca hacerlo. O es ya o caerá en el olvido poco a poco. De no ser así, volveremos al «teatro de la excepción»: excepcionalmente montaremos un Sastre. El modelo es Francia y su «théâtre de la comédie», contenedor del repertorio galo. En el nuestro, desde luego que se encuentra Alfonso Sastre. En su firma siempre estarán el movimiento crítico y la revolución contra el teatro burgués. Adentrarse en su territorio dramatúrgico es una odisea llena de peligros porque es un autor incómodo. La Prensa lo pone de radical, pero la realidad es que era incómodo, siempre estuvo en el precipicio. Ahora no hay disculpa: es la hora de hacer un gran ciclo.
Y luego está su postura política, inseparable de su figura. Sin embargo, eso da igual, es secundario. El que sea, será. Lo cierto e importante es que ha dicho mucho a través del teatro en el siglo XX. Tanto en épocas difíciles como en otras que se convertían en difíciles porque la corrección política así lo mandaba. No se amilanó nunca, e incluso dijo, cuando lo creyó oportuno y sin ser sospechoso, que no le gustaba un gobierno socialista.