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La mujer que no podía ver ni oír, pero sí sentía

Rakel Camacho acude a la vida de la poeta sordociega Helen Keller en «Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio»

Eva Rufo se transforma en Helen Keller durante el último estreno del Teatro de la Abadía
Eva Rufo se transforma en Helen Keller durante el último estreno del Teatro de la AbadíaCipriano Pastrano DelgadoLa Raz—n

Es curiosa la sensación que transmite el vídeo de presentación de «Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio» (sí, las obras de teatro también tienen tráiler, algunas): música fuerte, rayos, truenos, paisajes de ensueño, imágenes de guerra, flores, cascadas, explosiones, ciudades frenéticas, rugidos animales, pirámides, estampidas... Todo se sucede a una velocidad de vértigo hasta que, de golpe, la pantalla se va a negro. Nada más. Silencio tras la tormenta. Instintivamente, uno comprueba la conexión del wifi por si ha sido la culpable del fin del delirio. Pero no. Tras ese segundo y poco, menos de dos segundos de calma que hasta se hacen largos, aparece una pregunta: «¿Te imaginas que nada de esto estuviera al alcance de tus sentidos?».

Es entonces cuando el futuro espectador empieza a sentir, en apenas un lapso de tiempo, el mundo en el que se sumergerá, el universo de Helen Keller. Suya es la sentencia de que «las mejores cosas de este mundo no pueden verse, ni tocarse, ni escucharse. Solo pueden sentirse». Toda una declaración de intenciones de una vida marcada por la sordoceguera, que, sin embargo, no le impidió convertirse en escritora, oradora, activista, sufragista y poeta. Incluso fue la primera persona con esta minusvalía en alcanzar el «cum laude» en Harvard.

Ella es la protagonista de una historia que jamás se hubiera completado sin su maestra, Anne Sullivan, recordada por muchos por la cinta «El milagro de Anne Sullivan» (1962), de Arthur Penn, y segunda pata del montaje que hoy se estrena en el Teatro de la Abadía. Cambió la vida de Helen cuando esta tenía «siete años de salvajismo total. No sabía ni que existía ni quién era y, a través del tacto, conoció y puso palabras a todo», presentan.

Eva Rufo (dcha.) y Esther Ortega comparten escenario en esta función
Eva Rufo (dcha.) y Esther Ortega comparten escenario en esta funciónCipriano Pastrano DelgadoLa Raz—n

Eva Rufo (Helen) y Esther Ortega(Anne) se meten en la piel de los dos personajes de una pieza en la que su directora, Rakel Camacho –también autora del texto junto a David Testal– asegura que «no es una biografía», sino «un poquito de la relación de estas dos mujeres alegres, fuertes y poderosas con el mundo de la sordoceguera y, a partir de ahí, se mezcla todo ello con la vida de las actrices. Son unos referentes de sabiduría muy potentes y eso es lo que trasladamos a nuestras propias situaciones para pensar cuáles son los límites visibles e invisibles».

Así, Camacho reconoce haberse dado cuenta «de la importancia de la comunicación». Intercambio que se rompió por completo durante los inicios de la pandemia, cuando estaba programada esta pieza. «Se cerró todo justo una semana antes de empezar los ensayos», apunta la directora, que, por entonces, tenía en la cartelera madrileña «Una novelita lumpen» (que, evidentemente, también tuvo que cancelar las últimas funciones). Con el parón, llegó el momento de introspección, de descubrirse y de descubrir nuevas aristas del texto: «La obra habla de encontrar un mundo y de ver quién eres, de poner nombre a las cosas, y para ello es fundamental la comunicación entre nosotros y, en la pieza, con los cuidados de Anne, especialmente significativos para cualquier persona dependiente. Aun así, Helen fue maestra, sufragista y otras muchas cosas. Lo paradójico de su caso es que, siendo consciente de sus límites, logró traspasarlos todos».

Si bien Camacho ha llevado la voz cantante del montaje por aquello de ser la directora, fue Rufo la principal impulsora del mismo, «se enamoró perdidamente de Helen al leer sus libros», explica la autora. La actriz, por su parte, resume el montaje como «una historia de amor por la sabiduría y la comunicación. Es luz y da mucha alegría». Junto a Ortega, Rufo introduce al espectador en el mundo del tacto y cómo vivir a través de él. Aunque no es el único sentido a explorar en la Sala José Luis Alonso de La Abadía: «Es la convivencia de todos los lenguajes. El color en las tinieblas. Una experiencia muy sensorial, pero también desde el pensamiento», asegura Rakel Camacho.

  • Dónde: Teatro de la Abadía, Madrid. Cuándo: desde hoy y hasta el 3 de octubre. Cuánto: de 7 a 17 euros.