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Visitantes caminan por una de las salas del Reina dedicada a los movimientos sociales

Visita crítica al “nuevo” Reina Sofía: el museo como obra maestra política

El centro madrileño se ha convertido en una sucursal de la Moncloa. También lo es de la Facultad de Políticas de Somosaguas. Y las dos cobran la inmortalidad reservada al gran arte

Después de varios años de investigación, de estudio y de esfuerzo entre narrativo, imaginativo e ideológico-político, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) ha presentado la reordenación total de su colección. Las ha organizado de nuevo en sucesivos «episodios», hasta ocho, que empiezan en 1881 (fecha del nacimiento de Picasso, que a su vez señala el relevo del Prado por el Reina Sofía) y acaban con el 15-M. Aunque se respeta, muy en conjunto, una cierta ordenación cronológica, quedan barridos los antiguos criterios museográficos centrados en escuelas, tendencias, «ismos» –tan característicos del siglo XX– o artistas. Ahora cada «episodio» conforma un núcleo temático en el que se aborda el «estudio crítico del pasado» para «hablar» o, más exactamente, «construir el presente».

Ni que decir tiene que esta voluntad de «ofrecer narrativas y experiencias» no pretende ser «exhaustiva» ni «categórica» (lo primero es imposible y lo segundo, vaya usted a saber lo que significa). También, como era de esperar, el esfuerzo «se inscribe» en «el compromiso con nuestro tiempo» y en «un ecosistema diverso y plural», de tal modo, que cada «episodio» sea como el capítulo de una serie. Porque las series televisivas constituyen, según los responsables del MNCARS, la forma en la que los actuales seres humanos percibimos la realidad: sin linealidad, a saltos, con líneas de fuga diversas, abiertas e imprevisibles: «Bastardas», dicen en el MNCARS o mestizas, ya sabemos. Lo que no es mestizo o «bastardo» no gusta a nuestros modernos actuales.

Más divertida y poética

La historia deja así paso a la genealogía, que siempre resulta más divertida, o más poética, y no exige requisitos objetivables. Y esa genealogía se ordena según el arbitrio –nunca más libre– de los responsables del museo. Así que los sucesivos «episodios» nos conducen por la siguiente narrativa: 1) «Territorios de vanguardia: ciudad, arquitectura y revistas»; 2) «El pensamiento perdido»; 3) «Campo cerrado»; 4) «Doble exposición: el arte y la Guerra Fría»; 5) «Los enemigos de la poesía: resistencias en América Latina»; 6) «Un barco ebrio: eclecticismo, institucionalidad y desobediencia en los ochenta»; 7) «Dispositivo 92: ¿puede la historia ser rebobinada?»; 8) «Éxodo y vida en común».

Una de las salas del Museo Reina Sofía tras la presentación de la reordenación y ampliación de la Colección
Una de las salas del Museo Reina Sofía tras la presentación de la reordenación y ampliación de la ColecciónRicardo RubioEuropa Press

El solo enunciado de los títulos de los episodios resulta toda una declaración de intenciones. Sugiere lo que efectivamente se cumple en la «serie»: y es que, apurando en lo posible la autorreferencialidad propia del arte contemporáneo, la nueva colección del MNCARS no pretende ya mostrar el desarrollo del arte, o el «arte» –sería mejor decir– del siglo XX, sino la forma en la que ese «arte» se ha contemplado y se ha exhibido. Son fundamentales, en este sentido, las exposiciones como la de Kassel 1982 o la Expo de Sevilla 1992, como lo son también los intentos de mostrar cómo el «arte» ha sido puesto al servicio de una causa política: el arte norteamericano durante la Guerra Fría, o el arte de vanguardia durante la dictadura de Franco (en este caso, falta algo de ironía, aunque es verdad que toda la reordenada colección respira un aire de seriedad aplastante, mortal).

También se abre paso, como era de esperar en vista de los títulos de los «episodios» de la «serie», todo un gran abanico de documentación. En otros tiempos, los documentos acompañaban a las obras de arte y contribuían a hacerlas comprensibles. Ahora las «obras de arte» iluminan la documentación presente, algo que el arte conceptual, desde hace más de cincuenta años, ya había establecido como práctica común del «arte contemporáneo». Más allá del desplazamiento, se percibe aquí un cambio fundamental en la naturaleza y el estatus cultural y social del museo, algo que consagra una tendencia ya presente también desde los sesenta y los setenta. El auténtico artista era el crítico, o el «curador», por no decir el comisario. Ahora los verdaderos artistas son el director del museo y su equipo, y lo que nos ofrecen es una obra de arte ante la que debemos emocionarnos como antes el público se emocionaba con un Zurbarán o un Rafael. El despliegue, en este sentido, es monumental. Establece al MNCARS y a su equipo directivo (sería mejor decir «dirigente») como uno de los grandes museos de «arte» contemporáneo. Ya no hay más obra de arte que el museo, y cuanta más fealdad albergue, y la que se presenta en este caso es sumamente abundante, mejor: el museo lo redime todo.

El problema fundamental de este planteamiento es la dificultad de comprensión. Evidentemente, el «Museo» así concebido está pensado para elites y minorías muy selectas, o, directamente, para críticos e historiadores de arte. Nunca como hasta ahora el MNCARS había despreciado al público común, aunque lo haga apropiándose de un género tan popular como son las series de televisión. Nos encontramos ante una «serie» para paladares muy exquisitos: no hay más que ver cómo deambula el público por la inmensidad del antiguo hospital en busca de un signo inteligible.

Un hombre en una de las nuevas salas
Un hombre en una de las nuevas salasRicardo RubioEuropa Press

Claro que esta Disneylandia de superlujo para seres hiperespecializados no deja de tener su hilo rojo que también aparece, algo más que sugerido, en los títulos de los «episodios». No se trata de entender el arte del siglo XX, sino de «construir el presente», y para ello se sigue un criterio, estrictamente ideológico, en última instancia político, que es el que nos permitirá «elaborar», después del recorrido, este mundo en crisis en el que vivimos. Como ya imaginamos, el MNCARS milita contra el liberalismo –más en particular, contra el «neoliberalismo»– contra el capitalismo, contra las naciones, contra Occidente y al final, y muy previsiblemente, contra la derecha, es decir, contra el PP (a Vox no parece que hayamos llegado, no se sabe muy bien por qué, aunque dado el hermetismo de muchas de las propuestas, es posible que quien esto firma no se haya enterado del asunto).

Esta es la línea que permite comprender cómo esta nueva ordenación, que es también una nueva definición del museo, se organiza como pura y simple voluntad de poder: la que lleva directamente al Gobierno de coalición de Pedro Sánchez con Podemos, del que el museo se convierte, orgullosamente, en fiel escaparate y que resulta ser su destinatario privilegiado y su motivo principal. Así como Virgilio escribió la «Eneida» a mayor gloria de Augusto, el equipo dirigente del MNCARS «rebobina» la historia del arte y la historia dese 1881, pura y simplemente, en honor de Sánchez y sus amigos y de su proyecto de desmantelamiento de la nación y de puesta en cuestión de los principios políticos y culturales de la democracia liberal.

Violencia política en masa

Aparte de los enormes silencios y tabúes (la violencia política en masa practicada por el socialismo en el siglo XX, los nacionalismos, los resultados de los procesos de descolonización o la voluntad de acabar con el cristianismo, por citar solo unos cuantos), la apoteosis llega al final, situada de tal modo que es justamente por donde muchos empezarán la visita: con un recuerdo beato, perfectamente acrítico, del desastre del «Prestige» y del 15-M, convertido en una referencia además de política, estética. En este punto, todo queda claro. El MNCARS se ha convertido en una sucursal de la Moncloa. También lo es de la Facultad de Políticas de Somosaguas. Y las dos cobran, gracias al nuevo museo, la inmortalidad reservada al gran arte, aquel que ha marcado nuestra comprensión del mundo y, sobre todo, ha iluminado nuestra pobre y triste realidad con la irrupción dolorosa y bella a la vez de la Verdad trascendente. Visita imprescindible o mejor, inspiradora, como se dice, para entender lo que nos está ocurriendo.