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Retrato con paisaje de Kafka, el tótem de Europa

El crítico, novelista, poeta y ensayista Toni Montesinos publica «La ofensiva K de Kafka», donde engrandece todavía más la figura del narrador
Franz Kafka
Museo Kafka de Praga.
La Razón

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Franz Kafka (1883-1924) no es solo el gran escritor cuya obra representa el absurdo de la existencia y la sinrazón de la realidad, el autor de tan señeras novelas como «El proceso» y «El castillo» o de relatos tan conocidos como «La metamorfosis» y «En la colonia penitenciaria», su figura literaria se ha convertido con el tiempo en un potente referente del cultural imaginario colectivo. Y, más allá de su alta consideración intelectual, su propio nombre ha derivado en el adjetivo que acaso mejor defina nuestro desquiciado –y kafkiano– mundo. El interés por su lúcida escritura convulsa no ha dejado de crecer con los años, adquiriendo formantes y registros de lo más variado y que atañen a la filosofía, el cine, la sociología, el arte y la propia literatura. En esta línea indagadora el crítico literario, novelista, poeta y ensayista Toni Montesinos publica «La ofensiva K de Kafka», volumen acertadamente subtitulado «Un escritor sagrado y puro» en clara significación del carácter ya totémico de tan legendario narrador. A través de él, estas páginas se adentran en la cultura centroeuropea del pasado siglo trazando una detallada panorámica de sus más relevantes signos identitarios. En la mejor tradición de la crítica comparatista, y desde aquel «mundo de ayer» que tan bien reflejara Zweig a la comprometida escritura de Hrabal y Havel, asistimos a un apasionante recorrido por, en introductorias palabras del autor, «varias décadas de literatura checa del siglo XX, con el eje, el centro, la diana, el sol Kafka, que siempre dice, me dice, la Verdad, aunque sea la suya, íntima e intransferible».

Prisma multidisciplinar

Atendiendo en todo momento a las novedades sobre los temas abordados, se van desgranando, desde las múltiples facetas de un prisma multidisciplinar, cuestiones tan importantes como el protagonismo de Praga, la ciudad en la que residirá la idiosincrasia de la alta cultura europea. En palabras del aquí citado Claudio Magris: «Praga es una capital de la poesía moderna porque es el lugar mítico de una identidad perdida y destruida»; en ese espacio urbano anida un misceláneo conglomerado de tradiciones desarrolladas entre tensiones fronterizas y soberanías enfrentadas, como señala Klaus Wagenbach, el clásico biógrafo de Kafka.
Igualmente interesante resulta el impacto de la Primera Guerra Mundial, reflejado en la obra de Jaroslav Hasek y Rainer María Rilke; del primero, y a partir de su novela «Las aventuras del buen soldado Svejk» (1920-1923), se destaca su incisiva combinación de crítica antimilitarista, relato cómico y desgarrador documento sobre aquella confrontación bélica; y respecto a Rilke (apátrida tras la desaparición del Imperio Austrohúngaro, movilizado en su detractada Alemania en el momento de la contienda), se evidencia el contraste creativo entre las «Elegías del Duino» (iniciadas en 1912 y finalizadas diez años después), poemario de elegíaco idealismo, y la desgarradora realidad de un mundo en guerra.
El antisemitismo y el Holocausto, donde perecieron diversas personas del cercano entorno de Kafka, ocupan justificadamente una preferente atención, en la medida en que esta referencia es, como se detalla, todo un «código cultural» más allá de la identidad étnica o las convenciones sociales. La figura del joven checo de origen judío Petr Ginz, cuyo «Diario de Praga», 1941-1942, se asemeja al de Ana Frank, y que morirá en el campo de concentración de Auschwitz, se analiza aquí como representación de la inocente conciencia vulnerada por el terror de unos tiempos convulsos, de despiadada amoralidad. Las singulares relaciones sentimentales de Kafka con Milena Jesenská y Felice Bauer, vertidas en sendas correspondencias, muestran la intensa relación de estos paratextos con su mejor literatura, y la arraigada timidez y emotiva cautela del escritor, sin olvidar su atormentada personalidad; en carta a Felice leemos: «¡Qué veleidades me dominan, señorita! Una lluvia de nerviosismo cae sobre mí sin parar. Lo que quiero ahora no lo quiero en el instante siguiente. Cuando llego a lo alto de la escalera, no sé aún en qué estado he entrado en la casa».
El conjunto de la obra kafkiana preludia, desde su ácida concepción del absurdo social y existencial, distopías tan trascendentes como «1984» (1949), de George Orwell, donde un universo deshumanizado ha sustituido los valores éticos y donde un poder totalitario anula la libertad del individuo. Y del mismo modo se anota el escepticismo de Kafka ante los vanguardismos surrealistas; para él esta estética alejaría al lector del esfuerzo de implicación intelectual que debe aplicarse a su obra, como lo señala la cita de Hannah Arendt: «Por primera vez en la historia de la literatura, un artista exige de sus lectores el ejercicio de la misma actividad en la que se basa su obra». Este nuevo asedio a la vida y obra de Kafka, que lo ensalza y desmitifica a la vez, y que arroja luz sobre la cultura centroeuropea contemporánea, es toda una fiesta de la literatura por su perspicacia investigadora, rigor crítico y conseguida amenidad expositiva.

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