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Debate

¿Comer carne es de derechas o de izquierdas?

La polémica de Alberto Garzón no es gratuita. Lo que existe detrás es el intento de catalogar a la derecha de contaminante y a la izquierda, de ecologista

Fotografía facilitada por la carnicería "Boucherie Polmard", del chuletón más caro del mundo, un "millésime 2000" de la raza de vacuno francés Blonde Aquitaine
Fotografía facilitada por la carnicería "Boucherie Polmard", del chuletón más caro del mundo, un "millésime 2000" de la raza de vacuno francés Blonde AquitaineMaximeHAgencia EFE

Comer carne es natural en el ser humano. El problema está en que la izquierda quiere construir un Hombre Nuevo que encaje con su paraíso soñado, y para eso debe luchar contra la naturaleza humana. Por esta razón ha fracasado siempre el comunismo. La historia de las costumbres dictada por la biología choca con el ideal socialista transformador. Los estudios serios cuentan que si el ancestro del hombre no hubiera comido carne hace 2,6 millones de años no se habría desarrollado el cerebro y la inteligencia, ni la tecnología o la organización social. Lo cuentan, entre otros, los biólogos especialistas en evolución Katherine D. Zink y Daniel E. Lieberman, de la Universidad de Harvard. ¿Pero cómo van a saber estos dos científicos más que Alberto Garzón? Es la vieja lucha entre la ciencia y la fe, encarnada ahora en la izquierda sentimental y dogmática, que ha concluido que el conocimiento científico sobra cuando no coincide con la ideología. De ahí, por ejemplo, las discusiones entre feministas sobre el sexo biológico y el sexo sentido.

El animalismo de izquierdas se da de bruces con la lógica, por lo que está lleno de contradicciones. ¿Por qué Garzón se preocupa por los derechos de los animales y desprecia los derechos humanos cuando se trata de una dictadura comunista? La respuesta es que su animalismo es instrumental. El objetivo es desmontar la democracia de libre mercado, y acabar con el pluralismo conductual, la tradición y la heterogeneidad social. Y para eso necesitan imponer, prohibir y aleccionar sobre las costumbres, incluidas las alimenticias, eso sí, desde su superioridad moral. Llegan a decir que los cuentos que muestran felices a los animales de granja perturban las mentes de los niños.

A la izquierda no le gusta el ser humano, por lo que se dedica a la ingeniería social. Lo primero son las etiquetas. ¿Qué sería el socialismo sin ellas? Es aquí donde entra el concepto peyorativo de «especista». Esta izquierda sostiene que el especismo es una forma de discriminación de los «animales no humanos», un supremacismo antropocéntrico en el que el Hombre se cree el centro de la creación y, por tanto, que la naturaleza está a su servicio. No acaba aquí. El feminismo ecologista añade que la naturaleza –un sujeto al que dotan de personalidad– es femenina, así todo ataque al medio ambiente es machista y patriarcal. Incluso hablan de «petropatriarcado»: el uso de combustibles fósiles para vehículos es masculino, por tanto es el varón quien contamina. Estas feministas se definen «hermanas» de las vacas y de las gallinas, entre otras especies, a las que consideran explotadas y violadas por los machos para el beneficio capitalista.

Conciencia anticapitalista

De esta manera, en una cabriola mágica, la izquierda une no comer carne con el socialismo y el feminismo, y el libre mercado con el machismo y el calentamiento global. Ya está hecha la dicotomía: ecologista vs. neoliberal, que es lo que se enseña en las escuelas para formar generaciones con conciencia progresista y anticapitalista. El chiste se convierte en pesadilla cuando se traduce en política institucional y presupuestaria. El PSOE pidió a la UE en septiembre de 2020 que investigara a los ganaderos españoles. Además, su Gobierno ha dotado con 3,7 millones de euros a empresas para que creen carne falsa. Esto está dictado por la Agenda de Davos y su «Gran Reseteo», y lo contempla la Agenda 2030 y el sanchista plan «España 2050». El objetivo es que se deje de comer carne animal, e ingerir lo que diga el Gobierno.

No se distraiga, porque esto afecta también a la ciudadanía. La mejor manera de proteger a los animales, dicen, es concederles derechos, como a las personas. La consecuencia es que no existan mataderos, ni experimentos científicos, ni tauromaquia, ni «canibalismo» porque todos somos de la misma especie. Esto lo han defendido Peter Singer o Jesús Mosterín, con la peculiaridad de que ambos niegan los derechos naturales del hombre, y dejan al Gobierno de turno el origen y la concesión graciosa de los mismos. Vamos, la concepción totalitaria jacobina que tanto gusta a la izquierda para justificar el recorte de la libertad. Entonces, pregunta que queda es: ¿Comer carne es de derechas? Si por derecha entendemos la defensa de la libertad humana, comer carne cuándo, cómo y dónde quieras, bajo tu responsabilidad y pagándola tú, sí, es de derechas.