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“La voluntaria”: Carmen Machi, contra su instinto

Nely Reguera presenta en el certamen la historia de una médico jubilada que se traslada a un campo de refugiados en Grecia
La Razón
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  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Hace seis años, la directora y guionista Nely Reguera visitó en misión humanitaria uno de los campos de refugiados de las islas griegas. Lo que allí vio, lo triste, lo esperanzador y lo humano, fue cerilla y gasolina argumental de «La voluntaria», su nueva película tras «María y los demás» (2016) y el filme encargado de echar el cierre a la sección competitiva de la 25.ª edición del Festival de Málaga. En ella seguimos a Carmen Machi como una médico jubilada, quizá ociosa, que decide aparcar sus comodidades para ayudar (o al menos hacer el intento) a los refugiados que todavía viven en tierra de nadie.
Salvadores blancos
«Es una película sobre lo drástico, quizá. Me interesaba la vida de una mujer gestionando el vacío. El de su tiempo, el de su casa, el de su vida», explica Reguera, siempre dispuesta a expandir su filme en la conversación: «Lo particular me servía para ir hasta lo universal, hacia esa crítica con la actitud pasiva de Occidente y hacia una queja también en nombre de todas esas personas que no tienen ningún tipo de futuro», añade.
Llena de prejuicios, pero también de sabiduría y empatía, la doctora a la que da vida Machi se dará de bruces con las normas propias de un campamento en el que se mezclan víctimas de crímenes de lesa humanidad con recién nacidos en el contexto de una ONG de mínimos en la que apenas hay recursos para ofrecer la atención que está acostumbrada a dar: «Por supuesto que llego a empatizar. Me interesaba mucho el personaje por lo consecuente y lo coherente del guion. En esa escalada, en ese escape en el que se convierte la película, mi Marisa siempre apela a su instinto, a lo que ella cree que está bien en ese momento. Y se puede equivocar, claro, pero es coherente con las decisiones que va tomando», confiesa Machi ya entrando en lo argumental, que en «La voluntaria» nos acerca al cariño que su personaje empieza a desarrollar por uno de los huérfanos del campamento y que termina en huida kamikaze y en un secuestro, podría decirse, bienintencionado.
«La película reflexiona sobre el empuje, sobre lo que lleva a una persona a tomar decisiones y, claro, también sobre la figura del salvador blanco. Quería huir completamente de ello. Sería poner el foco donde no toca. A veces, desde el cine, se tiene tendencia a recrearnos en esa generosidad, cuando es totalmente impostada y, pese al esfuerzo de muchos individuos, la colectividad no es nada generosa», subraya Reguera, antes de que Machi vuelva a defender a su poliédrico personaje: «Ojalá hubiera más como Marisa. Más mujeres que quieran tomar las riendas de sus vidas y que, si se equivocan, sea por no leer bien el contexto más que por obviarlo del todo».
Así, y como artefacto reflectante que proyecta en el espectador una especie de pozo de los deseos fílmicos, en el que habrá quien se vea en la desesperación de la protagonista, quien encuentre la identificación en su buena voluntad y quien no entienda su coherencia interna, «La voluntaria» bebe de la sensación de una inquietud freudiana, casi edípica, que ya plantearon películas como «La profesora de parvulario» (2014). Ese carácter, tan indómito como insólito en nuestro cine, eleva la cinta desde su tesis política en defensa explícita de la sanidad pública o a favor de la reintegración de las personas mayores en la sociedad, hasta algo más sociológico que, para Machi, es un regalo: «Entiendo la reivindicación de las compañeras sobra la desaparición de la mujer madura en el cine, pero es que en mi caso tuve que cumplir 40 para que me llegaran los papeles de mi vida. Quizá tiene que ver con quién escribe. No hay que ser mujer para escribir grandes papeles de mujeres, pero creo que no puedes empatizar con temas como la menopausia desde otra experiencia».

Entre los «Cinco lobitos» y el cambio de guardia

Una suave brisa recoge la humedad en el puerto y la sube por Marqués de Larios. Salvo sorpresa y casi agravio, el palmarés de esta edición del Festival de Málaga tendrá a los «Cinco lobitos» de Alauda Ruiz de Azúa como grandes protagonistas. Con «Alcarràs» fuera de competición por su victoria en Berlín y pese a la anchura de miras de «La voluntaria» o «Mi vacío y yo», que pueden permitirse, por así decirlo, recorrer otros caminos ajenos a las Biznagas, el tierno retrato de la maternidad de la cineasta vasca ha marcado todos los corrillos del certamen. Esa posible victoria, a la que seguirán con buen pronóstico las interpretaciones de Laia Costa y Susi Sánchez, habla también de un cambio de guardia. El cine del nacional-costumbrismo ha dejado paso a uno más crudo, pero más real y casi documental, que se apoya en la realidad para buscar la identificación con un espectador cada vez más esquivo.
Así ocurre con dos de las grandes sorpresas del festival,, «Libélulas» de Luc Knowles, una especie de bosquejo en sucio del final de la adolescencia, y «Dúo», de Meritxell Colell, que desde la estética documental emociona recorriendo el final del amor. Aunque sigamos echando de menos a la comedia, solo representada por dignos aunque repetitivos intentos comerciales, la primera cosecha pospandémica tiene todos los ingredientes para envejecer con sabor.