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“La mamá y la puta”: el misterio tras la obra maestra de Jean Eustache

La película maldita firmada en 1973 por Jean Eustache vuelve en forma de remasterización a Filmin, este viernes 14 de octubre, tras su paso por el último Festival de Cannes
BERNARD PRIM / FILMIN
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Alexandre duerme en un colchón en el suelo. Casi siempre acompañado, casi nunca en su propia casa. Alexandre, en blanco y negro, tiene la cara del mítico Jean-Pierre Léaud, pero habla con la desidia y la prepotencia de un desencantado con el Mayo del 68, con la Nouvelle Vague y hasta con la Revolución Feminista. Desde el más alto de los púlpitos de la condescendencia, el personaje nos habla de las bonanzas del poliamor, construye un evangelio contra el aborto y hasta se atreve a darnos lecciones sobre política. Alexandre hace todas esas cosas y, además, es el protagonista de “La mamá y la puta”, obra maestra del director Jean Eustache que tras más de medio siglo de inaccesibilidad material, llega este viernes 14 de octubre a Filmin en una restauración de alta definición.
Autoficción y parodia
“Hay que escribirlo todo y hablar de uno mismo”, dijo siempre que tuvo ocasión el realizador francés, que con su corrección a las revoluciones de salón se presentó en la Sección Oficial del Festival de Cannes de 1973. Allí, Gilles Jacob la calificó como “película de mierda” y toda una Ingrid Bergman, presidenta del Jurado, ejerció su derecho a veto para que no ganara la Palma de Oro (las malas lenguas dicen que hasta vomitó tras el visionado). Aquellos aspavientos, esperables ante una película que ponía al espectador de frente al fracaso ideológico de los brotes verdes en la Europa más reaccionaria de los setenta, no impidieron que Eustache se alzara con el Gran Premio del Jurado, pero sí que el filme ganara la relevancia internacional –e histórica- que le habría dado el premio más importante.
Buena parte del espíritu crítico contra la película, un tótem de tres horas y media de metraje que se desarrolla de café en café y de cama en cama, parte de la misoginia del personaje central, álter ego de Eustache y un perfecto cretino. Los personajes de Françoise Lebrun y Bernadette Lafont, la puta y la mamá, respectivamente, sirven al realizador para desgranar un tipo de machismo detectable fácilmente en nuestra era pero anacrónico cuando el sujetador (o su ausencia) eran asuntos de Estado. “Durante buena parte de la película, el personaje de Léaud deambula por ella sin asumir que él también es un hombre”, escribe la teórica Susan Weiner sobre la revisión del personaje de Alexandre en contraposición a los que asumía el actor en las películas de Truffaut y el recientemente fallecido Godard: en “La mamá y la puta”, Eustache está enmendando más de una década de galanes retrógrados, maleducados y pasados de vueltas.
Ese punto de biografía y autoficción –durante años Eustache esperó a su pareja, la misma Catherine Garnier que se suicidó poco después del estreno de la película, a la salida de la redacción de “Cahiers du Cinéma”-, convierte la experiencia en una pequeña cápsula del tiempo. Como si fuera posible agitar el puño contra los dioses del cine y explicarles que su teoría no era capaz de controlar todos los aspectos de la comunicación. En su película, tan seria o paródica como quiera cada espectador, Eustache es emisor, receptor, mensaje y canal. Y, de hecho, en los más de 200 minutos de metraje no hay una sola línea improvisada.
Microcosmos francés
“Los planos-contraplanos no cumplen la función clásica de la construcción del espacio para mejor eludir la presencia del ente enunciador; por el contrario, son una mejor forma de mirar, porque, hay que decirlo, Eustache huye de toda parafernalia y de todo recurso útil al ocultamiento enunciativo: de ahí que no haya música que acompañe y “acolchone” la sucesión de los planos”, escribe el profesor Francisco Javier Gómez Tarín, de la Universidad Jaume I, para explicar lo aparentemente parco de una película que se vuelca siempre hacia lo discursivo: “Es a la vez un primer plano sobre tres individuos, un plano medio sobre una micro-sociedad, y un plano general sobre la sociedad francesa de los comienzos de los años setenta”, dejó escrito sobre ella el célebre crítico Alain Philippon en la misma “Cahiers”.
Y si el análisis hacía brotar tantas alabanzas, ¿por qué hemos tardado medio siglo en tener acceso completo a ella? ¿Es “La mamá y la puta” una película maldita? La respuesta está en la investigación de Keith Reader, de la Universidad de Londres, quien señala tres factores: la duración, haciendo inviable su estreno en las sesiones de 95 minutos habituales de la época; el lío con los derechos de explotación, que han pasado por hasta 12 dueños desde 1973; y su extraña distribución internacional, que la llevó antes a Japón que a la mayoría de países europeos, causando auténticos estragos a la hora de subtitular el metraje. De hecho, hasta la remasterización que estrena Filmin este viernes y que nos viene de la mano del propio Festival de Cannes y de los conservadores Jacques Besse y Boris Eustache (hijo del realizador, que se suicidó en 1981), la mismísima Cinémathèque parisina solo conservaba una copia que partía de un triste VHS. La nueva oportunidad no se puede dejar escapar.