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Ángela Cervantes (izda.) y la debutante Carla Quílez en "La maternal", de estreno en cines el 18 de noviembre

“La maternal”: Carla Quílez, Ángela Cervantes y la inconsciencia interrumpida

Madre e hija en la nueva película de Pilar Palomero, que vuelve tras arrasar con “Las niñas”, las intérpretes reflexionan sobre el embarazo adolescente que da sentido al filme

A la mañana siguiente de asaltar el palmarés de los Premios Goya con “Las niñas”, la directora Pilar Palomero atendía a quien escribe con una de esas sonrisas tan grandes que hasta se pueden ver al otro lado de la línea telefónica. En la charla, breve por lo ansioso del ritmo informativo, la realizadora ya hablaba de “La maternal”. El proyecto, en realidad, se había musculado durante la temporada de premios y solo la pandemia lo había retrasado. Año y medio después, por fin llega a los cines, y en gloriosa mano izquierda narrativa, las protagonistas que había imaginado sobre el papel tienen ahora el rostro joven pero experimentado de Ángela Cervantes (Barcelona, 1993) y el nervio debutante de Carla Quílez (Barcelona, 2008).

Madre e hija, respectivamente y en la ficción, protagonizan un drama intenso, sí, pero nunca ensimismado ni autorreferencial que gira en torno al embarazo adolescente. El de la niña Carla, con apenas 14 años, pero también el de su madre, una impresionante Cervantes que se perfila como favorita al Goya como intérprete de reparto. Palomero, siempre consciente de que su cine tiene forma de tesis, aprovecha la coyuntura para hablarnos de la repetición de patrones. Bien sean familiares, de clase o de género.

No se trata de abordar los embarazos precoces como procesos irremediablemente trágicos, ni tan siquiera de acercarse a ellos con el prisma del cine social más básico, sino solo pintar un retrato impresionista de la sensación misma de la inconsciencia interrumpida. Lo luminoso del filme, que a veces es rabia y a veces un sollozo, pasa por esos manierismos de muñeca de Palomero, en forma de coreografía para Tik-Tok, temazo recuperado de Estopa o compra mínima en lo barroco de un Claire’s. Ambas actrices atienden, desde la idoneidad de los Cines Princesa de Madrid a LA RAZÓN, para hablar de la película, de la delicadeza con la que aborda un tema tan complicado y de lo transformativo de la experiencia.

Mientras Cervantes suena con fuerza para el Goya a la Mejor Interpretación de Reparto, Quílez no podrá ser nominada al no cumplir con los requisitos de edad que exige la Academia de Cine
Mientras Cervantes suena con fuerza para el Goya a la Mejor Interpretación de Reparto, Quílez no podrá ser nominada al no cumplir con los requisitos de edad que exige la Academia de CineLAURA SIPAN

-¿Cómo estáis viviendo estos últimos días antes del estreno? Ha sido un camino muy largo.

-Ángela Cervantes: Ya la ha visto casi toda nuestra gente más cercana, pero hay algo en el estreno que te genera muchos nervios. La peli, por fin, es del público y lo vivo con mucha emoción.

-Carla Quílez: Es que encima todas las críticas que estamos teniendo son buenas (ríe). Solo tengo muchas ganas de que la gente la pueda ver.

-Quizá no sea el viaje más original, pero me gustaría volver con vosotras a vuestra primera prueba juntas. Normalmente, se hace un cásting con parejas distintas, intercambiables. ¿Cómo fue aquel primer encuentro?

-Á.C.: Nos conocimos en mi segundo cásting. Primero buscaron a Carla y, la casualidad, encontraron a Carla. Quílez (ríe). El nombre fue completa casualidad. Luego entré yo.

-C.Q.: Desde el primer momento, no sé qué nos pasó, pero hubo mucha química. Podríamos ser madre e hija o mejores amigas para toda la vida.

-Vuestra dinámica en la película podría ser incluso de hermanas. ¿Qué os pedía Pilar Palomero?

-Á.C.: Cuando ya teníamos claro que seríamos nosotras dos, nos fuimos a una casa juntas a convivir toda una semana. Empezamos a trabajar con Pilar conociéndonos primero, haciendo muchas improvisaciones y viendo de dónde venían ellas, cuál era su universo. Ella nos iba dando información, pero a la vez mucha libertad para imaginar. Todas las actividades iban enfocadas a generar un vínculo entre nosotras.

-Nos contaba Pilar Palomero antes de San Sebastián, que a Carla la contactaron a través de Instagram. Ahí tienes más de 20.000 seguidores subiendo coreografías. ¿Cómo fue?

-C.Q.: Yo empecé con la cuenta como cualquier otra niña. Colgando lo que me gusta hacer, que es bailar. Por lo que sea, se viralizaron y a Irene Roqué, la directora de cásting, le llegó uno de ellos en plena pandemia. Me escribieron por mensaje directo: “Queremos hacerte una prueba para una película”. No me lo creía. Desconfiaba absolutamente. Pero claro, como nos adjuntó un teléfono teníamos siempre esa posibilidad. Dudábamos, con mi madre, si llamar o no. Yo le insistí y acabamos llamando. Hicimos las pruebas y poquito después me llamaron.

-¿Te imaginabas acabar en esto? Ganar, incluso, un premio por ello en el Festival de San Sebastián...

-C.Q.: En absoluto. No sabía dónde me estaba metiendo. Pero he aprendido que, por el momento, actuar para mí es jugar. Llegar a hacer una película a través de Instagram es una cosa un poco loca. Como mucho se me había acercado alguna marca de ropa pequeñita. ¿Una película? Jamás.

-Á.C.: La vida es un poco fuerte, a veces, pero es que tenía que ser ella. Tenía que ser así.

-No son pocas las voces que alaban tu trabajo, Ángela. ¿Cómo enfocaste el papel? ¿Cómo fue esa traducción desde el papel hasta la vulnerabilidad?

-Á.C.: Me abrumaba el personaje. Me imponía mucho respeto. Y por eso quería hacerlo. Una cosa que me decía mucho Pilar y que me ayudó mucho es que trabajara en la contradicción. Me decía que la vida es contradicción y así se expresa Penélope. Y eso hay que transitarlo como actriz, no es algo que esté en el papel, en el guion. Lo que más me ayudó fue ir poco a poco, conocer primero a Carla y luego a su personaje, luego a las chicas y al final, sus historias. Hicimos muchas improvisaciones con ellas en las que yo hacía el papel de sus madres en el pasado.

Se generó algo muy mágico, como de constelación familiar. Me sentía, plenamente, un canal de sus historias. Y eso es exactamente lo que creo que es ser actriz. Y es que, joder, ellas eran mi mejor juez. Me corregían, o me decían “aquí he visto a mi madre”. Si te acercas con respeto y con amor, tienes mucho hecho, y me llegaron a presentar a alguna de sus madres, como para entender mejor ese universo concreto. Me ayudó muchísimo, porque me llegué a sentir un poco fuera del sistema de la película en el sentido de los juicios. No quería que se juzgara a Penélope, me generaba mucha ansiedad. Pero al final se la entiende perfectamente, quizá a costa de pasar un poco de dolor y tener que parar muchas veces para romperme a llorar. Entendí vías de escape como el alcoholismo, incluso. Entiendes que ese dolor es continuo, que se te queda en el pecho.

-Uno de los aspectos más interesantes de la película va justamente por ahí, por los prejuicios. ¿Cambia vuestra manera de acercaros al tema central antes y después de pasar por aquí?

-C.Q.: Yo hice la película con 13 años, y no conocía mucho acerca del tema. No tenía a nadie cercano, siquiera, que hubiera pasado por ello. Además, no conocí a las chicas hasta el día mismo del rodaje, porque Pilar quería que me sintiera, verdaderamente, como una más. Cuando rodamos la escena en la que todas cuentan sus historias es cuando veo, realmente, cómo es esto. No tenía ni idea. Mi forma de pensar, por así decirlo, era neutra. Por eso las entendí quizá mejor. Sin prejuicios. Así entendí también la reacción de la madre, porque es muchísimo peso. Y entendí, también, cómo se sentían ellas. Todo el rato siendo juzgadas. Incluso haciendo algo tan absurdo como salir a la calle. Me decían que cuando las veían, las miraban todo el rato, se sentían señaladas. Les cambiaba la cara. No es un tema que se toque demasiado, porque se percibe como feo, como tabú. No tuve tiempo, por así decirlo, de tener prejuicios.

-Á.C.: Antes de rodar la película, si veía una chica embarazada, la hubiera juzgado. Claro, sin querer. Pero es algo de lo que no somos demasiado conscientes. Pensar en qué ha hecho para estar así, como de un modo pasivo. Uno de los éxitos de la película, eso sí, es no juzgar. Y no solo en el embarazo, ojalá, sino en la vida. Cuando empecé a trabajar en la película me sentía un poco anti-sistema. Ahí ayudó mucho Carol, que había sido educadora en uno de estos centros, había trabajado con las chicas. Y ahí entiendes que su labor es la hostia, pero claro, mientras estás ahí empatizas con ese sentimiento de rabia, ese “¿Por qué me están quitando a mi hija?”. Sí que creo que se hace muy buen trabajo, pero que no deja de ser un parche del problema real. No hay un acompañamiento real de estas madres adolescentes. Cuando tienes 18, te tienes que ir. Cambia el escenario de un día para otro cuando, en realidad, no hay ninguna diferencia entre una chica de 17 y otra de 18.

-Hay también en la película, en lo formal, un interés por el acercamiento contextual. Más explícitamente, gracias a la música. ¿Una chica de 14 años de 2022 se sabe las canciones de Estopa? ¿O ya es música para viejos?

-C.Q.: A ver... Los conocía, sí, por mi madre y por mi familia, pero no me sabía ninguna canción concreta, ninguna letra. ¡Tuve que practicar! El tema de la música para Pilar fue muy importante. Porque el baile no estaba en mi personaje, no estaba escrito. Se incluyó cuando me dieron el papel. Le pareció una buena idea que el modo de salir de los agobios, de ser ella misma, de mi personaje, fuera bailar. Y ahí fue cuando le chivé algunas canciones más modernas. Me pidió consejo por una cuestión de edad, solamente. Ahí le enseñé a C. Tangana, por ejemplo. Le interesaba ese contraste entre la música de la madre y de la hija. Pero es que todo eso tiene un sentido mayor, con la canción escrita para la película, por ejemplo, de La Húngara. Ella fue madre adolescente. Es un círculo que se cierra.

-¿Da miedo estrenar en salas en la España de noviembre de 2022?

-Á.C.: Sí y no. No, por la película en sí, porque sabemos que Pilar ha hecho la película que quería. Con su visión. Y que guste o no ya escapa a nuestro control. Solo podemos estar seguras de lo que hemos hecho. Me da pena, eso sí, que se esté dejando de ir al cine. Está claro que no todo se va a ver, que hay mucha oferta, pero me da pena. Pero más que miedo, tengo nervios.

-Por cuestiones de edad, Carla no puede ser nominada al Goya. Pero Ángela está en todas las quinielas. ¿Cómo recibirías la nominación?

-Á.C.: Me haría mucha ilusión, pero no tanto por mí como por la película. De alguna manera, sentiría que es una nominación a todo el elenco, a todo ese universo familiar del que hablábamos antes. Ayudaría al recorrido de la película, por supuesto, porque hay mucho, muchísimo trabajo detrás.