Arturo Pérez-Reverte: «El lector será el que me avise de mi final»
El novelista se interna por primera vez en la novela detectivesca con «El problema final», donde recupera la figura de Sherlock Holmes en una intriga tradicional que evoca el enigma de la habitación cerrada
Londres Creada:
Última actualización:
Arturo Pérez-Reverte envió el manuscrito de su última novela sin el capítulo final. Quería saber si existía alguien en la editorial que fuera capaz de resolver la sucesión de crímenes que describía en sus páginas antes de que completara su lectura y averiguar quién era el asesino. Ninguno lo solucionó. «Este libro es una emboscada para los lectores cómplices, que conocen cuáles son las reglas de la novela policial, porque encontrarán en el interior de esta narración una serie de guiños, bromas y trucos dirigidos a él. Yo juego aquí con ellos, intento manipularlos, divertirme a su lado. Es un juego entre ellos y yo. Pero aquellos lectores que ignoran los resortes tradicionales que dominan el género también podrán disfrutar de lo que se cuenta, porque es sencillo y se lo pasarán bien. Encontrar el equilibro entre la simpleza que requiere uno y la complejidad que demanda el otro ha sido lo más difícil de encontrar».
El escritor, pantalón beige y americana negra, evoca la figura del legendario Sherlock Holmes en «El problema final» (Alfaguara), su último trabajo, y para su lanzamiento ha viajado hasta la ciudad de Londres. Aquí, en el 221B de Baker Street, está la casa-museo dedicada al célebre detective. Un edificio de aspecto envejecido, pero de fachada cuidada (un trabajador limpia con afán y clara diligencia los cristales de las ventanas), y uno de esos espacios que la fama de un personaje de ficción ha convertido en un lugar mítico. Cada año, docenas de seguidores vienen a esta especie de santuario para recrearse en la memoria de su héroe, a pesar de que este tramo de la calle todavía no existía cuando Arthur Conan Doyle entregó por primera vez a la imprenta los célebres casos de su detective.
En la puerta suele haber una poblada cola de fans que aguarda impaciente para entrar. Aunque existen tres plantas es en el primer piso donde puede contemplarse una recreación de aire victoriano del despacho que supuestamente habrían compartido Sherlock Holmes y el Doctor Watson. En él se distinguen quinqués, probetas, periódicos, material médico, lupas y, por supuesto, la célebre pipa y el sombrero que siluetean la imagen más célebre del detective. Una estancia que sucesivas generaciones de personas han recreado en la imaginación a partir de la lectura de sus diversas aventuras.
Arturo Pérez-Reverte, que tiene una nutrida biblioteca relacionada con el personaje, ha evocado en su último libro el espíritu del investigador inglés a través de una sutil y hábil treta. Un célebre actor, Ormond Basil, más conocido como Hopalong Basil, que se hizo famoso por encarnar a Sherlock Holmes en varias películas –un claro homenaje a Basil Rathbone, que lo interpretó en catorce ocasiones entre 1939 y 1946– visita una pequeña isla próxima a Corfú. Durante un temporal imprevisto, quedará allí aislado junto a unos amigos y un reducido número de huéspedes que se alojan en el único hotel que existe y que permanece abierto.
Durante la tormenta se producirá un suicidio. Una muerte envuelto en unas raras circunstancias que obligarán a Hopalong Basil a retomar su personaje para, haciendo gala del conocimiento que ha adquirido de los poderes deductivos de Sherlock durante su trayectoria profesional, tratar de resolver este misterioso crimen y ordenar las piezas que no encajan. «Esta novela hubiera sido imposible si no la escribo yo. A lo que me refiero es a que ahí está todo mi mundo. Todo lo que hay es revertiano. Es una recuperación de las lecturas de mi juventud. He vuelto a la infancia después de toda mi vida. He regresado a estos autores, Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Edgar Allan Poe, Gaston Leroux, con toda mi experiencia y sabiendo además lo que vino después de ellos. Por eso, este texto solo puede ser mío, porque para hacerlo habría que tener mi niñez, mi vida y haber leído las bibliotecas de mis abuelos».
La historia es la recuperación de un género que había caído en desuso: la denominada novela-problema. Ese ejercicio literario que trataba de solucionar crímenes en apariencia imposibles y que durante décadas cautivó a los lectores antes de que su fórmula se agotara debido a su constante abuso y fuera lentamente relevada por el auge de la novela negra americana, que cambió el gusto del público e introdujo «al policía corrupto, la botella de whisky en el cajón y las secretarias rubias». «En estas obras, que fueron anteriores, lo que, por encima de todo, resultaba importante era saber cómo se había cometido el crimen. Después, lo más importante, era saber quién era el asesino y cuáles eran sus motivaciones».
En una ciudad que contempla entre sus visitas un recorrido por el Londres de Sherlock Holmes, ruta que requiere, según nuevas y populares medidas modernas, más de diez mil pasos del IPhone, Arturo Pérez-Reverte reflexiona sobre la evolución de este género: «La novela negra está saturada hoy en día. Se ha escrito tanta que se vulgariza y se bastardea. Hay muchos libros buenos y otros que son malos. Se publican cincuenta títulos y no puedes distinguir los que merecen la pena de entre todos porque hay demasiadas propuestas. Es justo lo que mismo que les sucedió a esos autores de los que hablo, como Conan Doyle o Agatha Christie». Para él, no lo duda en afirmar, «Raymond Chandler y Dashiell Hammett no mataron a Sherlock Holmes, pero desde luego sí lo enterraron. Introdujeron otra clase de novela, que, aunque no fueron los primeros en impulsarla, sin duda fueron ellos los que la asentaron con unas obras maestras indiscutibles. Aunque lo que realmente acabó con ese tipo de novela fue la basura, todos los malos imitadores que salieron y saturaron el mercado».
El reto que Arturo Pérez-Reverte se ha propuesto con este libro era involucrar al lector actual, tan distinto al de antes, en una trama que recuerda a aquellas lecturas para «saber si es capaz de disfrutar con ellas». El escritor defiende que «muchos han olvidado las obras maestras de antes. Hoy muchos espectadores no conocen ya “Grupo Salvaje”, de Sam Peckinpah. No han visto esa película. De igual manera, existen muchos jóvenes que no han leído estos libros. Se han perdido las fuentes de la literatura. Antes había cierta ingenuidad en la mirada de los lectores de las novelas-problema. En este momento existe esa misma ingenuidad, pero es distinta. Es la ingenuidad de descubrir lo que se ha olvidado».
El escritor, bromea, y asegura, que «no soy una artista, sino un artesano», y que para escribir esta obra se leyó a los grandes maestros que desarrollaron el género para aprender cuáles eran sus trucos narrativos. «Lo he saqueado. Lo mejor que hay es de ellos», comenta. Después hace una afirmación que también tiene algo de claudicación: «Admiro las mentes que son científicas. Me asombran. Lo reconozco. En esta pareja, yo sería el humilde Watson al lado de Sherlock. En esa pareja, yo soy Watson, no Sherlock. Por eso este libro supuso un desafío para mí, porque tenía que pensar como Sherlock».
En este punto asoma una comparación que resulta inevitable. Arthur Conan Doyle abandonó a su personaje, Sherlock, porque estaba hastiado de él; Arturo Pérez-Reverte no ha vuelto a escribir de Alatriste: «Me gustaría retomar Alatriste. En mi voluntad está acabarlo. De hecho, tengo dos novelas previstas ya en mi cabeza. Yo dejé de escribir Alatriste porque me di cuenta de que el mercado ya estaba saturado de él. El último no se vendió tanto y eso me hizo darme cuenta de que el público estaba cansado. Yo siempre pienso en el lector. De hecho, será el lector que me encumbra el que me avisará de mi final. No hay nada más triste que un escritor que está muerto y no lo sabe». Él mismo reconoce: «Yo puedo vivir sin leer, pero sin escribir... Escribir me mantiene vivo, atento, alerta. Será duro dejarlo cuando llegue. No podré acudir a documentarme a lugares, como ahora a Corfú. Cuando deje de escribir novelas será una tragedia intelectual para mí».
PROTAGONISTAS DE CINE
«El problema final» no es únicamente la recuperación de la novela-problema. También es una reflexión sobre el paso del tiempo, la mella de las heridas y la melancolía de un tiempo donde la educación, la elegancia y la inteligencia todavía contaban y tenían un peso evidente en la sociedad. En estas páginas se recuerdan los viejos títulos de aquellas novelas legendarias (sin olvidarse de algunas novedades que trajeron otros maestros posteriores). Pero no se olvida tampoco de citar a esos actores y a esas películas que marcaron en anteriores décadas a cientos de espectadores. Por aquí aparecen los nombres de Marlene Dietrich, de Errol Flynn, David Niven, Greta Garbo, Humphrey Bogart y de tantos otros, y que, al igual que ocurrió en la literatura, fueron barridos por unas generaciones nuevas de actores. Las anécdotas que Arturo Pérez-Reverte narra sobre ellos a través del protagonista de esta intriga policial no son inventados. Sucedieron en la realidad.