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Cine

"Blanquita": la pederastia en las altas esferas que conmocionó a Chile

La nueva película de Fernando Guzzoni, premiada en Venecia, se adentra desde la ficción en el conocido como Caso Spiniak

"Blanquita": la pederastia en las altas esferas que conmocionó a Chile
"Blanquita": la pederastia en las altas esferas que conmocionó a ChileSURTSEY FILMS

En uno de sus momentos más espeluznantemente crudos, un personaje de «Blanquita», la nueva película del chileno Fernando Guzzoni premiada en el último Festival de Venecia, explica que "toda gran mentira está hecha de pequeñas verdades". Esa cínica tesis, tan real como dolorosa en términos cívicos, es la misma que articuló las revelaciones del conocido como Caso Spiniak, un escándalo de pedofilia en las altas esferas políticas que sacudió a la ciudadanía chilena en el año 2003. Desde la distancia que permite la ficción, justo cuando el país trasandino se vuelve a cuestionar la ética de su clase política, el director de «Carne de perro» explota y explora mejor que nadie la coyuntura.

Todo el revuelo alrededor del caso comenzó con la detención de Claudio Spiniak, un empresario acusado de levantar una red de pederastia al servicio de los más poderosos del país, caso en el que se vieron implicados hasta tres senadores de la República vinculados a la derecha: Jovino Novoa, Carlos Bombal y Nelson Ávila. Tras un rocambolesco proceso judicial y mediático, el escándalo acabó con los políticos libres por fallos de forma y, sobre todo, por el falso testimonio de una de las denunciantes, que presuntamente se basó en las historias personales de otros menores abusados para construir su declaración.

A la izda. Jovino Novoa, uno de los presuntos implicados en el caso real; a la dcha., la actriz Laura López en "Blanquita"
A la izda. Jovino Novoa, uno de los presuntos implicados en el caso real; a la dcha., la actriz Laura López en "Blanquita"SURTSEY FILMS

Una tensa relectura

¿Cómo se narra, entonces, un asunto que no solo es espinoso en lo narrativo, sino también en lo judicial, lo político y hasta lo social , sucedido en un país que lleva tres años revisándose a sí mismo, con protestas en las calles y un nuevo proceso constituyente? Guzzoni, al otro lado del teléfono, responde a LA RAZÓN: «Siempre me pareció que el caso real tenía un reverso que no logró ser capturado por la verdad judicial. Teníamos que volver a ello, repensarlo, releerlo, volver a tensionarlo. Pero lo aparqué como película. Tres proyectos después volví sobre ello y me documenté», explica, antes de confesar su motivación: «Me interesaba la protagonista como una heroína con doble moral, como una mujer que busca la justicia de la manera menos ortodoxa posible».

Esa «voz de los sin voz», como la define Guzzoni, da nombre aquí al filme y tiene el rostro de Laura López, actriz natural que debuta con el saber hacer de una veterana, como entendiendo perfectamente el matiz subversivo de la película: «Me interesaba darle la vuelta, que rompiera con la lógica de lo que suele reservarse a lo femenino. Eso que tiene ver con la pureza o con lo santificado o lo inocuo. Su personaje venía a remover todos esos cimientos, a construir una nueva identidad a través de la tragedia», explica quirúrgico el director.

«La película no tiene una vocación, digamos, periodística. O un afán historicista o pedagógico. Aquí vuelco, por supuesto, mis propias obsesiones. En ese sentido, la película tiene arbitrariedades y licencias, por supuesto. Una de ellas es la temporalidad, porque me la llevo a lo contemporáneo. Me interesaba poner el escándalo en el tiempo del feminismo contemporáneo, de las redes sociales, por ejemplo», explica Guzzoni, consciente de los géneros de sesgo y clase que todavía siguen vigentes en su país. De este modo, entre el exorcismo a las estructuras machistas y la actualización contemporánea de un caso que fue capaz de levantar las alfombras incluso si su proceso judicial fue un fiasco, Guzzoni dirige la primera gran película del Chile posterior al conocido como «Estallido social», una suerte de juicio popular a las oligarquías descendientes de la dictadura y una mirada al espejo de un país que se reconoce feo, pero que aspira a verse mejor.

«Hay algo de eso, claramente, en la película. No deja de ser una mujer de extracción popular perdiendo, de algún modo, contra los poderosos. Y esa pulsión estaba en mi cabeza, la del primer enfrentamiento social y mediático entre un Chile viejo, anquilosado, y el nuevo. Una cosa que me interesaba muchísimo del caso es cómo fue una de las primeras interpelaciones directas y reales al poder», añade el director, antes de despedirse analizando la idiosincrasia misma y cambiante de un país que votó a un presidente de izquierdas para entregarle luego la constitución a la ultraderecha: «Yo llegué a estar en el Estallido, pero es muy desconcertante hacer una lectura del último tiempo, sobre todo teniendo en cuenta los vaivenes. Lo que se deduce rápido es la polaridad, que yo creo que viene de ese gueto neoliberal en el que se convirtió Chile durante décadas. Se construyó una sociedad de conmigo o contra mí, reaccionaria, donde los derechos sociales parecen ser parte de un proyecto bolchevique y en realidad ni siquiera llegan a mirar a los de un Estado del Bienestar básico. El país quedó teñido de ideas excesivamente individualistas, y eso ha sido muy bien aprovechado por los populismos de derechas», completa.