Cánovas del Castillo y un balazo en el pecho
El asesinato del ex presidente y célebre abogado, puede ser leído como una muestra clara de la influencia inestimable de esta figura en el desarrollo político de España
Madrid Creada:
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Antonio Cánovas del Castillo, célebre abogado y presidente del gobierno de España, fue asesinado un 8 de agosto de 1897 de un balazo en el pecho, otro en la cabeza y un tercero en la yugular. El anarquista italiano Michele Angiolillo le disparaba a bocajarro mientras que el por entonces mandatario leía un periódico sentado en el balneario de Santa Águeda (Guipúzcoa), donde descansaba durante unos días. Su muerte fue un escándalo nacional y, para muchos historiadores, una muestra del fracaso del sistema de la Restauración que, tras décadas convulsas, tendría su fin en 1923 con la dictadura de Primo de Rivera. No obstante, lejos de esta lectura trágica, su muerte puede ser entendida también como la consolidación definitiva de su andadura política, de su idea de España y de su posición como una figura histórica atemporal.
Antonio Cánovas es considerado el padre del conservadurismo liberal en España. Él, con sus escritos y discursos, reformó las ideas de los conservadores más tradicionales para adaptarlas y entremezclarlas con el liberalismo generando, al igual que Edmund Burke en Reino Unido, una unión duradera que nos acompaña hasta hoy en día. Como recoge Manuel Fraga, con cierto autorreconocimiento en la figura de Cánovas, «de él y de Don Antonio Maura arranca la España política del siglo XX: ambos contribuyeron de modo efectivo al establecimiento de un pensamiento (…) liberal conservador». De su pluma se construyó la Restauración Borbónica, un sistema surgido en 1875 que pretendía dar fin a la inestabilidad del siglo XIX. Nacía tras el fracaso del Sexenio Democrático, implosionado por las divisiones internas tras la abdicación de Amadeo de Saboya y el caos de la Primera República. España debía organizarse en un sistema mixto que protegiese la propiedad privada y el derecho a desarrollarse, y que uniese la soberanía nacional y la voluntad popular con la propia esencia de España. Un parlamento que representase la soberanía de los ciudadanos y un rey, de derecho divino, que ejerciera como vínculo simbólico con ese ser nacional español: católico y monárquico.
La nación para Cánovas no era una invención política, ni un planteamiento intelectual, sino una voluntad mayor que determina y guía a las personas que forman parte de ella, con sus mitos, su historia y sus costumbres. Una unión espiritual pero muy real entre todos sus miembros. Para evitar los conflictos se creó también, con clara influencia inglesa, un sistema bipartidista en el que liberales y conservadores, que habían estado en constante batalla durante el siglo XIX –dándose mutuamente golpes de Estado–, se repartían el poder. Ambos grupos se «turnaban» mediante un complejo sistema de elecciones. Algunas eran más limpias y otras estaban amañadas completamente. Así, se evitaba la lucha entre las dos fuerzas más grandes y se excluía a los grupos que Cánovas consideraba peligrosos por sus ideas; anarquistas, socialistas y republicanos.
La muerte de Cánovas, más que la decadencia de la Restauración, fue una muestra de su éxito personal como figura política. Su asesinato, de manos de un anarquista, corrobora lo que ocurría, que los grupos que consideraba peligrosos habían caído en el ostracismo político, apartados del poder y recurriendo a actos llamativos pero marginales en sus formas. La Restauración bloqueó en buena medida su influencia y crecimiento, pues perdieron la opción de alcanzar cotas de poder y vieron su desarrollo histórico profundamente marcado por un sistema que consolidaba el liberalismo y los apartaba hacia los márgenes. De la misma manera, la Restauración logró poner fin al enfrentamiento de un siglo entre conservadores y liberales –con diferentes nombres y partidos– que tras la llegada al poder de la reina Isabel II en 1833 se habían atacado violentamente en sucesivos complots y levantamientos armados. Práxedes Mateo Sagasta, líder de los liberales-progresistas en aquel momento, que años antes había luchado por las armas con los conservadores, se deshacía en halagos por el fallecido presidente.
Como recogía el diario «La Época», Sagasta dijo en una elegía que, «después de la muerte de Don Antonio, todos los políticos podemos llamarnos de tú». Más aún, podemos ver su relevancia en la gran herencia intelectual que dejó después de la muerte. Sus seguidores inmediatos, como Antonio Maura, o posteriores, como Manuel Fraga o la Fundación Cánovas del Castillo -germen del Think Tank actual del Partido Popular, FAES-, han dado forma al liberalismo en España. Desde las posturas de Cánovas, el liberalismo conservador se ha reformado, adaptado y cambiado con los tiempos, pero manteniendo unas bases nacionales, de propiedad y religiosas que tienen en su arché las tesis que Cánovas desarrolló y que, con su muerte, trascendieron su propia figura.