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Estrenos de cine

El nuevo complot de Wes Anderson

Con «La trama fenicia» vuelve el director texano a mostrar su perfil más barroco y descarado; una faceta que en realidad nunca escondió del todo

El nuevo complot de Wes Anderson
El nuevo complot de Wes AndersonX

Ciertamente puede que la mejor definición de autor cinematográfico sea la de quien permanece básicamente, con las excepciones de rigor, fiel a un estilo, personalidad y carácter concretos. No siempre es necesariamente consciente de ello, como en el caso de esos autores que lo eran sin saberlo procedentes de las entrañas de la industria de Hollywood y del cine comercial. A ellos, a Ford, Hawks, Hitchcock o Cukor, a Terence Fisher o Roger Corman, tuvieron que venir los franceses a explicárselo. Pero hay una raza bien distinta, que es la del cineasta artista, netamente autoral. Aquel nacido con el propio cine en el marco del «film d´art» francés, la vanguardia soviética y el llamado «expresionismo» alemán, que después evolucionó sutilmente gracias a poderosas personalidades con gran dominio de sus materiales, como Renoir, Kurosawa o Dreyer, por citar algunos, para finalmente eclosionar con los Nuevos Cines de los 60 y 70, Nouvelle Vague a la cabeza.

Casi siempre europeos, sus equivalentes usamericanos vendrían a ser, con las distancias necesarias, los autores de ese cine llamado independiente que se estableciera firmemente en los 80 y 90 del pasado siglo. Su evolución, al calor del éxito de cineastas como Jarmusch, Lynch, Hal Hartley, Kevin Smith, Tarantino, Sophia Coppola, Tod Haynes y otros, daría lugar a una mutación idiosincrásica con el sello propio de Hollywood: una raza de autores que lo son, pero al tiempo juegan con –y penetran ampliamente en– el tejido del cine comercial y del imaginario popular. Que sin perder su carácter singular, relativamente arriesgado formalmente, amparados por el flexible paraguas de la posmodernidad, participan de aquellos elementos que conforman el cine convencional, dirigiéndose al más amplio público posible.

Utilizando géneros tradicionales –la comedia, el thriller, el melodrama, el terror, la ciencia ficción...–, actores y actrices con categoría de estrellas (que se matan rebajando su caché para aparecer en estas películas, siempre más prestigiosas), con inversiones económicas a veces tan notables como las de cualquier «blockbuster», estos autores que lo son con premeditación y alevosía resultan capaces de llegar tanto al cinéfilo exigente (siempre que exija lo que ya espera recibir) como a un gran sector de espectadores sin otra pretensión que pasar el rato. Manejan con soltura un término medio entre la sofisticación, el atrevimiento formal y la accesibilidad y las convenciones narrativas del relato clásico. Al público habituado al cine comercial le procuran la satisfacción de «lo raro», «sorprendente» y «extraño» sin violentar demasiado sus perspectivas, mientras al cinéfilo duro que presume de disfrutar con películas filipinas de nueve horas o los severos planos interminables de Béla Tarr y Lisandro Alonso, le ofrece el respiro de entregarse al humor, los géneros populares, el escapismo poco o mal disimulado, y, en definitiva, lo comercial. Todos contentos.

Sin engañar a nadie

Esta larga introducción viene al caso del estreno de la nueva película de Wes Anderson, «La trama fenicia». Uno de los autores que, precisamente, más eficazmente encaja en el molde de lo expuesto. Desde que se descubriera con sus comedias agridulces, surrealistas y absurdas pero con corazón, como «Los Tenenbaums» (2001) y «Life Aquatic» (2004), a principios del milenio, amparadas en el carisma de Bill Murray, estrella popular a la que, en la gran tradición del reciclaje propia del indie estadounidense, contribuyó a reificar en actor de prestigio, Anderson nunca ha intentado engañar a nadie: su cine es personal, carismático y a veces sorprendentemente fresco. Pero siempre también accesible, entretenido, divertido y, en definitiva, perfectamente legible para todos los públicos.

Es esta una fantasiosa y alambicada farsa de espionaje, propia de Eric Ambler o William LeQueux, con personajes excesivos y excéntricos pero con sentimientos, a mayor gloria de un Benicio del Toro que encarna con virtuosismo su protagonista «bigger than life», inspirado en el villano mundial por excelencia, el traficante de armas Sir Basil Zaharoff.

La trama de Anderson es la de un autor para todos los públicos. Al menos, para todos los públicos que saben lo que quieren y pueden encontrar en su cine, con ya pocas sorpresas a estas alturas. Esta es su mayor virtud. Pero también el gran defecto de un cine posmoderno de autor, donde muchos directores se escudan en el concepto mismo de autoría para hacer justo lo contrario de lo que una vez significó realmente ser autor: arriesgar.