El otro día, en la copilla de Navidad del periódico, charlando con algunos compañeros de Cultura, me hicieron ver que llevábamos tiempo escribiendo el mismo artículo, sobre lo woke, solo que vistiéndolo con ropajes distintos. Tenían razón: de un tiempo a esta parte la cultura woke es una fantasmagoría que nos empeñamos en seguir enfrentando, como Don Quijote acometiendo, presta la lanza, a los molinos. Afortunadamente, la cultura woke ya no impera, pero fuimos muchos los que hizimos fortuna guerreándola, y cuesta admitir que el enemigo está muerto –y secciones como esta han puesto su granito de arena en esta victoria– cuando hemos vivido durante años inmersos en una atractiva batalla, desde el frente contracultural, contra este puritanismo importado que amenazaba con hacerse hegemónico en nuestras posiciones.
Con la entrada de 2025 a la vuelta de la esquina, y siendo esta la última Contracultura del año, creo que es el momento propicio –al menos por mi parte– de dar carpetazo a este asunto. Considero que esta es una batalla ganada, como escribía José F. Peláez hace un par de semanas en las páginas de ABC: «Dejémoslo ya. Lo woke ha muerto hace mucho, pero en España nos enteramos tarde de las cosas». Entiendo como una deshonestidad con el lector –hablo por mí– no envainarme la espada, y hacerles creer que el retablo de maese Pedro es un ejército de activistas woke. Cabe reconocer que llevamos un tiempo haciendo categoría de la más remota anécdota woke encontrada en los trasteros de la web.
Además, que se percibe un hartazgo importante, un empacho, respecto a los contenidos –que ya es una industria– contra el despertar, contra las cancelaciones, etcétera. Cuando ya hasta nuestros mayores se refieren a lo woke de manera repetida –todo es woke (pronunciado como se escribe): hasta el tapón ecológico de las botellas de plástico– es que es algo que está muy pasado, es muy «boomer». Y llega un momento en que cuando todo es woke realmente nada es woke, porque pierde su significado. «Esto de lo woke ya empieza a parecer una cosa de tuiteros viejecitos, que antes contaban batallitas de guerra y ahora de la guerra cultural», sostiene Peláez.
Una industria contra lo woke
Entiendo la resistencia a cerrar el chiringuito –repito: la industria nacida al calor de lo woke, contra esta cultura, que tantos beneficios ha reportado, y que aún sigue generando–. A un vendedor de espantapájaros le costaría reconocer la extinción de las aves en torno a los sembrados y huertos; y un fabricante de insecticida se resistiría a admitir que los insectos ya no son una amenaza para los hogares.
Por eso puedo empatizar con la postura de la compañera Rebeca Argudo («El woke no ha muerto», ABC, 19/11/24) o lade Víctor Lenore («La muerte de la cultura woke», Vozpópuli, 25/12/24), quienes en sus artículos defienden respectivamente que «aquí no se ha ganado nada» y que «quedan un par de batallas para terminar la guerra».
ContraviñetaJae Tanaka
Sólo espero que el entierro de esta cultura puritana no se prolongue en el tiempo como los fastos funerarios que se le hicieron a la Reina Isabel II de Inglaterra. Quiero un sepelio limpio, rápido y aséptico. Ejemplo de lo contrario es que en un reconocido digital una columnista escribió a fines de 2023 sobre «el fin de lo woke», y en el mismo espacio, justo un año después, se ha publicado otro artículo titulado «El principio del fin de lo woke».
«La derecha woke»
Bajo dicho título, «La derecha woke», escribió José F. Peláez el pasado día 15 la columna que considero más certera y audaz al respecto. Allí se refiere el flamante premio Gistau a que una vez que hemos ganado «en lugar de fumarnos un puro en lo más alto de la pirámide de Maslow, la derecha se pega un tiro en el pie. Y en vez de aprender la lección opta por morder el anzuelo del marco mental woke en lugar de despreciarlo por completo y hablar de cosas serias».
Argudo, también en las páginas de ABC, replicó dicho artículo argumentando que «el paciente se encuentra en estado crítico, pero estable en su gravedad. Por eso no conviene encargar todavía flores ni responsos. No se precipiten», y aprovecha para lanzarle un dardo emponzoñado a su compañero de páginas: «los tibios y moderados, los que jamás arriesgaron nada y siempre se mantuvieron al margen (porque eso que se ha dado en llamar ‘las batallas culturales’ son una vulgaridad y ellos están a lo importante y a lo elevado), andan celebrando que han ganado».
En la misma línea, nuestro compañero Lenore se refiere a que «la filosofía de moda en la última década parece haber fallecido en 2024, aunque quizá solo está mutando». Y abunda: «Parece que el mundo se ha cansado del mal espectáculo del wokismo», pero «a pesar de los avances, la realidad invita a ser prudentes: los museos de arte contemporáneo, plataformas de podcasts y contenidos televisivos de pago siguen empapados de ‘wokismo’».
El propio Yoel Meilán en estas páginas escribió sobre «la caída de la cultura progre» y cómo el movimiento DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión) «cada vez tiene más oposición y es criticado hasta dentro del mundo Woke». Se refería este a que «la victoria de Trump es un claro ejemplo de que se han radicalizado las posturas contra lo woke».
«Los toros pasan por su mejor momento. Las Semanas Santas y el resto de celebraciones religiosas populares llenan las calles. La caza es la tercera federación con más licencias. Las políticas mal llamadas feministas de Podemos, Sumar y resto de basurilla del espectro son el hazmerreír social, su influencia es nula y su desprestigio generalizado, mientras la mujer, ya liberada de la derechona, se libera de la izquierdita. Españoles: lo woke ha muerto». Lo firma Peláez y le hubiese gustado escribirlo a uno si tuviera su talento.
P.D: Este artículo se autodestruirá en cuanto lo hayan leído. Juro no hablar más de lo woke.
Hasta The Telegraph lo dice El pasado 19 de diciembre, Chris Harvey escribió en The Telegraph un artículo de titular elocuente: «La cultura de la cancelación ha muerto. La gente simplemente no se ha dado cuenta». En esta pieza publicada en el prestigioso diario británico, el periodista habla de que es cierto que númerosos personajes públicos, de artistas a escritores, han sido cancelados en 2024, pero no es menos cierto que estos «apestados» fueron acogidos por el público. Y enumera varios ejemplos de la cultura anglosajona, de Kayne West a J.K. Rowling. «¿Terminó la caza de brujas?», se pregunta Harvey. Y concluye que la cancelación está actuando a la inversa y que «para algunos ser cancelados es un pasaporte a la fama». ¡Ea!