La fragua de la libertad, el último juego de Ali Smith
La autora culmina su extraordinario cuarteto literario con una nueva celebración del lenguaje
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Todos los caminos de la prosa de Ali Smith conducen hacia la más plena de las lisergias, porque es capaz de activar el nervio de la literatura en una época con los haces sensitivos cauterizados. Seguir el ritmo de estas doscientas páginas supone una sensación orgánica que transita de la euforia a la empatía pasando por la náusea. Así, conocemos a Sandy Gray, quien en una noche en medio de la pandemia, recibe la llamada de una remota conocida de la universidad, Martina Pelf. Ella decide pedir ayuda a su compañera de universidad por recordarla versada en entender las palabras y dobles significados porque, tras ser retenida en un control de aduana por traer de vuelta a Inglaterra una rara cerradura medieval para una próxima exposición en un museo, Martina es detenida en la aduana y pasa medio día encerrada en una habitación, cuando una voz llegada de no sabe dónde le pregunta «¿zarapito o cubrefuego? Tú eliges».
Lo primero es un ave con el pico larguísimo y el segundo término, nos remite a la Europa medieval donde se trataba de un toque de queda para los incendios accidentales. A partir de ese momento, solo hay caos en la vida de la protagonista y en el relato porque Smith juega con el tiempo, trayendo el pasado al presente, como si ese fuera su lugar, y dejándonos adivinar la consecuencias en sus personajes. Este es un escenario típico de la autora: interrupciones abruptas, el pasado superponiéndose al presente, debates sobre la nacionalidad («¿Un país no es suficiente para ti?», le pregunta un funcionario a Martina cuando ve que tiene doble ciudadanía) y el descenso repentino a un tiempo y lugar diferentes. Puede ser difícil seguir la trama, pero tengan la seguridad de que Smith es una guía confiable, aunque traviesa.
Dividida en tres partes, el libro se extiende en muchas direcciones: metafísica, artística, política y personal. Y la llave, «la clave», parece recaer en el destino del anciano padre de Sandy, que está hospitalizado pero no por Covid sino por un problema cardíaco, pero que se encuentra en un estado que su enfermera define como «toque de queda». En su ausencia, Sandy cuida de su perro y ve violada su cuarentena cuando las gemelas de su antigua «amiga», llaman a su puerta. Primero quieren denunciarla por descarriar a su madre y luego terminarán mudándose a su piso con toda la familia. Sandy, aterrorizada, escapará de su casa al domicilio paterno.... y todo será revelado. Conocerá, en sueños o a través del vehículo de las palabras, la historia de una pequeña niña sucia, con una quemadura en el cuello que la tacha de «vagabunda», con un zarapito sosteniéndose en su cuello. La pequeña indigente medieval, discípula de la mejor herrera de su comarca y experta en caballos, arrojará el reloj de su padre por la ventana para ver cómo se rompe y se vuelve a armar, agrietado pero completo. Significado de cómo el tiempo se rompe y volver a organizar, pero no como una ley inamovible sino sujeta a lo eterno.
Unas historias se concatenarán con otras, porque Smith se apoya en las palabras. No en vano, los cuadros que pinta son poemas en los que superpone unos conceptos a otros... pero ningún relato será una respuesta pues en sus entrañas aguarda una pregunta. Con el respaldo de la rabia, el desconcierto y la incertidumbre, sus historias abordarán el mundo pasado y presente desde ángulos inesperados... porque se narra a sí misma. Ali Smith es una celebrante de la paradoja, de la naturaleza cíclica, de la muerte y el nacimiento, de los comienzos y los finales. A medida que el libro llega a su conclusión, Sandy se alejará de largas y complicadas cavilaciones para llegar a breves declaraciones: «Me senté en un árbol muerto talado lleno de hiedra». La luz y la oscuridad se turnaron. Al igual que en la tetralogía: «Otoño», «Invierno», «Primavera» y «Verano», y a modo de coda, en esta «Fragua» los asuntos cotidianos condensan la atmósfera que respira su narradora: el virus, el miedo, el Brexit, los refugiados que llegan a Inglaterra, su soledad... pero el talento de su narrado reside en infundir desolación con la ventana de días mejores y las posibilidades de un cambio hacia lo positivo. En esa raíz, en esa esencia radica la fragilidad y el valor de cada ser vivo: en la palabra, el recuerdo, el cuento... como una verdadera maestra zen.
Estas páginas son como la cerradumedieval con la que comienza esta historia: es preciso girar la llave aunque solo sea el comienzo de la comprensión. Las abundantes alusiones, referencias y conexiones de Smith requieren más de una lectura para que surja su significado, pues se trata de una narración –yo no lo llamaría novela– engañosamente esbelta, que emerge hacia arriba todo el tiempo, y donde cada línea está preñada de significados.
Una prosa ágil la de Smith, que irrumpe como un rompehielos en la prosa actual y nos lleva a la transformación o a la nada, y cuyas palabras son como la antigua cerradura con la que comenzó: girar la llave es solo el comienzo de la comprensión. Ella sabe que se puede atrapar el fulgor de un rayo entre las manos y por eso su libro comparte las mejores cualidades del cuarteto que le precedieron. Nos ofrece un retrato inteligente, erudito y humano de nuestro intenso –y desaforado– momento contemporáneo. Saltando de la mitología a la etimología, de la historia a la literatura, es capaz de convertir los elementos granulares del movimiento diario en la materia del arte que sustenta la vida. Es capaz de mostrarnos, nuevamente, lo que una ficción excepcional puede hacer en tiempos difíciles... aquello para lo que no hay linimentos ni paliativos. Ali Smith está en grave peligro de convertirse en un tesoro literario contemporáneo.