El sectarismo que acabó con la gran oportunidad económica de la II República
El político Luis Peral Guerra publica “Política económica de la Segunda República. España en la gran depresión internacional”, tesis doctoral que profundiza en uno de los temas menos conocidos de la España republicana
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“Pocos periodos de la Historia han suscitado tanto interés en lectores e investigadores como la Segunda República Española, sin embargo, la mayoría de los libros escritos se refieren, principalmente, a la convulsa situación política y social de aquellos años, y solo marginalmente –aproximadamente un 8%– se analiza la situación económica que tuvieron que enfrentar los diferentes gobiernos republicanos y las medidas adoptadas al efecto”, afirma el político Luis Peral Guerra, que ha editado su tesis doctoral “Política económica de la Segunda República. España en la gran depresión internacional” (CEU ediciones), que profundiza en dichas políticas económicas dentro del marco de las grandes convulsiones políticas y económicas del entorno internacional.
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, la crisis económica de 1929 y la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado sacudieron los cimientos económicos y sociales en los que parecía asentado el mundo occidental y aunque España se vio menos afectada que otros países, la depresión internacional condicionó en buena medida nuestra evolución política, económica y social. “Antes de la Gran Guerra, el mundo compartía muchas cosas, la economía capitalista, un sistema económico liberal, la libertad de viajar, de establecerse en cualquier país e invertir en él sin restricciones..., pero todo eso se vino abajo con la guerra: se crearon nuevas fronteras y países al desaparecer el imperio austro-húngaro y cambió el orden internacional existente. Esto fue muy importante porque creó unas guerras comerciales terribles que acabaron reduciendo el comercio mundial al 39%, o sea, se perdieron casi dos tercios del comercio internacional”, afirma Peral Guerra.
“Los países europeos que habían participado en la contienda mundial terminaron con una enorme deuda pública y algunos tuvieron que devaluar drásticamente sus monedas –Francia llegó al 80%– y tuvieron oscilaciones de precios muy grandes, cosa que España no tuvo. La evolución de nuestra economía en los años 20 fue más estable y, aunque teníamos nuestros problemas, era más equilibrada”. Sin embargo, a pesar de la neutralidad, España no fue ajena a estos acontecimientos y transformaciones sociales y políticas que se dieron en el entorno: “Nos afectó, por un lado para bien, porque exportamos a países beligerantes y dejamos de importar sus productos, que producíamos nosotros, aunque más caro y, nuestras reservas de oro se multiplicaron por cinco, hasta el punto que en el año 1919 eran las cuartas más grandes del mundo y todavía en la Gran Depresión eran la sextas”, explica el autor.
Al estudiar las políticas económicas de la Segunda República, Peral Guerra hace hincapié fundamentalmente en las políticas agraria, fiscal, monetaria y de comercio exterior. “El asunto principal, independientemente de que el gobierno fuera de centro-derecha o centro-izquierda, es que su política económica fue muy parecida entre ellos, eran ortodoxos, es decir, no estaba bien visto tener déficit presupuestario y se comprometían a intentar no tenerlo”. Como muestra, el autor compara a dos ministros de Hacienda, Jaume Carner, de Ezquerra Republicana de Cataluña, pero que “hizo una política económica nacional”; y Joaquín Chapaprieta, del centro-derecha, “ambos hicieron políticas muy parecidas, pensaban que no es bueno hacer una reforma fiscal drástica cuando la economía no está bien, que el Estado no puede acaparar todo el ahorro público, sino que tiene que dejar que las empresas también puedan acudir a financiarse o que hay que evitar el déficit. Esta política financiera trajo a España una gran reputación como deudor de deuda pública porque nunca incumplió sus compromisos, no dejó de pagar como hicieron otros países que suspendieron pagos”.
Por otro lado, esa ortodoxia económica fue, además, “continuista, todos lo hicieron muy parecido y a su vez estos parecido a la dictadura de Primo de Rivera y a los últimos gobiernos de la Monarquía, incluso hay una continuidad con el Régimen de Franco en algunos temas, como la política hidráulica y de transformación en regadío, la protección del carbón y del trigo nacional, el monopolio del comercio de divisas o el del petróleo –la Campsa–. Más que movimientos bruscos –significa Peral Guerra–, hay una continuidad en las políticas fiscales y monetarias de todos los gobiernos de la Segunda República, fueran del signo que fueran”.
Dentro del gasto público, se consideran por su relevancia ideológica las políticas de reforma agraria, de educación y de defensa, pero, ¿hasta qué punto tuvo que ver la ideología a la hora de invertir? “No tanto –afirma Peral Guerra–, porque, como aporto en el libro, el último gobierno de Alfonso XIII gastaba en educación un 20 % más que en seguridad ciudadana y la República tuvo que aumentar el gasto en este apartado por los graves problemas de orden público que sufría, de manera que a finales del año 35 se gastaba lo mismo en educación que en seguridad, aunque es verdad que el número de alumnos en primaria y secundaria aumentó notablemente. Evidentemente, el gasto en educación creció, pero lo hizo más en seguridad ciudadana y esto es algo que la gente desconoce”.
Otra de las reformas más esperadas era la agraria, que una vez más, quedó pendiente. “Se crearon muchas expectativas con los programas de la coalición republicana socialista en cuanto al reparto de tierras, que en la realidad no se confirmaron por varias razones, primero porque para ser una prioridad ideológica no se dedicó el dinero suficiente –significa el autor–. Desde que empieza la reforma en el año 32 hasta finales del 35 presupuestan solo el 1,1% del total de los presupuestos de esos años, pero fue peor a la hora de ejecutarlo, puesto que solo emplearon el 0,5 % del gasto público. ¿Por qué? –se pregunta– Porque los ministerios de Hacienda y Agricultura estaban en manos de partidos burgueses de corte urbano, que hoy podríamos decir liberales en lo económico y la reforma agraria no era su mayor preocupación, les interesaba más intentar quitar la enseñanza religiosa, que no consiguieron, o los estatutos de autonomía o reformar el Ejército, cosas que hicieron drásticamente. La ley de reforma agraria del año 32 tenía un sesgo ideológico clarísimo, había optado por un proyecto radical que primaba la distribución de la tierra en lugar del acceso a la propiedad y el aumento de la producción, pero al no verse acompañada por dinero, no se pudo hacer”.
En 1935, los datos macroeconómicos indicaban que España podía considerar superada la crisis económica y, sin embargo, “el sectarismo político, el egoísmo social y la irresponsabilidad de algunos dirigentes frustraron esas expectativas y nos privaron de una gran oportunidad de futuro, llevando a España a la gran tragedia de la Guerra Civil”, señala Peral Guerra, que dedica un capítulo a este aspecto, “1935: La oportunidad perdida para España”. Este año había un gobierno de centro-derecha presidido por miembros del Partido Republicano Radical, como Lerroux y Samper, apoyado por la CEDA de Gil Robles, que era el partido con más diputados. También estaban los liberales con Melquiades Álvarez y el Partido Agrario. Esta coalición de gobierno gozaba de mayoría parlamentaria hasta noviembre de 1937, tenía cuatro años por delante, estaban poniendo en marcha proyectos como el de Chapaprieta de racionalización fiscal y el impulso de la inversión, como la “Ley Salmón” contra el paro, las iniciativas de Luis Lucia en obras públicas y ordenación ferroviaria, se construyeron muchos edificios de viviendas, que todavía están en Madrid, que eran la arquitectura más moderna de esa época o las iniciativas de Manuel Giménez Fernández en la política forestal y agraria, que inició el primer plan de repoblación forestal español, todo tratando de crear empleo a través de grandes y pequeñas obras públicas.
Además, “estaban bastante avanzadas las reformas de la Constitución, para eliminar aspectos que se había demostrado que eran complicados, y de la ley electoral, intentando hacer una ley de representación proporcional más equilibrada que la que había. En una época convulsa como fueron los años 20 y 30, España transitó de forma razonable desde el punto de vista económico, a pesar de la imagen de la Segunda República en ciertos temas, sufrió menos el descenso del PIB del año 30 al 35, que alcanzó el nivel de antes de la depresión, hubo estabilidad de precios, cosa que no ocurrió en otros países y el empleo no se perjudicó demasiado, pero, lamentablemente, las rencillas internas estropearon un asunto que económicamente iba bien, todo esto fue truncado por la guerra civil, que tiró por tierra todas las expectativas planteadas”.
Y concluye Peral Guerra: “En octubre del 36, Francia y los demás países abandonaban los grilletes del patrón oro que devalaba sus monedas e inmediatamente sus economías despegaron hacia arriba y es muy posible que a España le hubiera pasado igual, pero eso nunca se podrá saber”.