Baldomera Larra, la timadora de los pobres
La hija del famoso periodista y escritor creó un sistema de estafa piramidal que arruinó a 5.000 personas y que, tras fugarse de España, la llevó a la cárcel
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En la reivindicación histórica de las mujeres no aparece nunca Baldomera Larra. Siempre son féminas que rompieron «techos de cristal» en la ciencia o la literatura, pero nadie menciona a un genio (o una «genia» para las inclusivas) de las finanzas como fue la hija de Mariano José, el afamado periodista y político. He buscado en la recopilación de biografías de mujeres célebres, y nada. Quizá sea porque Baldomera inventó el timo piramidal arruinando a miles de personas (hombres y mujeres). Y es que el amor al vil metal no entiende de genitales.
Nuestra biografiada perdió a su padre cuando tenía cuatro años, en 1837. Es conocido que el famoso escritor se descerrajó un tiro en la cabeza por el mal de amores. Lo que le puede pasar a cualquiera. Digo lo del desamor, no lo otro. El caso es que la niña Baldomera quedó huérfana. A sus buenos estudios y mejor círculo social le siguió el casamiento con un hombre bien situado, llamado Carlos de Montemayor, a la sazón médico en la Casa Real del monarca Amadeo de Saboya. Detrás de un gran hombre, reza el dicho, siempre hay una gran mujer (que se pregunta por qué, dicen). En este caso, Baldomera se quedó sola porque su marido se fue de España en cuanto el rey italiano dejó nuestro país en febrero de 1873. La hija de Larra no pudo mantener, pues, la vida desahogada que disfrutaba hasta entonces. Tuvo que acudir a prestamistas, y ya se sabe que la miseria y el aburrimiento agudizan el ingenio.
El timo fue el siguiente: creó el Banco Popular. El nombre era un gancho para convencer a los pequeños ahorradores de clase media. Puso una oficina en la calle de la Greda, hoy de Los Madrazo. Prometía duplicar los depósitos en treinta días. Lo cumplió en el primer mes porque pagaba a los inversores más antiguos con el dinero de los más nuevos, lo que hoy conocemos como esquema Ponzi o estafa piramidal. La gente humilde empezó a ir al establecimiento de Baldomera cegada por el dinero fácil. Ante las colas que se formaban en la calle, la financiera decidió fijar la oficina en la Plaza de la Cebada, y luego en la de la Paja. Aquello no dejaba de crecer.
La señora era la benefactora de los humildes. La llamaban «la madre de los pobres». En solamente un mes, las tres pesetas se convertirían mágicamente en seis. «¿Cómo lo consigue, doña Baldomera?», le preguntaban. «Es tan sencillo como el huevo de Colón», contestaba ella con enorme simpatía. «¿Y si falla?», insistían los curiosos, «Pues me tiraré por el puente de Segovia», respondía entre risas la «genia» de la banca.
La estafadora llegó a amasar 22 millones de reales, que era entonces el equivalente al presupuesto de un ministerio. Se calcula que engañó a más de 5.000 personas. Pero todo se fue al traste en diciembre de 1876, cuando la pirámide se desmoronó. El Banco Popular no tenía dinero para pagar a los vecinos, como en la escena clave de «¡Qué bello es vivir!», de Frank Capra, pero sin moralina ni dar la cara. Con nocturnidad y mucha alevosía, Baldomera cogió un barco para Inglaterra. Valle-Inclán imaginó en «El ruedo ibérico» que compartió cubierta con Bakunin. De ser cierto, no sé quién hubiera timado a quién, ya que el célebre anarquista vivía de dar sablazos a sus camaradas. Galdós contó en «Cánovas» (1912) que Baldomera se refugió con la pasta en Suiza. No había sororidad ni progresismo en aquella mujer, sino descaro. Marchó al país transalpino para disfrutar de la impunidad que le ofrecía una tierra que no extraditaba a nadie. Vivía con todos los lujos en Ginebra, una de las ciudades más caras y exquisitas de Europa.
«Alguien le hizo creer –escribió Galdós– que en España no se acordaban de ella» y que podía viajar por el continente a placer. Baldomera no contaba con el odio de su hermana Adela, que la denunció cuando llegó a París en 1878. La escena es de rigodón. Los gendarmes se la llevaron con lo puesto y la entregaron a la Guardia Civil en la frontera. La cárcel de mujeres de Madrid la esperaba. Tras un juicio con jurado popular por el que pasaron sus víctimas, fue sentenciada en 1879 a seis años de prisión. En la vista, Baldomera se presentó como una mujer víctima de las circunstancias, una fémina, escribió Carmen de Burgos, de «espíritu batallador, indomado y rebelde». Ya. No pasó en la cárcel mucho tiempo. La gente reunió firmas y el Gobierno la indultó. No devolvió la pasta, claro. Luego marchó a Cuba, y allí terminó sus días en 1915. Es la otra historia de las mujeres.