¿Qué pasó en la guerra de Troya?
Las últimas investigaciones no dudan de que existió un conflicto alrededor de esta ciudad pero no pueden asegurar quiénes participaron en él ni encuentran evidencias arqueológicas claras de su existencia
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Alberto Bernabé asegura que «hubo una guerra de Troya, pero otra cosa es que fuera como Homero la contó. Desde luego no fueron diez años de contienda continuada porque ningún ejército aguantaba fuera tanto tiempo sin avituallamiento». Por su parte, Adolfo Domínguez sostiene: «Una guerra como la narra la "Ilíada", desde luego que no y, de la otra forma, tampoco estamos demasiado seguros. Que hubo enfrentamientos entre el mundo micénico y los territorios de Troya, es cierto, pero cada vez somos más los historiadores escépticos sobre esta en concreto. Puede que haya habido más de una, de hecho. Había conflictos cada dos por tres en ese área y a partir de ahí que destacara una en particular... es problemático. Lo que se ha excavado tampoco tiene entidad suficiente para asegurar que esta ciudad fuera destruida por este motivo y si fuera destruida por esa causa, tampoco sabemos por quién. Los datos no son claros. Algunas veces son cuestión de fe».
El primero de ellos es profesor emérito de Filología Griega y el segundo, catedrático de Historia Antigua. Los dos juntos participan, junto a Juan Antonio Álvarez-Pedrosa, catedrático de Lingüística Indoeuropea, y Emilio Crespo Güemes, catedrático emérito de Filología Griega, en el ciclo «La guerra de Troya: entre realidad y ficción», que organiza la Fundación Juan March entre los días 5 y 14 de marzo. Una serie de ponencias que abordarán desde las pruebas que nos han dejado las excavaciones modernas, la documentación histórica que nos ha llegado hasta el día de hoy y el legado literario épico para tratar de dilucidar qué pasó en aquella ciudad alrededor del 1200 a. C.
La imaginación popular todavía está impregnada por el relato homérico y todavía sobreviven en nuestra conciencia los nombres de Héctor, Agamenón, Príamo, Helena, Paris y el colérico Aquiles, sobre todo desde que lo encarnó un robusto Brad Pitt en una conocida adaptación cinematográfica. Pero, aunque en 1872, Schliemann encontrara la urbe en la colina de Hisarlik, en la costa de la actual Turquía, ningún documento respalda que existiera el capítulo que describe la «Ilíada».
Para Adolfo Domínguez todavía permanecen vivas muchas incógnitas. Él mismo subraya un punto interesante. El mundo antiguo conocía perfectamente donde estaba esta situada la urbe, la visitaron Alejandro Magno y César, y fue durante la época medieval cuando su recuerdo se perdió. Después, hubo que esperar centurias, en concreto hasta el siglo XIX, para redescubrirla. Pero añade más: «El mundo de los palacios micénicos era muy expansivo. Para garantizarse el suministro de materias primas, y una parte importante de estas provenía de Anatolia, se habían mantenido ciudades micénicas en esta parte. Una de ellas es Mileto. Sabemos que hubo desencuentros con los hititas. Los micénicos no eran un poder unificado, sino estados independientes, y de eso es de lo que nos habla esta leyenda, de una alianza. El pretexto es el rapto de Helena. Puede que varios estados se juntaran para hacer tareas de saqueo».
Esta idea, tan poco romántica y épica del saqueo, es justo lo que existe en el fondo de esta lucha entre aqueos y troyanos: «Después de que Troya se destruyera no se da paso a un nuevo asentamiento. No es una guerra de ocupación de un territorio. Los micénicos se van luego con el botín. Lo dice Homero. Aquí podríamos encontrar un elemento de realidad. La guerra de Troya es una guerra de saqueo».
Alberto Bernabé, que es el coordinador de este ciclo de conferencias, no duda sobre este aspecto: «Las guerras siempre han sido por algún interés. No tiene ningún sentido lo de Helena, salvo el literario. De hecho, en unos poemas anteriores a los de Homero que se refieren también a estos acontecimientos, la causa de la guerra no era esa, sino que la Tierra estaba superpoblada y que Zeus, para descargar el mundo de gente, la desencadena. Es la voluntad de Zeus».
Él mismo subraya un punto que también ha destacado Adolfo Domínguez: «Ni siquiera sabemos quién participó. Conocemos por algunas tablillas que había colaboraciones entre reinos, eso sí, pero para los conocimientos precisos de Troya, no hay documentos escritos. Por no saber, ni siquiera sabemos qué lengua hablaban los troyanos. En las películas hablan todos inglés, pero eso no puede ser, claro...», bromea. Luego añade: «Tratar la guerra real de Troya a través de Homero es un camino errado. No lleva a ninguna parte».
¿Dónde encontrar las huellas? Adolfo Domínguez sostiene que tampoco se puede atribuir el incendio de los restos de la ciudad que, de manera tradicional se ha identificado con la Troya de la leyenda, a una guerra. La ciudad podría haber prendido por cualquier causa, como un incendio o un terremoto, que son frecuentes en Turquía. Hay que esperar a hallar un dato o una prueba contundente que, por ahora no ha aparecido, que indique qué provocó ese fuego.
Él mismo añade, al hablar sobre este yacimiento, un detalle importante que suele dejarse de lado. «En la época de Schliemann, ya había algunos que excavaban bien, de manera científica y moderna. Hay quien se muestra muy crítico con la forma de excavar de Schliemann, pero quien destruyó el lugar fueron los romanos cuando decidieron levantar una ciudad nueva encima. Lo que hicieron fue coger la colina, desmocharon toda la cima y aplanaron lo que quedaba para erigir sus templos. Por eso, por lo que se ha excavado hasta ahora, no hay todavía un dato fiable de lo que ocurrió allí». Las esperanzas están puestas en otro lugar, en la ciudad baja: «Está a los pies de la colina y a uno cinco o seis metros de profundidad. Ahí es donde la arqueología podría aportar nuevos datos. Es un territorio poco afectado sin las superposiciones de la Acrópolis».
Para Alberto Bernabé y Adolfo Domínguez está clara la distancia que separa la historia de la literatura; los hechos, de la intención poética. Como ejemplos ponen al Cid o a Roldán, el sobrino de Carlomagno que murió en Roncesvalles. Las dos figuras existieron, pero es muy probable que el Cid o el Roldán que nos han llegado a través de los poemas no sean como los reales. Puede que coincidan solo en un diez por ciento, comenta Adolfo Domínguez. Todo lo demás proviene de la imaginación creativa del vate que prestara su talento para magnificar unos hechos o unas figuras que pudieron tener relieve. En el caso de Aquiles, como del resto de los aqueos que pudieron participar en la campaña de Troya, pudo haber un personaje real de fondo, pero las coincidencias no deben ser muchas más. Lo importante es lo que significaban para los griegos posteriores. Para ellos, esta historia era el anal más antiguo que tenían, el mito que les daba consistencia histórica. En su memoria no había nada más antiguo sobre su pasado y su historia.