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Iberia: el tiempo en que España y Georgia se llamaron de la misma manera

Etimológicamente procedente de una tierra de confines, los antiguos griegos utilizaron este nombre para referirse tanto a la Península Ibérica como a la antigua ciudad de Georgia
Heracles o Hércules, representado en este cuadro de Zurbarán, era muy venerado en ambas Iberias
Heracles o Hércules, representado en este cuadro de Zurbarán, era muy venerado en ambas IberiasMuseo del Prado

Madrid Creada:

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En apenas unas horas tendrá lugar el partido de la selección de España contra la de Georgia con un previsible resultado ya sabido y comentado… pero, en el plano de la geografía mítica, no podemos olvidar que midieron sus fuerzas dos almas paralelas, no la «Iberia sumergida» de Blas de Otero, sino la Iberia en el espejo, una contra la otra. Los antiguos griegos llamaban Iberia a la Península Ibérica y a la antigua Georgia, entre el Mar Negro y el Caspio, cuya geografía legendaria queremos evocar hoy al hilo del encuentro. Antes de comenzar este pensaba que, ante cualquier cosa que sucediera, ganaría Iberia como ejemplo de tierra mítica y utópica del más allá. Pero, ¿de dónde viene la palabra Iberia? Parece más o menos claro que se refiere a una tierra de los confines que tiene su raíz en un río llamado «Iber» (hay varios candidatos, en Occidente y en Oriente, a ser ese viejo Ebro primordial) o Ibar.
No sabemos cuál era la conexión, porque los mitógrafos y los geógrafos antiguos no se ponen de acuerdo en torno a cuál de las Iberias fue la original: ¿pobló o modeló la de Oriente o la de Occidente o viceversa? Existen ambas versiones. Y se ve una toponimia dual y paralela de ambos lugares, nuestros lares y el Ponto, acuñada por viajeros e historiadores grecorromanos que aluden simbólicamente a dos regiones que representaban los extremos del mundo. Desde Hecateo de Mileto, hasta Megástenes o Estrabón, existen contraposiciones, contaminaciones y paralelismos entre ambas zonas. En la toponimia mítica, como ha estudiado Pierre Moret, hay no solo dos Iberias, sino pueblos con el mismo nombre en ambos lados (por ejemplo, los Bébrices), islas de ensueño, ciudades, Ofiusas o Pitiusas, columnas y fronteras con el Hades, puertos paralelos, etc. Y es que, durante siglos, las dos Iberias simbolizaron el extremo de la humanidad, lugares lejanos y riquezas proverbiales. Dos sagas épicas griegas –las de Ulises y Jasón– tocan ambos lugares del final de la ecúmene, los confines del mundo habitado, marcados por la puesta y la salida del sol, en cuyos mitos desempeña un papel esencial Hércules.
Repasemos la paralela geografía simbólica de ambos lugares: motivos del mito como las batallas con criaturas sobrenaturales femeninas o serpentinas, la riqueza en rebaños y oro o la frontera con el más allá podían reproducirse sin más en las cíclicas hazañas de Heracles. Un tema muy recurrente es el ciclo del sol, Helios, la noción de Hesperia («tierra del atardecer»), como puerta de la muerte, y su evocador contraste con la Anatolé («tierra del amanecer»). Otro nombre es Erytheia («la roja»), en referencia al color del sol que nace o se pone, aludiendo a una geografía mítica con elementos impresionantes que anuncian el peligro de cruzar más allá de las dos Iberias. Los motivos son intercambiables: fabulosos reyes de Tartessos con su oro sin par, el rey Eetes y su vellocino, las Amazonas frente a las Hespérides y los dragones paralelos. La geografía mítica de ambos lugares presenta montañas infranqueables como los Pirineos, la Bética y el Atlas, paralelas a las cumbres del Cáucaso Mayor y Menor, ríos impresionantes como el Ebro y el Fasis (a veces ríos que cruzan al más allá, como el Aqueronte o el Lethes), y mares que se creía rodeaban la tierra, así el Atlántico, el Negro o el Caspio.
Heracles era muy venerado en ambas Iberias, desde Gades, con el trasfondo del fenicio Melkart, hasta la Cólquide, donde se suponía que el héroe había liberado al encadenado Prometeo. La comparación de las dos Iberias como límites de imperios mundiales nace luego en la historia helenística y romana cuando escritores posteriores imaginan un itinerario de la conquista de todo el mundo, en la estela de los imperios de Alejandro y Roma, desde una cita atribuida a Megástenes sobre la victoria de Nabucodonosor frente Hércules. Y es que las dos iberias son una realidad especular de los extremos del mundo, cuando el orbe era mucho menor y se ponía en estos dos países el límite con lo desconocido, visitado por héroes de ensueño para derrotar a monstruos inhumanos que poseían riquezas extraordinarias y estaban vigiladas por serpientes descomunales entre jardines utópicos frecuentados por mujeres seductoras, peligrosas y sobrenaturales.
Tal era el mundo de las dos iberias. Todo esto me rondaba al ver el partido entre dos países hermanados por la geografía mitológica y por un sinfín de paralelos que fueron estudiados en el reciente congreso «Dos Iberias-Dos puertas de Europa» gracias al apoyo de las universidades Ivane Javakhishvili de Tbilisi, del Cáucaso y Complutense de Madrid. El apoyo de sus autoridades (como los rectores Jaba Samushia y Kakha Shengelia), la organización impecable de la colega Ekaterine Kobakhidze y su equipo, y la hospitalidad legendaria ofrecida al equipo español –con los profesores Eugenio Luján, Juan Signes, Juan Antonio Álvarez-Pedrosa, Manuel Albaladejo y Encarnación Castro–, hacen presagiar una segunda parte del partido en Madrid, en un II Congreso en la Complutense. Sería de desear que las instituciones hispano-georgianas acordaran también pronto la creación de un centro de estudios o cátedra extraordinaria de estudios georgianos, pionera en esta Iberia nuestra, para continuar la colaboración en el estudio paralelo de estas dos Iberias en el espejo. Siempre saldrá ganadora la idea de Iberia.