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«La strada»: La canción de los desolados

«La strada»
«La strada»larazon

Autor: Federico Fellini. Director: Mario Gas. Versión: Gerard Vázquez. Intérpretes: Alberto Iglesias, Alfonso Lara y Verónica Echegui. Teatro de La Abadía. Madrid. Hasta el 30 de diciembre

Había mucha curiosidad en Madrid por ver esta adaptación teatral de «La strada» bajo la batuta de un director inteligente y audaz como Mario Gas. Si el filme original de Federico Fellini ya se caracterizaba por una expresividad poética muy superior a su trabazón argumental –como era propio por otra parte de la corriente neorrealista en la que cabe encuadrarlo–, podría decirse que esta versión para las tablas acentúa precisamente, creo que con muy buen criterio, toda esa carga simbólica de los personajes, reducidos aquí a los tres principales –Zampanó, Gelsomina y el Loco– y convertidos en una suerte de tríada indisoluble –incluso más allá de la vida, como se muestra en el desenlace– que funciona casi como arquetipo del desfavorecido en una desorientada búsqueda de su aciago y enternecedor destino. Bajo un código menos naturalista, y con ciertos añadidos de aroma expresionista al principio y al final, la conocida historia de un rudo y frío payaso ambulante recorriendo pueblos y carpas de circo en compañía de su poco despierta pero bondadosa ayudante, y en permanente disputa con un singular compañero de oficio que tiene algo de liberal y romántico, está contada en el escenario sin faltar a una sola de las situaciones que determinan el desarrollo de la acción en el material cinematográfico original y que dan buenas pistas sobre la naturaleza de los personajes. Hay, incluso, claros guiños y homenajes a la película, por ejemplo, en las cuidadas proyecciones de Álvaro Luna, en la bonita banda sonora de Orestes Gas en torno a la inolvidable melodía que compuso Nino Rota para Fellini, en el peinado de Gelsomina y, sobre todo, en el uso del carromato –muy similar al que conducía Zampanó en el filme– como elemento fundamental de una escenografía por lo demás bastante desnuda. Quizá uno de los principales problemas esté precisamente en esa excesiva deuda con la película a la hora de secuenciar el relato, porque la versión firmada por Gerard Vázquez tiene demasiadas escenas para una función que, de haber tenido un ritmo más sostenido, podría interiorizarse desde el patio de butacas como un gran poema escénico. Gas, que gusta de emplear muchas veces algún elemento imponente o llamativo sobre las tablas, se pone, en cierto modo, un obstáculo a sí mismo empleando aquí algo tan poco manejable como es el carromato. Como consecuencia, las numerosas transiciones que exige la versión se lentifican más de lo debido y el ritmo de la representación, en su conjunto, queda un tanto fragmentado. En el capítulo actoral, destaca especialmente Alfonso Lara dando vida a un Zampanó cuya brutalidad no deja de parecernos, y eso es lo terrible, tremendamente humana.

LO MEJOR

El espíritu poético que preside toda la función y, en lo actoral, Alfonso Lara, que da vida a Zampanó

LO PEOR

En esta versión hay demasiadas escenas y, por tanto, demasiadas transiciones