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Iñaki Ezkerra: «Han sido las mujeres las que han retirado a Pablo Iglesias»

Publica «Carnaval sin fiesta», un poemario que nos habla de las restricciones más profundas que nos rodean en tiempos de pandemia
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La Razón

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Ayer se presentó, apadrinado por Esteban Ibarra –Movimiento contra la Intolerancia– y el escritor Daniel Múgica, el nuevo poemario de Iñaki Ezkerra, «Carnaval sin fiesta» (Huerga y Fierro). Un descarnado, figurativo e irónico poemario concluido durante los meses de pandemia, en el que nos habla de restricciones más profundas y alienantes que las impuestas por el coronavirus. Con el activista, el ensayista, el articulista y, por encima de todo, el gran poeta, mantenemos un diálogo a partir de sus lúcidos y certeros versos.
–En este libro hay un posicionamiento nítido, sin tibieza, que no es habitual en la poesía...
–Sí. Paul Valéry decía que «la gente tiene una idea tan vaga de la poesía que a menudo confunde esa vaguedad con la propia poesía». Esto les pasa también a algunos poetas, no solo a los profanos al género. Yo huyo de ese tipo de poesía estereotipadamente vaporosa que roza el irracionalismo y que usa las imágenes para no decir nada. Las imágenes deben servir para reforzar, para hacer más claro, más rotundo, más gráfico el mensaje del verso, no para ocultar la carencia de mensaje y de contenido.
–Un libro gestado durante la pandemia... ¿cómo fue el proceso de creación en ese desierto?
–Paradójicamente la situación de aislamiento, la soledad de las cuarentenas, creo que nos lleva a pensar en los otros. Unos momentos así, tan dramáticos, no invitan a la ensoñación y la elevación lírica, sino al aterrizaje en la realidad, al vuelo rasante... Creo que esa conciencia de lo colectivo ha estado presente en la gestación de estos poemas.
–Las capuchas, Anonymous, Twitter, las mascarillas obligatorias... ¿Qué es la impostura y el fingimiento en la sociedad?
–Las mascarillas han sido justificables y necesarias. Otra cosa es que hay quien encuentra en ellas la utopía con la que ha soñado siempre: la negación de la individualidad que se expresa en el rostro humano. El problema es la mascarada anterior de la que éstas son una metáfora. Hablo de las máscaras sociales, políticas, culturales y morales que nos acosan; de la impostura, del falso buenismo, de la coerción política, de quien se erige hipócritamente en látigo de la corrupción que él mismo practica, de quien coge la bandera del feminismo cuando es depositario de todos los vicios propios del peor machismo. En este sentido no sé si se ha reparado en que las que han retirado a Pablo Iglesias de la vida política han sido las mujeres. La primera en enfrentarse a él fue Cayetana Álvarez de Toledo, que le borró la sonrisa en la Cámara Baja. Luego Díaz Ayuso en el debate televisivo de las autonómicas. El remate fueron Rocío Monasterio y hasta Mónica García al negarse a cederle la candidatura a la Comunidad de Madrid. Las chicas le han desenmascarado. Si es por los tíos, todavía sigue ahí.
–La máscara: un juego que sirve, y mucho, a un poeta: ocultación, negación, miedo... ¿Y si ya no queremos quitárnosla?
–Hombre, hay máscaras y máscaras. Inevitablemente toda labor artística y literaria se basa en ellas. Porque es artificio. Probablemente, la poesía es el género más artificial de todos porque finge desnudarse y desnudar al poeta. Es artificio que intenta decir la verdad. Esta contradicción ya la expresaba Pessoa cuando decía que “el poeta es un fingidor que finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente”. El problema no es la máscara explícita del arte y la poesía sino la que se finge la piel real. En su Poética, Aristóteles sostiene que los personajes de la tragedia no deben ser ni muy virtuosos ni muy malvados. Esto quiere decir que las máscaras griegas eran más realistas que las de nuestra vida pública, que está llena de malos oficiales y virtuosos de pacotilla. Aristóteles tiene muchas respuestas para el momento que vivimos, incluida la de su Lógica. Hoy el discurso político está lleno sofismas, de falsos silogismos, quizá por culpa la eliminación de la Filosofía en la enseñanza secundaria.
–“La cultura de la restricción”. Dice que hemos llegado a la meta. ¿A qué meta?
–Lógicamente una situación de contagios masivos de un virus desconocido como es el caso de la Covid debía imponer unas restricciones cabales, pero lo que se ha desatado aquí es un indisimulado afán de prohibir que viene de mucho antes y que se ha aprovechado de la pandemia para instalarse. En este sentido es muy llamativa la mutación que ha sufrido la izquierda gracias al populismo. Del “prohibido prohibir” del mayo francés ha pasado al “obligado obligar”, a un insólito entusiasmo por la prohibición, la censura, la imposición, el intervencionismo en las vidas privadas y el ultranormativismo. Es imposible no percibir, en ese entusiasmo por paralizar la toda la vida empresarial del país y la hostelería, un rencor social contra el que tenía un negocio próspero, contra el éxito económico. En el mejor de los casos, ese afán de cerrar y de controlar todo lo que se movía económicamente sólo puede achacarse a una clase política parasitaria que ha vivido siempre del dinero público y que no es consciente de lo que cuesta abrir un negocio así como de lo fácil que es hundirlo.
–¿Fuimos mejores en “mejores días”? ¿Qué nos ha hecho peores?
–En ese poema que citas, hablo de las viejas fotos. Observé desde los primeros días de la pandemia que muchos amigos revisaban álbumes de cuando eran jóvenes, guapos y pizpiretas. Yo creo que se debía a un proceso comprensible de revisión y valoración del pasado, de los momentos de felicidad y plenitud, de lo que de repente veíamos gráficamente arrebatado por el confinamiento y la enfermedad. Si al típico adanismo y abandono al que invitaba la permanencia en casa continuada se añadía el padecimiento del virus, el resultado era poco edificante. Te mirabas al espejo y te veías flaco, con ojeras, sin afeitar… Esa visión te invitaba a huir al pasado, uno de los pocos sitios en los que podíamos refugiarnos, y a buscar en él tu mejor cara. Digamos que es una máscara benigna, disculpable. Hay otra peores.
–¿Pasó el coronavirus?
–Lo pasé en marzo del 2020. Me lo contagiaron en una cena unos amigos que habían ido a la famosa manifestación del 8-M. Pero en mi caso fue de una forma leve. De hecho seguí fumando durante los diez días que me duró. Superé el coronavirus gracias al tabaco.
–La historia de la literatura está llena de encierros y restricciones. Cómo no llegar a Bocaccio y la peste... Pero no ve que el final de esta pandemia nos lleve a un Rinascimento ¿es así?
–Me gustaría, pero lo veo difícil. El «Decamerón» nació de la peste y es una obra que anuncia con más de un siglo de antelación el Renacimiento y una cultura de celebración del reino de este mundo. En ese sentido, todos somos hijos de la peste bubónica, de la Edad Moderna que trajo. Me gustaría pensar que lo que nos ha sucedido sirva para potenciar una visión liberal de la vida, para potenciar la creatividad, la sana competitividad, la iniciativa privada, el talento. De momento no lo veo. No hay crisis más devastadoras que las de las posguerras, pero tras la Gran Guerra surgieron todas las vanguardias artísticas y, tras la Segunda Guerra Mundial, nacieron los existencialismos, el nuevo cine, el teatro, la efervescencia bulliciosa de los cafés... Tras la crisis del 2007 no surgió nada y ya veremos después de ésta. Es como si no hubiéramos hecho acuse de recibo. La presencia de la enfermedad y de la muerte ha dejado en ridículo el lenguaje inclusivo, por ejemplo. Nos ha demostrado que vivíamos en una ficción y nos ha hecho aterrizar en otra realidad. No hay ningún político que se atreva a hablar de «enfermos, enfermas y enfermes», de «contagiados, contagiadas y contagiades»... Sin embargo, hay quienes no se dan por enterados y siguen con esas cursiladas analfabetas aplicándolas a lo que no es conflictivo ni dramático. O sea que no hemos despertado colectivamente del sueño dogmático, populista y carnavalesco.
–Shakespeare escribió cinco obras durante la cuarentena, con los teatros cerrados, ¿por qué ahora no somos capaces de hacer algo parecido? ¿El genio es una gasolina que se agota... y a nuestra especie se le está terminado?
–Recuerdo un libro de Luis Racionero sobre la Florencia del Renacimiento en el que se preguntaba si pudo haber una conjuración de astros para que se produjera tal concentración de genios en un espacio temporal y geográfico tan limitado. Yo a veces me pregunto si habrá en esta época y sobre España una conjuración de astros para lo contrario, para que se haya concentrado la estupidez con una intensidad sin precedentes. En fin, eso lo pienso en los días que tengo malos. En otros me acuerdo de un amigo que tiene otra concepción del progreso que él llama “teoría del muelle”. Según él la Humanidad no avanza linealmente sino en espiral. Por eso hay momentos en que pensamos que nos hemos detenido, que no progresamos, pero lo hacemos. El hecho de que en un años hayan salido cuatro vacunas contra nuestra peste, es algo inédito y emocionante en la historia de la Humanidad. Quizá en vez de pensar en nuestros políticos, debemos pensar en esa gente que trabaja en silencio en los laboratorios por el bien de todos nosotros.
–¿Nos hemos cargado “el sistema inmunológico de la Civilización”? ¿Por qué?
–Eso lo digo en un poema en el que hablo de la necedad según la veían los clásicos. En los autores latinos es fácil encontrar una frase: “así obra el necio”. Ellos pensaban que el estúpido lo era “per se”. A nosotros se nos ha metido en la cabeza la cultura de la rehabilitación. Creemos que la necedad tiene remedio. Y así nos va. Nuestra sociedad ha llegado a producir lo que podríamos llamar “el necio creativo”, que es el que tiene ideas extravagantes para aplicarlas a la política. Es nuestro pan de todos los días. No hace falta que recurra a ningún ejemplo.
  • «Carnaval sin fiesta» (Huerga y Fierro), de Iñaki Ezkerra, 84 páginas, 12 euros.

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